Nota:
Apreciad@s Herman@s les brindo el enlace de la Primera
Parte de esta reflexión para poder darles el beneficio de seguir la
temática.
Anteriormente
pudimos apreciar algunas imágenes que la Sagrada Palabra de Dios nos brinda
sobre el Espíritu Santo. Estas imágenes y símbolos por sí solo no es el
Espíritu Santo (ver CIC # 694–701) pero representan aspectos importantes de la
identidad y funciones del Espíritu, expresan atributos de una persona que no
tiene cara.
De
la misma forma que Jesús trataba y hablaba del Padre (como persona) así también
trataba el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que el Padre envío en nombre de
Jesús (Jn. 14, 26) es el otro Paráclito y persona que nos enseña todo y nos
recuerda lo que Jesús nos dijo.
Esto
es algo que no solo sucedió con los apóstoles y los primeros discípulos sino
que ha estado (y seguirá) sucediendo en la Iglesia durante toda su historia.
Esta acción la podemos visualizar más concretamente en todos los concilios de
nuestra Iglesia Católica.
De
igual forma, esta acción del Espíritu Santo se da cuando el Santo Padre como
Magisterio y Cabeza visible de la Iglesia habla en carácter infalible sobre cualquier
asunto de fe o moral cristiana. Los obispos de la Iglesia en plena comunión con
el Santo Padre al ejercer su magisterio es otra muestra que el Espíritu Santo
nos sigue recordando lo que Jesús nos dijo y enseñó. Ellos son los sucesores de los apóstoles.
¿Quién
es ese Paráclito? El Espíritu Santo es un “actor”
(galán de nuestra vida cristiana) o sea la persona que actúa… que actúa en
nombre de Cristo. La palabra ‘paráclito’ proviene del griego;
significa defensor, mediador, intercesor, confortador, consolador.
Podemos
leer en Evangelio de San Juan (Jn. 14, 16) como Jesús nos dice que rogara al
Padre para que envíe a otros Paráclito.
¿Quién
es el primer Paráclito? No tenemos que
buscar muy lejos, es Jesús. Espíritu Santo una especie de un segundo Emanuel
(Dios con nosotros) que mantiene vivo el resplandor de una forma u otra en
nuestra Iglesia Católica.
El
Consolador que Jesús oro es maestro que continua la instrucción de la Iglesia
que comenzó Jesús. “Todavía tengo muchas
cosas que decirles, ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el
Espíritu de la Verdad, el los introducirá en toda la verdad, no hablará por sí
mismo, sino que dirá lo que ha oído les anunciará lo que irá sucediendo”
(Jn. 16, 12 – 13).
Los
Católicos, Ortodoxos y Anglicanos al proclamar nuestra fe (en la liturgia o
Misa) rezamos; “Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas.” Esta es la proclamación de fe que la Iglesia Católica reafirmo
por medio de los Concilios de Nicea y Constantinopla en los año 325 y 381
respectivamente.
Por
medio del Sacramento del Bautismo recibimos la misión de ser (a ejemplo de
Cristo) sacerdotes, reyes y profetas.
Esto es posible en primer lugar porque el Espíritu Santo actúa en los
miembros de la Iglesia. De la misma forma que el Espíritu Santo nos confiere la
Gracia Santificante en nuestro Bautismo también nos da las herramientas que
hacen mover y dejar que esa misma gracia actúe en nosotros.
El
Paráclito hace que por medio de Cristo (único y eterno Sacerdote) nuestro
sacerdocio (el ordenado o ministerial y el común de los fieles) sea uno de
pleno ofrecimiento de sacrificio (eucarístico y el de nuestra propias vidas).
Ese
espíritu mediador e intercesor es el que nos hace comprender que el reinado
para que sea plenamente autentico tiene que ser uno de servicio incondicional
tal como Cristo lo hizo.
Ese
mismo espíritu que envío lenguas de fuegos en Pentecostés y que nos bautiza con
fuego (Confirmación) hace que seamos profetas que como Cristo anuncio la
justicia y denuncio el mal (pecado) y le dejo saber sus consecuencias al ser
humano.
No
debemos preguntar en nuestra oración dedico tiempo para invocar y pedir la
asistencia del Espíritu Santo. Le pido
que sea compañero de mi diario caminar y quehacer. Si esto no sucede en nuestras vidas es muy
bien tiempo para comenzar.
Cristo
dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida” (Jn. 14, 6). El Espíritu Santo
nos reafirma ese Camino, nos ratifica esa Verdad y nos otorga esa Vida.
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