Con Domingo de Ramos se introduce la celebración de los misterios más
profundos y bellos de nuestra fe cristiana, que es como el rostro o semblante
en el que ya vemos la grandeza y el esplendor que nos espera en esta semana que
comienza. Esta Semana Santa la Palabra
de Dios en términos integrales nos va a mostrar el Misterio Pascual. El
Misterio Pascual como ese paso (=pascua) de la muerte a la resurrección. O sea a la Vida Eterna en la Presencia
Beatifica de Dios Padre.
Es muy impresionante como Jesucristo muchas veces no quiso ser
reconocido como rey (ver Jn. 6, 15). No
aceptó el ser coronado rey cuando todos decían: "¡Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los
mudos!" (Mc 7,37). Muchas veces
para evitar estas situaciones subía a la montaña para refugiarse en la
intimidad con el Padre en oración. Era
natural (al menos humanamente hablando) que estas ocasiones como Hijo de David
o sea con un linaje real que poseía se pudiera proclamar rey para liberar a su
pueblo. Por el contrario guardo
silencio, se ocultó en lo discreto, y oro en lo escondido. De esta forma, se apartaba de las aclamaciones y los vítores que pudiera
haber hecho el pueblo para proclamarlo rey.
Pero llego un día en que acepto la ovación, los aplausos de todo el
pueblo. Ese día Cristo acepto ser rey,
sellando así su destino y cambiando toda página de la historia. Ese
día Jesús abrió un futuro para todo el universo con el gesto humilde y noble
que contemplamos. Es tan impresionante
que hoy día a más de 2000 años de este acontecimiento miramos con asombro como
Jesús, el Nazareno, es el Rey que entra manso a Jerusalén rodeado de una corte
humilde, formada por el pueblo sencillo y los menos afortunados que esperan al
Mesías (el ungido de Dios) que ha de reinar en sus corazones.
Y por eso hoy la Santa Madre Iglesia después de exhortarnos a cantar las
aclamaciones al Mesías Pacifico y Rey verdadero, nos invita a escuchar en un
solo y maravilloso acontecimiento con las más bellas y amorosas enseñanzas que
nos brindan la Pasión del Señor. Es muy
aconsejable escuchar y meditar en la Pasión para entender que fue Uno solo el
que sufrió y Uno solo el que todo venció.
Fue Uno solo el que cargó con nuestras culpas y Uno solo el que las
arrojó a lo hondo del mar. Uno solo venció a nuestro enemigo, Uno solo triunfó
sobre la muerte, Uno solo nos amó hasta el extremo, Uno solo nos dio el perdón,
la paz, la gracia y la vida que no acaba. Uno solo: Jesucristo, el Hijo del
Dios vivo.
Es muy aconsejable mirar con ojos de gratitud y conveniente escuchar con
oídos de discípulos este sublime testimonio de este relato de la Pasión del
Evangelio de San Lucas. Ninguna novela
ni ningún cualquier escrito en toda la historia humana se puede comparar con
este gran y sublime testimonio de Jesucristo.
No hay nada que se compare a la altura del perdón como un torrente de
cascada de misericordia y gracia que cae desde la Cruz para hacernos hombres
nuevos y mujeres nuevas en el amor tan excelso de Jesús.
Pidámosle a María
siempre Virgen que supo ser Madre en el pesebre y ser madre en la Cruz que
interceda ante su Hijo muy Amado por nosotros, por todas las circunstancias de
nuestro peregrinar en la vida cristiana
para que movidos por el Espíritu de Amor seamos siempre fieles a la fe
cristiana. Así sea…
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