El último dogma
decretado como tal por la Iglesia fue el de la Asunción de María, aunque está
presente en la Iglesia como creencia desde los primeros siglos, sin embargo fue
declarado como dogma recientemente.
Los ortodoxos
hablan de la Dormición de María. Hubo muchos siglos de diversa opinión respecto
si María murió o no murió, pero el Papa Juan Pablo II definió que María
realmente murió para seguir el camino de Cristo, y luego despertó, resucitó, en
cuerpo y alma, en el Reino de Dios.
La Asunción de
María significa que ella fue llevada al cielo en cuerpo y alma, lo que implica
que su cuerpo no se corrompió en la tumba, y que ella goza de la plena gloria
de Dios junto con su Hijo.
Breve historia
Los escritos
apócrifos, que proliferaron desde el siglo II, y no fueron aceptados dentro del
canon de la Biblia, hablan de la asunción de María. Muchos textos nos han llegado de los primeros
siglos en griego, siríaco, copto, armenios, unos sesenta por lo menos, todos
ellos tienen en común el tema general del fin de la vida de María, su pasaje
(Transitus) o dormición y su asunción al cielo.
Significado teológico del dogma
Esta verdad
dogmática mariana, la Asunción de María, significa que ella fue asunta al cielo
en cuerpo y alma. María fue asumida por Dios en su Reino celestial, ella vive
para siempre en la eternidad junto con su Hijo en el Reino del Padre Eterno.
María goza de
la plenitud de la vida y de la libertad; ella puede actuar de muchas maneras e
interactuar con los seres humanos. Ella sigue realizando su labor en la
historia de la salvación de diversas maneras, sobre todo intercediendo por
nosotros, orando, animándonos al camino de la fe y protegiéndonos en el camino.
El cuerpo de
María no sufrió la corrupción porque fue llevado al cielo y ella resucitó para
la vida eterna en cuerpo y alma. La discusión de si ella murió o no, o
simplemente se durmió, en realidad no es muy importante; lo que la Iglesia
considera más plausible es que ella murió y luego sin pasar mucho tiempo,
resucitó en el reino de Dios. En la
declaración de la bula dogmática, Munificentissimus Deus, se evita
definir esta cuestión, afirmando solamente la asunción como tal.
A nivel
personal es un gran privilegio para María; la llena de gracia, la favorecida de
Dios, la madre de Cristo, siempre virgen, mantiene su pureza inmaculada desde
su origen y llega al final de su vida en la tierra, habiendo cumplido fielmente
y heroicamente con la voluntad de Dios.
María recibe el
reino prometido a todos los cristianos y a toda la humanidad; ella es la
primera, después de Cristo, en quien se cumplen las promesas de vida eterna de
parte de Dios; ella es nuestra esperanza cierta de que esas promesas son
verdad, ella es la primera de todos nosotros.
María vive
perfectamente el camino de la Iglesia; en su vida, es fiel, sirve a Cristo, se
entrega a la voluntad del Padre, nunca comete pecado. Y luego llega a su
destino final, que es el mismo de la Iglesia. Todos seguimos el camino de María
hacia Dios, y en ella se cumple de manera eminente esta gracia de la salvación,
que por ser la madre de Cristo, inmaculada y siempre virgen, es llevada al
cielo de una vez, en cuerpo y alma, para seguir desde allí su labor como madre espiritual
de la humanidad, para seguir realizando la obra de Dios, para seguir llevando
la Iglesia a su plenitud de gracia.
Aspecto bíblico
Como el dogma
de la Inmaculada, este dogma no tiene una justificación bíblica evidente, lo
cual es parte de las críticas que le hacen los protestantes. Sin embargo
podemos encontrar una serie de pasajes donde se puede percibir lo que implica
la Asunción de María.
San Pablo en su
Primera Carta a los Tesalonicenses habla del misterio al cual seremos atraídos
por Dios: “El
Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de
Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer
lugar. Después nosotros, los que
vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al
encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Te
4,16-17).
Esto lo decía
pensando que la segunda venida del Señor era bastante inminente, e indica que
de alguna u otra manera seremos elevados al Señor para estar con Él
eternamente.
Hay que notar
aquí que Pablo habla de resurrección de los muertos en primera instancia, y
luego de los vivos que serán arrebatados, lo cual indica que esta asunción será
en cuerpo y alma, y no solamente en forma espiritual.
En la Virgen
María ya comenzado esta asunción, debido a su especial realidad dentro de la
historia de la salvación.
En la primera
Carta a los Corintios también Pablo manifiesta un misterio que se relaciona con
la suerte última de los cristianos: “Les aseguro, hermanos, que lo puramente
humano no puede tener parte en el Reino de Dios, ni la corrupción puede heredar
lo que es incorruptible. Les voy a revelar un misterio: No todos vamos a
morir, pero todos seremos transformados.
En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta
final –porque esto sucederá– los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros
seremos transformados. Lo que es corruptible debe revestirse de la
incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad. Cuando lo que es corruptible se revista de la
incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida” (1Cor
15, 51-54).
