El Domingo de
Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante y trascendental para todos
los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido
pleno la religión o sea todo nuestro trato o relación con Dios.
Nos podríamos
preguntar ¿Por qué celebramos la Resurrección del Señor? Seguramente llegaran a nuestra mente muchas
respuestas. Entre todas las posibles
respuestas hay que destacar que nosotros celebramos la Resurrección del Señor,
no estamos celebrando solamente que nos recordamos de Jesús por lo buenazo que
había sido en su vida terrena… "¡Tan
bueno que era!" Estamos
celebrando, que a ese Jesús le hicieron todo lo que le podían hacer, hasta
llevarlo a la muerte, hasta meterlo al sepulcro, hasta poner soldados que
cuidaran la tumba. ¡Y se les ha escapado!
Eso es lo que estamos celebrando.
Lo que celebramos
implica mucho más que los acontecimientos humanos. Es algo que transciende y sobrepasa todo
racionamiento humano que podamos tener como seres humanos. Celebramos que Cristo triunfó sobre la muerte
y con esto nos abrió las puertas del Cielo.
Hay que notar que escribo “Cielo” con letra mayúscula. ¿Por qué? Si le pregunto a un niño (o hasta algún que
otro adulto) me dirá que el cielo es aquello que vemos cuando levantamos la
vista y es azul y con muchas o pocas nubes.
Seguramente el niño está diciendo algo correcto. Pero el Cielo que yo escribo con mayúsculas
no es lo mismo que cielo escrito en minúscula.
Los teólogos definen el Cielo como la presencia infinita y beatísima de
Dios. En otras palabras llegar al Cielo
es llegar ante la presencia eterna y absoluta del Dios omnipotente. Esto sin duda es el mayor privilegio que como
seres imperfectos y limitados podemos tener.
Eso es lo que
celebramos. El que Jesús por su
pasión (= entrega total), muerte y
resurrección nos dio la redención y salvación que nos permite llegar al
Cielo. Cosa que antes de Jesús el ser
humano no tenía o no podía lograr.
La Resurrección de
Jesús es un acontecimiento histórico e indudable, cuyas pruebas entre otras, son
el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus
apóstoles. Cuando festejamos la
Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación.
Conmemoramos la derrota del pecado y de la muerte. En la resurrección obtenemos la clave de la
esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué nos hemos
preocuparnos?, ¿qué nos puede inquietar?
La primera lectura (Hch
10,34a.37-43) nos detalla el discurso de Pedro, y podríamos decir que fue la
primera “homilía” de Pedro como cabeza visible de la Iglesia naciente. Este discurso es un compendio de la
proclamación típica del Evangelio que lleva los elementos fundamentales de la
historia de la salvación y de las promesas de Dios realizadas en Jesús.
Es muy interesante e
impresionante cuando Pedro nos dice que: “nosotros
que comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los muertos”
(Hch. 10, 41). Con esto el autor
bíblico nos quiere decir que la Resurrección de Cristo no fue algo imaginario
que el subconsciente nos haya proyectado.
Por el contrario fue algo tangible y real porque que más evidente y patente que el
comer.
El evangelio (Jn.
20,1-9) nos anuncia que María Magdalena había madrugando para ir al sepulcro de
Jesús. “Todavía estaba oscuro”,
recalca y acentúa el evangelista. Es esencial tener en cuenta ese detalle,
porque a Juan le agrada jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas,
mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc.
María, pues, continúa todavía a oscuras; no ha experimentado aún la
realidad de la resurrección.
La Resurrección de
Jesucristo es el dogma o verdad de fe mayor importancia y trascendencia para
todos los Cristianos. San Pablo lo
expone de forma muy elocuente: “Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra
predicación y vana también la fe de ustedes” (1Cor. 15, 14). Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran
quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos
que fuera realmente Dios.
Pero, como Jesús sí
resucitó, entonces conocemos que derrotó a la muerte y al pecado; sabemos que
Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó
para nosotros la vida eterna (Cielo) y de esta manera, toda nuestra vida
obtiene pleno sentido. La Resurrección
es fuente de profunda alegría. Por
consecuencia, los cristianos no debemos vivir más con caras tristes. Hemos tener cara de resucitados, demostrar al
mundo nuestra alegría y nuestro gozo porque Jesús ha vencido a la muerte.
Tenemos que estar
verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Dios y
Señor. En este tiempo de Pascua que
comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en
nuestra fe y en amor (a Dios y al prójimo) para ser excelentes cristianos. ¡Vivamos con profundidad este tiempo! Con el Domingo de Resurrección empieza el
Tiempo Pascual, en el que conmemoramos el tiempo que Jesús permaneció con los
apóstoles antes de subir a los cielos, durante la Fiesta de la Ascensión.
Que Dios los Bendiga abundantemente.