28 de marzo de 2013

¡Si Cristo no hubiese resucitado vana seria nuestra fe! (Domingo de Pascuas de Resurrección – Ciclo C)



El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante y trascendental para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido pleno la religión o sea todo nuestro trato o relación con Dios.
Nos podríamos preguntar ¿Por qué celebramos la Resurrección del Señor?  Seguramente llegaran a nuestra mente muchas respuestas.   Entre todas las posibles respuestas hay que destacar que nosotros celebramos la Resurrección del Señor, no estamos celebrando solamente que nos recordamos de Jesús por lo buenazo que había sido en su vida terrena… "¡Tan bueno que era!"  Estamos celebrando, que a ese Jesús le hicieron todo lo que le podían hacer, hasta llevarlo a la muerte, hasta meterlo al sepulcro, hasta poner soldados que cuidaran la tumba.  ¡Y se les ha escapado!  Eso es lo que estamos celebrando.
Lo que celebramos implica mucho más que los acontecimientos humanos.   Es algo que transciende y sobrepasa todo racionamiento humano que podamos tener como seres humanos.   Celebramos que Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo.   Hay que notar que escribo “Cielo” con letra mayúscula. ¿Por qué?  Si le pregunto a un niño (o hasta algún que otro adulto) me dirá que el cielo es aquello que vemos cuando levantamos la vista y es azul y con muchas o pocas nubes.  Seguramente el niño está diciendo algo correcto.   Pero el Cielo que yo escribo con mayúsculas no es lo mismo que cielo escrito en minúscula.  Los teólogos definen el Cielo como la presencia infinita y beatísima de Dios.  En otras palabras llegar al Cielo es llegar ante la presencia eterna y absoluta del Dios omnipotente.  Esto sin duda es el mayor privilegio que como seres imperfectos y limitados podemos tener.
Eso es lo que celebramos.  El que Jesús por su pasión  (= entrega total), muerte y resurrección nos dio la redención y salvación que nos permite llegar al Cielo.  Cosa que antes de Jesús el ser humano no tenía o no podía lograr.
La Resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico e indudable, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.  Cuando festejamos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Conmemoramos la derrota del pecado y de la muerte.  En la resurrección obtenemos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué nos hemos preocuparnos?, ¿qué nos puede inquietar?
La primera lectura (Hch 10,34a.37-43) nos detalla el discurso de Pedro, y podríamos decir que fue la primera “homilía” de Pedro como cabeza visible de la Iglesia naciente.  Este discurso es un compendio de la proclamación típica del Evangelio que lleva los elementos fundamentales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios realizadas en Jesús. 
Es muy interesante e impresionante cuando Pedro nos dice que: “nosotros que comimos y bebimos con él después de que resucitó de entre los muertos” (Hch. 10, 41).   Con esto el autor bíblico nos quiere decir que la Resurrección de Cristo no fue algo imaginario que el subconsciente nos haya proyectado.   Por el contrario fue algo tangible y real  porque que más evidente y patente que el comer.
El evangelio (Jn. 20,1-9) nos anuncia que María Magdalena había madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, recalca y acentúa  el evangelista.  Es esencial tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le agrada jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc.  María, pues, continúa todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la resurrección.
La Resurrección de Jesucristo es el dogma o verdad de fe mayor importancia y trascendencia para todos los Cristianos.   San Pablo lo expone de forma muy elocuente: “Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (1Cor. 15, 14).  Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.
Pero, como Jesús sí resucitó, entonces conocemos que derrotó a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna (Cielo) y de esta manera, toda nuestra vida obtiene pleno sentido.  La Resurrección es fuente de profunda alegría.  Por consecuencia, los cristianos no debemos vivir más con caras tristes.  Hemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría y nuestro gozo porque Jesús ha vencido a la muerte.
Tenemos que estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Dios y Señor.  En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y en amor (a Dios y al prójimo) para ser excelentes cristianos.  ¡Vivamos con profundidad este tiempo!  Con el Domingo de Resurrección empieza el Tiempo Pascual, en el que conmemoramos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la Fiesta de la Ascensión.

Feliz Pascuas de Resurrección para todos…  

Que Dios los Bendiga abundantemente. 


