25 de febrero de 2009

La dinámica del pecado y la conversión en la moralidad Cristiana

Imagínense lo que es tener un ser querido en el vicio de las drogas o el alcohol. La verdad que es literalmente un infierno. La mayoría del tiempo pensamos en la drogadicción y el alcoholismo con enfermedades (y lo son) pero muy pocas veces pensamos sobre ellas con puentes para el pecado. 

Como todo en la vida el pecado trae consigo unas consecuencias. En casos como los que menciono antes las implicaciones pueden ser infinitas para mencionar algunas de ellas están;
  • Robar dinero a ser querido (padre, madre, etc.) cuando no se tiene para el vicio.
  • Matar en un arranque de coraje.
  • Ofender de palabra y obras (malas acciones).
  • Y… muchas más.
¿Qué es lo que te viene a la mente cuando se menciona la palabra pecado? [Te sugiero que tomes unos minutos para contestarte (a ti mismo) esta pregunta.] Puedes que hayas pensado en robar, mentir, asesinatos, adulterio y otras similares. Estas son buenas contestaciones ya que tienen que ver mucho con específicas acciones que realizamos que afectan nuestra moralidad cristiana. El pecado es acerca lo que hacemos, pecar es un acto. Si decimos que es pecado es un acto (hecho) no podemos negar que el pecado es una realidad. No es simplemente lo que hacemos, el pecado es mucho más “grande” que eso. Es acerca la herida que al ser humano, la sociedad y al mundo. Es acerca las repercusiones que tiene de por si el pecado. Muchas veces hasta las pequeñas imperfecciones nos pueden llevar a la frustración, al odio, a tener rencor etc. Si esto sucede en lo personal nos podemos imaginar cuando sucede a nivel colectivo (sociedad, nacional, etc.) sin duda nos puede llevar hasta al desengaño.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el pecado es descrito como abuso de la libertad que el mismo Dios nos da. Este punto nos los explica muy bien el CIC # 387; “La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.” Recordemos que la libertad siempre debe obrar para el bien.
El pecado original o la “caída” de Adán y Eva que se describe en el capítulo 3 del Génesis explica este importante evento que tuvo lugar en el comienzo de la historia de la humanidad con la desobediencia de nuestros primeros padres que ha influenciado a la humanidad desde ese entonces. Este hecho rompió con la armonía preexistente entre Dios y el ser humano. Es característico que la noción del pecado original que el revelarse contra Dios es algo que ha seguido toda una trayectoria ininterrumpida hasta nuestros días. Somos creados a imagen y semejanza de Dios y somos fundamentalmente buenos pero por causa del pecado original llevamos esa marca del pecado en nosotros. ¡Suena injusto! Que heredemos esa caída de algún pecado que haya sucedió mucho antes que nosotros. No te preocupes hermano(a) porque hay otro lado de la moneda. El CIC nos invita a no olvidar la Buena Noticia del regalo de la salvación que se nos ofrece por medio de Cristo Jesús.
Hay algunos que pensaran que la historia del pecado termina con el pecado original. Eventualmente el hombre aprendió como hacer del pecado algo suyo. Ahora más que nunca el pecado nos sigue marcando. Nos marca con el egoísmo, la deshonestidad, la injusticia entre otros. Como dicen algunos teólogos, hacemos nuestras propias contribuciones al pecado del mundo. Hoy más que nunca podemos decir, el pecado es un hecho el pecado es una realidad. Aunque hayan muchos que quieran disimularlo con imperfecciones, trastornos emocionales y muchos otros sobrenombres que le quieran poner al pecado. Este pecado actual lo podemos diferenciar entre pecado mortal y venial. Cuya deferencia estriba en la severidad y el efecto (mayor o menor) que nos causa. Mortal porque es una violación seria (grande) a la Ley de Dios y destruye la vida de la gracia en nosotros. En otras palabras, nos aparta de Dios (leer CIC # 1855). En orden para cometer pecado mortal la falta tiene que ser de por si grave y debe haber sido cometida con pleno conocimiento, consentimiento y plena voluntad. Ahí algo muy importante que aclarar, y es que el pecado mortal no es algo casual como muchos suelen decir. Podemos teorizar pero la realidad es que el pecado mortal mata la vida de Dios dentro de nosotros. No porque Dios deje de amarnos sino porque le damos la espalda a Dios con nuestras malas acciones.
El pecado venial hiere nuestra relación con Dios aunque no la mata del todo. Los pecados veniales van debilitando la gracia de Dios en nuestra alma. Se podría decir la división entre mortal y venial es un hilo muy fino. Por eso hay que tener cuidado de que esos pecados veniales no se conviertan en mortales. Al igual que las relaciones humanas (matrimonio, amistad etc.) distintas clases de acciones que nos llevan al egoísmo, insensibilidad, y otras aptitudes parecidas que no rompen la relación pero al acumularse pueden crear daños graves; así mismo podemos decir del pecado venial. Tanto para el pecado venial como el mortal hay solución. Por eso es que Jesús y la Iglesia nos invitan a la conversión. O sea cambiar o transformar nuestra vida. De una vida de malas actitudes a una vida llena de amor en Cristo Jesús. 
