13 de septiembre de 2013

¡Hemos sido creados según la misericordia, la imagen y semejanza de Dios! Domingo 24 T.O. Ciclo C

Éx. 32,7-11.13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado 
Salmo Responsorial 50: Me pondré en camino a donde está mi padre
1 Tim 1,12-17: Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores
Lc 15,1-32: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador convertido                                                                                

Mi nieta más pequeña tiene 4 años de edad.  Según lo que yo he observado en el ambiente familiar nadie le ha enseñado a ella lo que es la misericordia.  Pero es algo tan natural en ella, el querer buscarla cuando ha cometido algún error.  Por ejemplo; ella sabe de mi condición o padecimiento de mi espalda.  Cuando ella hace algo que haga que yo me lastime, esta suele ser su expresión: “I am so sorry abuelo”  (discúlpame abuelo).  Aquí lo más importante e interesante no es lo que ella dice sino su actitud ante situaciones como esta.  Ella suele repetir la expresión una y otra vez hasta estar segura que yo he dicho que no hay ningún problema que todo está bien.   Luego de todo esto la podemos escuchar decir: “abuelo estás seguro que estas bien” o “tengo que tener más cuidado en la próxima ocasión.”

El que ve y escuchar a mi nieta en esta situación podría decir fácilmente que ella está buscando obtener entre otras cosas, más que el perdón mi misericordia.  Solemos sanar (interiormente) mucho más fácil cuando hemos sido perdonados (ya sea por Dios y por otras personas, o ambas) y nos sentimos perdonados que cuando este perdón y por ende misericordia no llega a nuestra alma y a nuestro ser.  Porque es una incomodidad y tortura para el alma y el corazón (por así decirlo) el saber que no hemos sido perdonados.
Hoy la Palabra de Dios que nos propone la Sagrada Liturgia nos expone magistralmente (de manera especial en el evangelio) el tema la misericordia.  De la misma forma que la gracia de Dios se derrama de forma incomparable e infinitamente en nuestra alma también así la misericordia llega a nuestro corazón y nuestro ser.  Solo hace falta un requisito; el desear y querer (arduamente, y con todo nuestro corazón) que lleguen (ambas; amor—misericordia) a nuestra vida y a nuestro ser.
La primera lectura podemos ver que al mismo tiempo que Dios está grabando o sellando las pautas para la alianza con su pueblo escogido este ha caído en la tentación de la apostasía, adorando a otro dios (un becerro de oro).   Es significativa esa ruptura, ese momento que Moisés está distante de su pueblo o sea sin la voz profética que le muestre el sendero, el pueblo se pierde.  Es muy interesante como Moisés le recuerda a Dios la alianza que ya había hecho con Abraham y por ende le recuerda que Él es un ser que es infinita misericordia.
En el Salmo Responsorial 50, el cual es conocido como el “Salmo de la Misericordia” o El Miserere”.  En este salmo el autor nos impela o nos estimula a apelar a la misericordia divina, la cual incluye la confesión formal del pecado: “Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta” (Salmo 50, 3).  Este verso es síntesis o germen del resto de este Salmo.
La segunda lectura es un relato que pronuncia la gratitud de Pablo por el llamado y misión recibidos por parte de Dios.  Aquí Pablo nos resalta lo grande que ha sido la compasión y misericordia de Dios que olvida su pasado y lo llama a anunciar y llevar la Buena Nueva de Jesucristo al mundo gentil.
San Lucas nos presenta a Jesús enseñándonos las tres parábolas a estas parábolas se le conocen como las “Parábolas de la Misericordia”.  Si fuésemos a buscar una razón bíblica del porqué de estas parábolas tendríamos que decir estas fueron una reprobación de los fariseos y los escribas.  ¿Por qué se quejaban los fariseos  y los escribas?  Porque estos vivían muy obsesionados por la pureza ritual.  Estos publicanos y pecadores—gentes que no se preocupaban de la pureza “legal” farisaica—acudían a Cristo para oírle.  Esto levantó, una vez más, la censura de los fariseos y escribas para murmurar de Él, porque comía y acogía a los pecadores.  Como podemos apreciar y visualizar en estas parábolas; Él al acogernos como sus discípulos nos respeta, nos perdona, nos acoge, nos invita a una fiesta (Eucaristía, Banquete del Reino) y nos integra para siempre en su familia (Iglesia). 
Este capítulo 15 de Lucas es uno de los más bellos ejemplos del modo de proceder de Dios hacia los pecadores.  Jesús primero nos presenta las dos parábolas “gemelas”; la de la oveja y la moneda perdidas introducen el tema de la generosidad y misericordia de Dios para con los pecadores y abandonados. 
La Parábola del Hijo Pródigo la cual podríamos llamarla “La Parábola del Padre Misericordioso” nos invita a un cambio.  A este cambio lo podríamos llamas de distintas maneras.  Pero en términos sencillos podríamos decir que nos llama a un cambio de mentalidad y actitud espiritual: donde el odio se vuelve amor; la ofensa se vuelve perdón; la discordia se vuelve unión; la duda se vuelve fe; el error se vuelve verdad; la desesperación se vuelve alegría; y las tinieblas se vuelven luz.
La figura del padre y la del hermano mayor personifican dos actitudes situadas en extremos contrapuestos.  El padre es alegría desbordante, fiesta, porque ha recuperado a su hijo (todo lo demás es secundario).  ¡Su hijo ha vuelto!  Y al padre eso le basta.  El hermano mayor concibe y visualiza a su padre como un propietario que paga un jornal: “nunca me has dado...”  No ha captado que todo lo que hay en la casa es suyo.  Pero lo importante no es lo que hay en la casa, sino el que habita y llena la casa, el padre.  No ha comprendido al padre nunca.

La misericordia es para todos, no discrimina.  Si Dios es Infinito Amor por ende es Infinita Misericordia.  Solo nos toca acogernos a esa gran misericordia de Dios.  Al acogernos a esta misericordia grandiosa de Dios debemos recordar que estamos llamados a ser cristianos misericordiosos con los demás.  En la oración perfecta por excelencia, el Padre Nuestro le pedimos a Dios que nos perdone como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.  Que el Espíritu Santo quien nos mueve a acogernos a la misericordia de Dios nos ayude a ser cristianos en todo el sentido de la palabra.  Ser amorosos, ser misericordiosos esa es nuestra vocación, que así nos ayude Dios. 

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