21 de marzo de 2013

Domingo de Ramos (Ciclo C)


Con Domingo de Ramos se introduce la celebración de los misterios más profundos y bellos de nuestra fe cristiana, que es como el rostro o semblante en el que ya vemos la grandeza y el esplendor que nos espera en esta semana que comienza.  Esta Semana Santa la Palabra de Dios en términos integrales nos va a mostrar el Misterio Pascual.  El  Misterio Pascual como ese paso (=pascua) de la muerte a la resurrección.  O sea a la Vida Eterna en la Presencia Beatifica de Dios Padre.  
Es muy impresionante como Jesucristo muchas veces no quiso ser reconocido como rey (ver Jn. 6, 15).  No aceptó el ser coronado rey cuando todos decían: "¡Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos!" (Mc 7,37).  Muchas veces para evitar estas situaciones subía a la montaña para refugiarse en la intimidad con el Padre en oración.  Era natural (al menos humanamente hablando) que estas ocasiones como Hijo de David o sea con un linaje real que poseía se pudiera proclamar rey para liberar a su pueblo.  Por el contrario guardo silencio, se ocultó en lo discreto, y oro en lo escondido.  De esta forma, se apartaba  de las aclamaciones y los vítores que pudiera haber hecho el pueblo para proclamarlo rey.
Pero llego un día en que acepto la ovación, los aplausos de todo el pueblo.  Ese día Cristo acepto ser rey, sellando así su destino y cambiando toda página de la historia.   Ese día Jesús abrió un futuro para todo el universo con el gesto humilde y noble que contemplamos.   Es tan impresionante que hoy día a más de 2000 años de este acontecimiento miramos con asombro como Jesús, el Nazareno, es el Rey que entra manso a Jerusalén rodeado de una corte humilde, formada por el pueblo sencillo y los menos afortunados que esperan al Mesías (el ungido de Dios) que ha de reinar en sus corazones.
Y por eso hoy la Santa Madre Iglesia después de exhortarnos a cantar las aclamaciones al Mesías Pacifico y Rey verdadero, nos invita a escuchar en un solo y maravilloso acontecimiento con las más bellas y amorosas enseñanzas que nos brindan la Pasión del Señor.  Es muy aconsejable escuchar y meditar en la Pasión para entender que fue Uno solo el que sufrió y Uno solo el que todo venció.   Fue Uno solo el que cargó con nuestras culpas y Uno solo el que las arrojó a lo hondo del mar. Uno solo venció a nuestro enemigo, Uno solo triunfó sobre la muerte, Uno solo nos amó hasta el extremo, Uno solo nos dio el perdón, la paz, la gracia y la vida que no acaba. Uno solo: Jesucristo, el Hijo del Dios vivo.
Es muy aconsejable mirar con ojos de gratitud y conveniente escuchar con oídos de discípulos este sublime testimonio de este relato de la Pasión del Evangelio de San Lucas.  Ninguna novela ni ningún cualquier escrito en toda la historia humana se puede comparar con este gran y sublime testimonio de Jesucristo.  No hay nada que se compare a la altura del perdón como un torrente de cascada de misericordia y gracia que cae desde la Cruz para hacernos hombres nuevos y mujeres nuevas en el amor tan excelso de Jesús.
Pidámosle a María siempre Virgen que supo ser Madre en el pesebre y ser madre en la Cruz que interceda ante su Hijo muy Amado por nosotros, por todas las circunstancias de nuestro  peregrinar en la vida cristiana para que movidos por el Espíritu de Amor seamos siempre fieles a la fe cristiana.   Así  sea…

14 de marzo de 2013

Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra… (Quinto Domingo de Cuaresma - Ciclo C)