Los pesimistas dirán que el pecado, la maldad, la injusticia (y cualquier otro hecho negativo) no tiene solución. Bueno, lamento defraudarlos pero tango que decirles que hay solución para estas cosas que afectan al hombre, la familia y a la sociedad. La respuesta se llama Cristo Jesús con su amor infinitos para todos nosotros. Cuando a Jesús le preguntaron porque se juntaba con prostitutas, publicanos y pecadores su respuesta fue tajante; el médico no vino para los que están sanos sino para los que están enfermos. Cristo nos sigue llamando (a ti y a mi) a la conversión a transformar nuestras vidas del hombre viejo al hombre nuevo. El CIC en el numero 1428 nos deja ver la importancia de la conversión; “Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero” (cf. 1 Jn 4,10).
La conversión la hemos de ver como mandato y posibilidad. Pero antes ¿Qué es conversión? Cuando conocemos o hablamos con alguien que haya completado algún programa intensivo de rehabilitación ya sea por drogas o alcoholismo es bien probable que podamos apreciar el cambio que haya sucedido en esta persona. Este tipo de cambio no solo de “palabra” sino en aptitudes (capacidad, talento, habilidad, disposición, etc.) y actitudes (cualidad, conducta, gesto, postura, intención, etc.). En otras palabras que no es un superficial sino un cambio desde el interior de la persona. Este es quizás el mejor ejemplo que se pueda dar para la conversión, un cambio desde lo interior en todo el sentido de la palabra. El Papa Juan Pablo II en su encíclica Dominum et Vivificatem # 31 nos da pistas de cómo la conversión se da en el alma; “la conversión exige la convicción del pecado, contiene en sí el juicio interior de la conciencia, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva (regalo, gracia o auxilio) de la gracia y del amor: a Recibid el Espíritu Santo.” El capítulo 8 del Evangelio de San Juan (8, 1 – 11) donde se nos narra sobre la mujer adúltera nos da gran ejemplo de la conversión no solo como mandato sino también como posibilidad. Hay que tener en cuenta que el Reino de Dios no es simplemente acerca de la transformación de las personas. Más bien se trata de la transformación del mundo al Reino de Dios de justicia, amor y paz. La conversión social y la de índole personal están muy estrechamente ligada una a la otra no solo como mandato sino como posibilidad.
La base de la esperanza cristiana y el fundamento de toda la fe cristiana--no es que solo vamos a ser transformado del pecado a la gracia y de la muerte a la vida--no es otra cosa que la resurrección de Jesucristo. San Pablo en la primera carta a los Corintios nos recuerda que; “y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (1Cor 15, 14). Este es el misterio central de nuestra fe cristiana. Recordemos la historia del evangelio que nos narra que la mañana del domingo las mujeres iban a embalsamar el cuerpo de Jesús y encontraron la tumba vacía y el ángel les pregunto; “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” La resurrección es la confirmación de los trabajos y predicaciones de Cristo y definitivamente la confirmación de su propia divinidad (leer CIC 651 – 653). El domingo de Pascua no se trata solamente de la tumba vacía de Jesús, se trata de nuestras tumbas vacías. “En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo “nos dice San Pablo como hemos de participar de la resurrección de Cristo. La resurrección no es solamente sobre lo que le paso a Cristo hace mucho tiempo atrás. Tampoco es sobre lo que nos sucederá a nosotros (si creemos firmemente) al final de los tiempos en nuestras vidas. Más bien se trata de lo que estemos disponibles a que nos pase hoy. Se trata de la prontitud que tengamos en creer que nuestra tumba (tumba de pecado, de miedos, resentimientos, hostilidad, injusticia) esté vacía hoy. Es la facultad o habilidad de creer que por medio del Espíritu Santo, el poder que resucito a Cristo trabaja en nosotros ahora. Por este poder los cristianos podemos levantarnos de esas tumbas llenas del pecado tanto en lo personal como en lo comunitario (Iglesia) (leer CIC # 655). Esta no es una tarea fácil pero el mismo Espíritu Santo está ahí para ser nuestro guía y defensor, solo tenemos que orar y pedirle que nos ilumine guie en todo momento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

para hacer la pagina mas interesante seria chevere unas imagenes que expresaran el pensamiento del autor att.DC

Anónimo dijo...

ahora tengo una vision mas clara sobre el pecado mortal y venial. gracias

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