Don de Ciencia
El
don de ciencia nos hace partícipes de la ciencia divina, que nos permite
conocer las cosas humanas con juicio recto, viéndolas desde Dios. En
otras palabras, este don nos capacita para ver las cosas en su relación con
Dios.
Si
el Espíritu Santo por el don de ciencia produce una lucidez sobrehumana para
ver las cosas del mundo según Dios, es indudable que en Jesucristo se da en
forma perfecta.
Jesús
conoce a los hombres, a todos, a cada uno, en lo más secreto de sus almas (Jn
1, 47; Lc 5, 21-22; 7,39s): “los conocía a todos, y no
necesitaba informes de nadie, pues él conocía al hombre por dentro”
(Jn. 2, 24-25).
Incluso,
inmerso en el curso de los acontecimientos temporales, entiende y prevé cómo se
irán desarrollando; y en concreto, conoce los sucesos futuros, al menos
aquellos que el Espíritu quiere mostrarle en orden a su misión salvadora.
Así
predice su muerte, su resurrección, su ascensión, la devastación del Templo, y
varios otros sucesos contingentes, a veces hasta en sus detalles más mínimos (Mc
11, 2-6; 14, 12-21.27-30).
Muestra,
pues, por un poderosísimo don de ciencia, su señorío sobre el mundo presente y
sus acontecimientos sucesivos: “yo os he dicho estas
cosas para que, cuando llegue la hora, se acuerden de ellas y de que yo se les
he dicho” (Jn. 16, 4).
También el hombre nuevo, iluminado por el
Espíritu Santo con el don de ciencia, conoce profundamente las realidades
temporales, y las ve con lucidez sobrenatural, pues las mira por los ojos de
Cristo: “nosotros tenemos la mente de Cristo”
(1Cor 2, 16).
Por
el don de ciencia, en efecto, descubre el cristiano la hermosura del mundo
visible, su dignidad majestuosa, que es reflejo de Dios y anticipo de las
realidades definitivas, y al mismo tiempo, descubre su vanidad, es decir, su
condición creatura, transitoria, efímera y también pecadora. Este segundo
aspecto, la apresurada transitoriedad de todo el mundo visible, tiene muchos
testimonios en las páginas de la Biblia.
“Les
digo, pues, hermanos, que el tiempo es corto... pasa la apariencia de este
mundo” (1Cor 7, 29.31). “Nosotros
no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues
las visibles son temporales; las invisibles, eternas”
(2Cor 4, 18).
Aspecto
secundario del don de ciencia: reconocer las creaturas como ocasión de
pecado.
La
bienaventuranza que corresponde a este don de ciencia es segunda “Bienaventurados los que lloran porque serán consolados”
(Mt. 5, 4). Porque la ciencia
que nos da el Espíritu Santo nos enseña a conocer nuestros defectos y la
vanidad de las cosas de la tierra, descubriéndonos que de las criaturas no
debemos esperar más que miserias y llantos.
El fruto del Espíritu Santo que le corresponde a la Fe;
porque los conocimientos que tenemos de las acciones humanas y de las criaturas
por la luz de la fe, los perfecciona este don.
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