1 de julio de 2009

Liturgia acción (trabajo) de la Santísima Trinidad (1ra parte)

En el artículo anterior (¿Qué es la liturgia?) mencionamos que la liturgia es trabajo (acción) y trabajo del pueblo de Dios. Explicamos también que la liturgia es poner en práctica lo que el pueblo de Dios cree. La liturgia es el trabajo porque demanda completa y activa participación por medio de la preparación, el compromiso y la acción. Ahora quiero enfocar lo que es la liturgia como trabajo o acción perfecta del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Sería difícil exagerar la idea de que la liturgia es la obra de la gente. Como ya se mencionó que la liturgia es la acción de todo el pueblo de Dios según ejercitamos y compartimos el sacerdocio de Cristo. Cuando mencionamos todo esto (que es muy cierto) no podemos descuidar el otro lado de la moneda. La liturgia es la acción del pueblo de Dios, pero antes de eso es la acción del mismo Dios.


Esta dualidad o entendimiento reciproco de la liturgia como Acción de Dios y acción del pueblo - como ofrecimiento divino y respuesta humana – será ese constante elemento de discusión de la liturgia de la Iglesia y sus sacramentos. Es una realidad, una forma en la que podemos describir la liturgia y los sacramentos es indicando que ellos tienen momentos especiales cuando lo divino y lo humano se unen, cuando lo invisible toma forma y permite ser visto, experimentado, entendido y respondido (nuestra oración y suplicas a Dios).

Liturgia como la acción de Dios Padre

Las líneas introductorias de la Carta a los Efesios, San Pablo comienza su alocución bendiciendo a Dios porque él nos escogió en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos y libres de culpa (ver Ef. 1, 4). El griego original en esta carta es aun más significante porque especifica lo que Dios hiso por nosotros en Cristo; somos hijos de Dios porque nos adoptó. Como veremos en nuestra discusión de bautismo de infantes, el concepto de adopción de hecho es espléndido.

El Padre es fuente de la liturgia. La primera persona de la Trinidad es el Padre – el proveedor, el dador – de todas las bendiciones que recibimos. “En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo” (CIC 1082).

La liturgia es la fuente y la cumbre de toda la actividad de la Iglesia. El Padre no es solo la fuente sino la meta. Para la liturgia y los sacramentos son antes que nada, nuestra respuesta al amor de Dios y a su acción. Por medio de la liturgia celebramos las bendiciones que recibimos de parte de Dios. Por medio de la liturgia ofrecemos a Dios nuestra gratitud, alabanza y acción de gracias (= eucaristía) – y continuamos creciendo en la gracia de Dios. Nuevamente, visualizamos una doble dimensión, la acción reciproca, siempre presente en nuestras celebraciones litúrgicas; nuestro reconocimiento de lo que se nos ha dado y nuestra respuesta a esos dones.

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