La Virgen María
es la primera persona de la Iglesia que ha recibido esta gracia de revestirse
de inmortalidad; en ella la muerte ha perdido, en ella se ha dado la victoria
de Dios, porque ella nunca pecó y fue resucitada por Cristo también como un
premio merecido a su vida de servicio, entrega y amor a Dios.
En la Iglesia
todos formamos un solo cuerpo, y María está dentro de ese cuerpo; la suerte de
la Iglesia es la suerte de María y la suerte de María es la suerte de toda la
Iglesia. La asunción de María no es realmente un hecho extraordinario respecto
a toda la Iglesia, porque todos vamos hacia allí; lo que es diferente en María
es el hecho de que ya le ocurrió a ella, en cambio a los demás nos ocurrirá en
los últimos tiempos, cuando sea el momento decidido por Dios.
El Antiguo
Testamento nos habla de la ascensión al cielo de Elías: “Y mientras iban conversando por el camino, un carro de
fuego, con caballos también de fuego, los separó a uno del otro, y Elías subió
al cielo en el torbellino” (2 Re
2,11). Aquí se nos indica algo especial que
recibió el profeta por su grandeza de espíritu.
La madre de
Jesús, también fue arrebatada al cielo, dada su especial situación, y más que
Elías, ella siempre estuvo con Jesús y seguirá estando con Él eternamente.
Proclamación dogmática
El día 1º de
noviembre de 1950 el Papa Pío XII proclama solemnemente en la Constitución
Apostólica Munificentissimus
Deus, la Asunción de María al cielo. Esta declaración va precedida de una
encuesta universal a los obispos y ya en el Concilio Vaticano I 204 padres
conciliares habían propuesto definir el dogma.
Dado que no hay
una base bíblica concreta, sin embargo la constitución apostólica comienza
afirmando que todas las consideraciones de los santos padres y teólogos reposan
en la Escritura como en su último fundamento. Luego propone el argumento de que
la Madre de Dios está unida muy íntimamente a su Hijo y comparte siempre su
suerte. Además propone el argumento de que Cristo rindió honor a su Padre del
Cielo pero también a su madre, y como podía hacerlo, la preservó de la
corrupción.
La constitución
apostólica termina afirmando la verdad mariana como dogma con su anatema en
caso de no ser creído. “Nos afirmamos y definimos como dogma revelado por Dios
que: La Inmaculada Madre de Dios, María siempre Virgen, después de cumplir su
vida terrenal fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste. En
consecuencia, si alguien, que a Dios no le agradará, osara voluntariamente
poner en duda lo que ha sido definido por Nos, que lo sepa, que ha abandonado
totalmente la fe divina y católica.”
Conclusión
Las verdades
marianas adquiridas ya claramente por la Iglesia y decretadas en forma de
dogmas son una especie de plataforma segura desde donde seguir investigando y
profundizando. El Magisterio siempre tendrá la última palabra, y es a los
teólogos de seguir su labor de búsqueda, y al pueblo de Dios en general de
seguir su oración y su búsqueda de inteligencia espiritual, para transmitir el sensus fidei y seguir sosteniendo las definiciones
de la Iglesia a lo largo del tiempo. EL proceso dogmático no se ha terminado,
en este momento de la historia eclesial no hay una intención de seguir
decretando dogmas marianos, sino más bien de suavizar esta realidad mariana por
buscar la unión de las iglesias, el ecumenismo. Sin embargo es tarea de todos
seguir la labor de búsqueda y profundización, y de tratar de descubrir las
verdades de María dentro de esa intención ecuménica pero sin perder su
intensidad.
Las verdades
marianas, como lo hemos dicho al comienzo, han estado en el credo de la Iglesia
desde el principio, desde la misma Biblia, para comprender y aclarar mejor las
verdades de Cristo y de la Iglesia. En este sentido María incluso allí presta
un servicio. Ella no se pone para recibir alabanzas y privilegios sino más bien
ella presta un servicio a los cristianos para que comprendan mejor su realidad
de fe, su realidad teológica, y para que puedan vivir mejor esa fe dentro de la
Iglesia.
Las Otras Verdades Marianas
A partir de las
afirmaciones dogmáticas de María, que comenzaron relacionadas a Cristo
directamente (Maternidad Divina, María Virgen) siguieron con aparentes
privilegios de María sola, pero en realidad es relacionada a Cristo y ahora más
a la Iglesia, la Inmaculada y la Asunción tienen que ver con el origen de la
Iglesia y su escatología final.
El Concilio Vaticano II definió las verdades marianas
de una manera amplia como, aunque no fue una declaración dogmática, sin embargo
expresó prácticamente toda la doctrina católica respecto de María, incluyendo
verdades que no han sido decretadas como dogmas y que de alguna manera están en
discusión. Así nos dice el Concilio: “la santa madre del Divino Redentor, y
singularmente más que los demás, la generosa asociada y humilde servidora del
Señor”… “Es por esto que la bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia
bajo los títulos de Abogada, Socorro, Auxiliadora, Mediadora, sin embargo todo
esto de manera que no quite ni ponga nada a la eficacia de Cristo, el único
Mediador.”
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