El domingo pasado en el evangelio escuchábamos la narración del Hijo Prodigo.  Con esta narración San Luchas nos dejaba ver muy claro primero el amor paciente e infinito de Dios por nosotros sus hijos.  También nos dejaba ver que para que ese amor de Dios llegue y vuelva a nuestros corazones y nuestras vidas debemos reconocer nuestra miseria y vida de pecado que nos ha mantenido ajenos y lejos del don y la gracia de Dios que habíamos adquirido desde nuestro bautismo.   Hoy en el evangelio, San Juan nos muestra a la mujer adúltera o sea a otra hija prodiga.
Hay que poner atención y estar muy conscientes y claros de quienes eran los acusadores de esta mujer adúltera.   Nos dice el texto bíblico “los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio.”  Vamos a ver que estos letrados y fariseos eran estudiosos y muy conocedores de la Ley de Moisés.    Ellos sabían muy claro lo que establecía el libro del Deuteronomio: “si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que estaba acostado con la mujer, y también ella” (Deut. 22, 22).  Ellos le dijeron a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.  Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?” (Jn. 8, 4-5).  La respuesta de Jesús es muy bien conocida que hasta se ha convertido en expresión popular.
Jesús se rehúsa a sentenciar y condenar como hacen los hombres.  Si está claro que hubo falta y pecado grave, pero Jesús deja a Dios la tarea de purificar los corazones por el sufrimiento. Con mucha posibilidad hay algo más: si bien Jesús confirma los mandamientos (Mt 19, 18; Mc 7, 22), sabe que los errores cometidos no muestran sino muy parcialmente lo que ocurrió en el corazón de la persona.  El misterio de las conciencias escapa y se fuga de nuestro conocimiento.   “Pues si nuestra conciencia nos reprocha, pensemos que Dios es más grande que nuestra conciencia, y que lo conoce todo” (1Jn 3, 20).  Este acontecimiento de la mujer adúltera nos debe llevar a una conclusión sumamente cierta, nadie es santo frente al que Es santidad infinita y absoluta.
“Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra…” Los acusadores fueron desapareciendo desde el más viejo hasta el más joven.   La  mujer se encuentra sola frente al Hombre, el que siempre da la cara, el que nunca se aleja de sus hermanos y hermanos más pequeños.  En aquel tiempo, Jesús le dijo a la acusada: “Mujer, ¿nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Ve en paz y no peques más.”  Hoy Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “_________, (en ese espacio va el nombre de cada uno de nosotros comenzando por el de este humilde servidor) ¿nadie te ha condenado?  Yo tampoco te condeno. Ve en paz y no peques más.”
Nos dice exactamente lo mismo que le dijo a la mujer acusada por los líderes religiosos del tiempo.  ¿Hoy quiénes son nuestros acusadores?  Podrían ser alguien o algunos de nuestra comunidad parroquial.  Pero en realidad no importa mucho quien o quienes sean nuestros acusadores sino cual es la respuesta de Jesús.  La respuesta de Jesús contiene; amor, bondad, misericordia pero en especial compromiso.
Cuando estamos con el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación, este ya casi al final este nos pide que recemos el Acto de Contrición.  Esta oración nos muestra cual es el compromiso del cual estoy refiriendo.  Casi al final de esta oración dice: “firmemente resuelvo con tu gracia, confesar mis pecados, hacer penitencia, enmendar mi vida y evitar las ocasiones de pecado.”  En esto estriba el compromiso que tenemos cuando Jesús nos perdona por medio de su instrumento los presbíteros (los sacerdotes) cuando estos nos dan la absolución en el nombre de la Trinidad Santa (Padre, Hijo y el Espíritu Santo).
Cristo hoy también nos sigue diciendo por medio de su Iglesia, “ve en paz y no peques más.”  ¿Por qué ve en paz y no simplemente no peques más?  Cuando Dios nos perdona los pecados (Sacramento de la Reconciliación) llega a nuestras almas y corazones esa paz que solo Cristo nos puede dar.  En la Santa Misa el sacerdote reza: “Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: 'La paz os dejo, mi paz os doy', no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad…”  a continuación de esta oración el celebrante de la Eucaristía nos invita a darnos un saludos de paz.  Nos dice las instrucciones del Misal Romano que: “todos, según la costumbre del lugar se dan la paz.”  Con esa paz que nos da Cristo un día llegaremos ante la presencia eterna de Dios para alabarle eternamente. 
Autor: Daniel Caliz 

Consultas y Respuestas: Testimonios de Fe…

Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Conclusión)

En estos tiempos en los medios de publicidad y de  “marketing”  (mercadeo) se nos presenta la felicidad temporera y efímera como si fuera  “...