15 de febrero de 2013

¡Cristo vencedor de la tentación, Cristo vencedor de la muerte! [Primer Domingo de Cuaresma (Ciclo C)]


La vida de Cristo está caracterizada por tres momentos y etapas fundamentales en su vida terrena.  Estas son su nacimiento en Belén, su experiencia de tentación en el desierto y su muerte en la Cruz y en el sepulcro, estos tres “momentos” de Cristo son como tres pasos de humillación y humildad.
En Belén por medio de su humilde nacimiento asume la condición de la pobreza e infortunio como algo común en sus conciudadanos.  Cristo al encarnarse y hacerse hombre se humilla y se somete a todas las condiciones (pasar hambre, sufrir, etc.) propia del ser humano.   Al leer los evangelios vemos como Jesús pasó necesidades y vicisitudes como cualquier otro ser humano.  Nos dice San Pablo que Él fue igual a nosotros menos al pecado.
La tercera etapa es la Cruz y en el sepulcro.  Sobre esta tercera etapa podremos reflexionar al final de la Cuaresma.  En la Cruz y en el sepulcro nos dice Santo Tomás: “que Jesús entrega todo lo que había tomado, y todo lo había tomado por nosotros y todo lo entrega por nosotros.”  O sea que su encarnación, su vida la cual vivió para nuestro beneficio ahora voluntariamente la entrega por nosotros y por nuestra salvación. 
Hoy el Evangelio (Lucas 4, 1-13) nos presenta la segunda etapa fundamental de la vida de Jesús, el desierto.  Sabemos de una forma u otra cuán difícil es sobrevivir en el desierto.   Si difícil es sobrevivir sin comida en el desierto más difícil es subsistir sin agua.  De una forma u otra el desierto es un terreno hostil y adverso para la supervivencia.
Vemos a Jesús en el desierto, simultáneamente impulsado por el Espíritu Santo y tentado por el espíritu inmundo.  En la Biblia, el desierto es con frecuencia el lugar de prueba.  Si hay algo que abunda en el desierto es el silencio ya sea por la falta de animales y por la ausencia notable de seres humanos por lo difícil que es sobrevivir y permanecer en el.  El silencio propicia notablemente la oración pero también facilita la tentación.
El desierto para Jesús será el último paso de preparación para su ministerio de su vida pública.  Las tentaciones se dan tras cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Siente hambre, se agota, experimenta las limitaciones del cuerpo, la mente también es influida por el cansancio y el hambre y la soledad.  Pero el resultado final confirma a Satanás que se puede ser fiel y perseverante al proyecto amoroso del Padre, que es posible cumplir la voluntad de Dios también como hombre, a pesar de las alternativas que se le ponen delante.
Al igual que Jesús el desierto fue inspiración para muchos entre los primeros cristianos en los primeros siglos de la Iglesia.  Hoy en día podemos vivir un desierto espiritual donde podemos y debemos dejar todo atrás aunque sea brevemente.  Un retiro de cuaresma es muy propicio para la preparación hacia la Pascua que es la etapa definitiva y triunfal de Cristo.  Estamos llamados a dar esa pascua o sea dar ese paso con Cristo para llegar triunfantes a ese Reino de Dios que el mismo Jesús tanto nos anunció durante su vida terrena.
Vallamos tras Él, para seguir su camino.  Teniendo en cuenta que ese camino requiere humildad y fecundidad.   Para esto tenemos que estar conducidos por el Espíritu.  Aunque la prueba siempre estará ahí ya que seremos acechados por la tentación.  Pero sabemos, sobre todo, que el mismo Espíritu que resucitó a Cristo entre los muertos, el mismo Espíritu que ungió a nuestro Salvador, ese Espíritu también está obrando en nosotros.  En El ponemos toda nuestra esperanza y entregamos nuestra existencia.  Él nos llevará por buen camino.  A Él sea dada la gloria y alabanza por los siglos eternos.  Amén.

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