Éx.
32,7-11.13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que
había pronunciado
Salmo
Responsorial 50: Me pondré en camino a donde está mi
padre
1 Tim 1,12-17: Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores
Lc 15,1-32: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador convertido
Mi
nieta más pequeña tiene 4 años de edad.
Según lo que yo he observado en el ambiente familiar nadie le ha enseñado
a ella lo que es la misericordia. Pero
es algo tan natural en ella, el querer buscarla cuando ha cometido algún
error. Por ejemplo; ella sabe de mi
condición o padecimiento de mi espalda.
Cuando ella hace algo que haga que yo me lastime, esta suele ser su
expresión: “I am so sorry abuelo” (discúlpame abuelo). Aquí lo más importante e interesante no es lo
que ella dice sino su actitud ante situaciones como esta. Ella suele repetir la expresión una y otra
vez hasta estar segura que yo he dicho que no hay ningún problema que todo está
bien. Luego de todo esto la podemos
escuchar decir: “abuelo estás seguro que
estas bien” o “tengo que tener más
cuidado en la próxima ocasión.”
El
que ve y escuchar a mi nieta en esta situación podría decir fácilmente que ella
está buscando obtener entre otras cosas, más que el perdón mi misericordia. Solemos sanar (interiormente) mucho más fácil
cuando hemos sido perdonados (ya sea por Dios y por otras personas, o ambas) y
nos sentimos perdonados que cuando este perdón y por ende misericordia no llega
a nuestra alma y a nuestro ser. Porque
es una incomodidad y tortura para el alma y el corazón (por así decirlo) el
saber que no hemos sido perdonados.
Hoy
la Palabra de Dios que nos propone la Sagrada Liturgia nos expone
magistralmente (de manera especial en el evangelio) el tema la
misericordia. De la misma forma que la
gracia de Dios se derrama de forma incomparable e infinitamente en nuestra alma
también así la misericordia llega a nuestro corazón y nuestro ser. Solo hace falta un requisito; el desear y
querer (arduamente, y con todo nuestro corazón) que lleguen (ambas;
amor—misericordia) a nuestra vida y a nuestro ser.
La
primera lectura podemos ver que al mismo tiempo que Dios está grabando o
sellando las pautas para la alianza con su pueblo escogido este ha caído en la
tentación de la apostasía, adorando a otro dios (un becerro de oro). Es significativa esa ruptura, ese momento que
Moisés está distante de su pueblo o sea sin la voz profética que le muestre el
sendero, el pueblo se pierde. Es muy
interesante como Moisés le recuerda a Dios la alianza que ya había hecho con
Abraham y por ende le recuerda que Él es un ser que es infinita misericordia.
En
el Salmo Responsorial 50, el cual es conocido como el “Salmo de la Misericordia” o El
Miserere”. En este salmo el autor nos
impela o nos estimula a apelar a la misericordia divina, la cual incluye la
confesión formal del pecado: “Ten piedad
de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta” (Salmo
50, 3). Este verso es síntesis o germen
del resto de este Salmo.
La
segunda lectura es un relato que pronuncia la gratitud de Pablo por el llamado
y misión recibidos por parte de Dios.
Aquí Pablo nos resalta lo grande que ha sido la compasión y misericordia
de Dios que olvida su pasado y lo llama a anunciar y llevar la Buena Nueva de
Jesucristo al mundo gentil.
San
Lucas nos presenta a Jesús enseñándonos las tres parábolas a estas parábolas se
le conocen como las “Parábolas de la
Misericordia”. Si fuésemos a buscar
una razón bíblica del porqué de estas parábolas tendríamos que decir estas
fueron una reprobación de los fariseos y los escribas. ¿Por qué se quejaban los fariseos y los escribas? Porque estos vivían muy obsesionados por la
pureza ritual. Estos publicanos y
pecadores—gentes que no se preocupaban de la pureza “legal” farisaica—acudían a Cristo para oírle. Esto levantó, una vez más, la censura de los
fariseos y escribas para murmurar de Él, porque comía y acogía a los
pecadores. Como podemos apreciar y
visualizar en estas parábolas; Él al acogernos como sus discípulos nos respeta,
nos perdona, nos acoge, nos invita a una fiesta (Eucaristía, Banquete del
Reino) y nos integra para siempre en su familia (Iglesia).
Este
capítulo 15 de Lucas es uno de los más bellos ejemplos del modo de proceder de
Dios hacia los pecadores. Jesús primero
nos presenta las dos parábolas “gemelas”;
la de la oveja y la moneda perdidas introducen el tema de la generosidad y
misericordia de Dios para con los pecadores y abandonados.
La
Parábola del Hijo Pródigo la cual podríamos llamarla “La Parábola del Padre Misericordioso” nos invita a un cambio. A este cambio lo podríamos llamas de
distintas maneras. Pero en términos
sencillos podríamos decir que nos llama a un cambio de mentalidad y actitud
espiritual: donde el odio se vuelve amor; la ofensa se vuelve perdón; la
discordia se vuelve unión; la duda se vuelve fe; el error se vuelve verdad; la
desesperación se vuelve alegría; y las tinieblas se vuelven luz.
La
figura del padre y la del hermano mayor personifican dos actitudes situadas en extremos
contrapuestos. El padre es alegría
desbordante, fiesta, porque ha recuperado a su hijo (todo lo demás es
secundario). ¡Su hijo ha vuelto! Y al padre eso le basta. El hermano mayor concibe y visualiza a su
padre como un propietario que paga un jornal: “nunca me has dado...” No ha
captado que todo lo que hay en la casa es suyo. Pero lo importante no es lo que hay en la
casa, sino el que habita y llena la casa, el padre. No ha comprendido al padre nunca.
La
misericordia es para todos, no discrimina.
Si Dios es Infinito Amor por ende es Infinita Misericordia. Solo nos toca acogernos a esa gran
misericordia de Dios. Al acogernos a
esta misericordia grandiosa de Dios debemos recordar que estamos llamados a ser
cristianos misericordiosos con los demás.
En la oración perfecta por excelencia, el Padre Nuestro le pedimos a
Dios que nos perdone como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Que el Espíritu Santo quien nos mueve a
acogernos a la misericordia de Dios nos ayude a ser cristianos en todo el
sentido de la palabra. Ser amorosos, ser
misericordiosos esa es nuestra vocación, que así nos ayude Dios.
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