La vida de Cristo
está caracterizada por tres momentos y etapas fundamentales en su vida
terrena. Estas son su nacimiento en
Belén, su experiencia de tentación en el desierto y su muerte en la Cruz y en
el sepulcro, estos tres “momentos” de
Cristo son como tres pasos de humillación y humildad.
En Belén por medio
de su humilde nacimiento asume la condición de la pobreza e infortunio como
algo común en sus conciudadanos. Cristo
al encarnarse y hacerse hombre se humilla y se somete a todas las condiciones
(pasar hambre, sufrir, etc.) propia del ser humano. Al leer los evangelios vemos como Jesús pasó
necesidades y vicisitudes como cualquier otro ser humano. Nos dice San Pablo que Él fue igual a
nosotros menos al pecado.
La tercera etapa es
la Cruz y en el sepulcro. Sobre esta
tercera etapa podremos reflexionar al final de la Cuaresma. En la Cruz y en el sepulcro nos dice Santo
Tomás: “que Jesús entrega todo lo que
había tomado, y todo lo había tomado por nosotros y todo lo entrega por
nosotros.” O sea que su encarnación,
su vida la cual vivió para nuestro beneficio ahora voluntariamente la entrega
por nosotros y por nuestra salvación.
Hoy el Evangelio
(Lucas 4, 1-13) nos presenta la segunda etapa fundamental de la vida de Jesús, el
desierto. Sabemos de una forma u otra
cuán difícil es sobrevivir en el desierto.
Si difícil es sobrevivir sin comida en el desierto más difícil es
subsistir sin agua. De una forma u otra
el desierto es un terreno hostil y adverso para la supervivencia.
Vemos a Jesús en el
desierto, simultáneamente impulsado por el Espíritu Santo y tentado por el
espíritu inmundo. En la Biblia, el
desierto es con frecuencia el lugar de prueba.
Si hay algo que abunda en el desierto es el silencio ya sea por la falta
de animales y por la ausencia notable de seres humanos por lo difícil que es
sobrevivir y permanecer en el. El
silencio propicia notablemente la oración pero también facilita la tentación.
El desierto para
Jesús será el último paso de preparación para su ministerio de su vida
pública. Las tentaciones se dan tras
cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Siente hambre, se agota,
experimenta las limitaciones del cuerpo, la mente también es influida por el
cansancio y el hambre y la soledad. Pero
el resultado final confirma a Satanás que se puede ser fiel y perseverante al
proyecto amoroso del Padre, que es posible cumplir la voluntad de Dios también
como hombre, a pesar de las alternativas que se le ponen delante.
Al igual que Jesús
el desierto fue inspiración para muchos entre los primeros cristianos en los
primeros siglos de la Iglesia. Hoy en
día podemos vivir un desierto espiritual donde podemos y debemos dejar todo
atrás aunque sea brevemente. Un retiro
de cuaresma es muy propicio para la preparación hacia la Pascua que es la etapa
definitiva y triunfal de Cristo. Estamos
llamados a dar esa pascua o sea dar ese paso con Cristo para llegar triunfantes
a ese Reino de Dios que el mismo Jesús tanto nos anunció durante su vida
terrena.
Vallamos tras Él, para
seguir su camino. Teniendo en cuenta que
ese camino requiere humildad y fecundidad.
Para esto tenemos que estar
conducidos por el Espíritu. Aunque la
prueba siempre estará ahí ya que seremos acechados por la tentación. Pero sabemos, sobre todo, que el mismo
Espíritu que resucitó a Cristo entre los muertos, el mismo Espíritu que ungió a
nuestro Salvador, ese Espíritu también está obrando en nosotros. En El ponemos toda nuestra esperanza y
entregamos nuestra existencia. Él nos
llevará por buen camino. A Él sea dada la
gloria y alabanza por los siglos eternos.
Amén.
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