Este domingo el Evangelio
de San Juan (Jn. 2, 13-25) nos
presenta la escena de Cristo “sacando o
expulsando a los mercaderes del templo”.
Cuando leemos cuidadosamente este texto nos fijaremos que los que fueron
expulsados fueron otros. Cómo podemos
apreciar Juan pone este evento al principio de su evangelio. Recordemos que los evangelios no son
documentos históricos en el sentido que sé entiende la historia hoy en día.
Para muchos que leen
el texto que hoy la liturgia nos presenta suele sonar escandaloso y hasta algo
de locura de parte de Jesús. Precisamente,
eso quizás hubieran dicho los contemporáneos del Señor. La segunda lectura nos da en cierto modo
pistas de esto cuando nos dice: “escandalo
para los judíos y locura para los paganos” (1Cor. 1, 23). Los
cristianos cómo previo a esto menciona Pablo “predicamos a Cristo crucificado” (1Cor. 23).
Los evangelios (al
igual que toda la Palabra de Dios en términos generales) nos quieren dar revelación
y una revelación divina. Similar a cómo se
dice matemáticamente hablando el “orden de los factores no altera el producto” aquí sé podría decir el “orden de
los eventos no altera el mensaje”. Esto lo digo ya que los
evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) nos presenta este evento casi al
final de estos evangelios.

Hay una expresión de mí Bella
Borinquén que dice: “no sé puede comparar
chinas (o sea naranjas) con botellas”.
¿A qué me refiero? Cómo ya he
mencionado otras veces la revelación del Antiguo Testamento sé fue dando
paulatinamente. La Iglesia nos enseña
que Jesús es la “fuente y la plenitud de
la Revelación Divina” (ver Dei
Verbum # 2, Concilio Vaticano II) así lo reafirmo Benedicto
XVI en su catequesis del día 16 de enero del 2013 (ver primer párrafo). No hay
duda alguna que tanto la revelación del Antiguo y Nuevo Testamentos se dieron
por amor cómo también afirmó Benedicto XVI.
Pero no podemos comparar la revelación del AT con la del NT ya que en el
AT esta no había finalizado.
En la primera lectura (Ex. 20, 1-17) Dios pone las estipulaciones de
su ley y de su alianza. Hay que entender que “la ley de
Dios no es para impedir la felicidad del ser humano, sino para consolidarla”
cómo ha dicho Fray Nelson Medina O.P. Recordemos que, aunque en tiempos de Jesús el pueblo no lo entendiera así, esta (la ley) esta nació por el amor que Dios le ha tenido siempre a los hombres. Tan
es así que primer mandamiento nos pide a amar a Dios sobre todas las cosas.
Hay dos puntos que esta lectura pone
de relieve y estos son primero que Dios es el único soberano de Israel. Históricamente esto sería hasta tiempos de
Samuel (último juez y primer profeta de Israel) cuando el pueblo de Israel para
ser igual que los demás pueblos de la época le pide un rey siendo Saúl y David
consecutivamente los primeros dos reyes de Israel. Aunque David fuera rey de Israel (el segundo)
en muchas de sus cosas sé dejo guiar por los profetas (en especial Natán) y por
Dios.
El segundo punto es que Dios le
recuerda a Israel que él fue su liberador.
“Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra
de Egipto y de la esclavitud” (Ex. 20, 2). Este está íntimamente ligado al primer punto
que mencione. Ya que continúa diciendo: “No tendrás otros dioses fuera de mí” (Ex. 20,
3). ¿Por qué fue esto así? Dios sabía muy bien que cuando Israel sé acercara
a los dioses paganos sé iba a contaminar y por ende Este tenía que ser algo
severo y tajante con sus mandatos.
En la
segunda lectura (1Cor. 1, 22-25) San Pablo nos enseña que el verdadero cristiano está llamado a
predicar “a Cristo crucificado” y ¿Por qué? Acaso porque somos masoquistas. Sin duda alguna, esa no es la razón.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
nos enseña que la vida de Jesús es un misterio de fe (ver CIC # 512 al 560). Para el cristianismo el misterio (cómo ya he
mencionado otras veces) es todo aquello que Dios ha revelado pero que no
entendemos del todo.
El triduo pascual nos presenta la pasión,
muerte y resurrección de Cristo Jesús cómo lo más importante y trascendente
dentro de todo el misterio cristológico.
Precisamente durante la cuaresma nos vamos preparando para lo que la Iglesia llama el Santo Triduo Pascual de
NSJC.
Hay una canción
del grupo católico puertorriqueño que se titula “A Cristo Hay que Vivirlo”. Eso es muy cierto, pero tenemos que tener
muy claro que a Cristo hay que vivirlo en la totalidad de su misterio. Esto encarnación (nacimiento en Belén) su en
vida pública (su predicación, enseñanzas, sus signos o milagros), su pasión,
muerte (cruz) y su resurrección (con su ascensión). Si queremos un Cristo en su totalidad no
podemos de dejar de predicar su crucifixión por cruel o dolorosa que haya
sido. Si total, por su crucifixión fuimos
y en fe y esperanza seremos salvados.
El Santo
Evangelio esta tomado de San Juan (Jn. 2, 13-25), cómo ya hemos mencionado. Este
texto joánico pertenece a lo que sé conoce en la teología cómo el “Libro de los Signos” (capítulos 2 al 12 de este evangelio).
Aquí es de
vital importancia que Jesús expulsa a los animales y no a las personas o este
caso los vendedores y los cambistas. ¿Por
qué hace esto? Si nos fijamos bien aquí se
da un signo profético. Hay que
preguntarnos ¿para qué eran usados estos animales? Estos eran de ser usados para los sacrificios
del templo.
Aquí cómo podemos
apreciar Él se estaba cambiando por los animales. Ya que Él sería el Hijo, que prefiguró Isaac
y que Dios no perdono cómo hizo con Isaac.
Él es Cordero que enredado en los espinos o enredaderas de este mundo
por los cuernos tenía que ser sacrificado desde el “Altar Mayor” de la Cruz por nuestra Redención y Salvación.
“Destruyan este templo y en tres días lo
reconstruiré” (Jn. 2, 19). Cómo nos continúa
diciendo el texto ellos pensaban que Jesús hablaba del Templo de Jerusalén,
pero Él hablaba de su cuerpo (ver Jn. 2, 21-22). Después con
su resurrección “sé le abrieron los ojo” o sea los ojos de la certeza (y la
esperanza) que da el creer en Jesús de Nazaret.
El evangelio del domingo pasado (02/25/18) el “evangelio de la Transfiguración
del Señor” (ver Mc. 9, 2-10) nos presentaba el “futuro” de la Gloria de Cristo Resucitado. Este domingo la liturgia nos presenta o nos
dice que no puede haber Cristo Resucitado sin un Cristo Muerto en la Cruz. Estos dos eventos muerte en cruz y resurrección
vienen a ser las dos caras de la moneda que necesitamos para la reflexión cristológica
de nuestra vida cristiana.
¡María Santísima que eres Madre del Hijo Crucificado y Madre del mismo
Hijo ya Resucitado ruega e intercede por nosotros!
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