En esta reflexión tratare de explicar cómo la conciencia es parte vital en nuestra moralidad cristiana.
Desde niño mi madre me había
enseñado que la conciencia es la voz de Dios dentro de mi interior. Mi madre
nunca fue maestra de religión pero si fue (y es) la mejor catequista que haya
podido tener en mi vida. Mi mamá puede que no sepa explicar “teológicamente” lo
que es y el porqué de la conciencia pero si fue (y es) un digno ejemplo de lo
que es vivir con la conciencia tranquila.
En esta reflexión tratare de
explicar cómo la conciencia es parte vital en nuestra moralidad cristiana.
Etimológicamente la palabra “conciencia”
significa “saber con”. La misma viene del latín “conscientia” de
“cum”, con, y “scire”, saber. Ahora bien, podríamos decir que la
conciencia es lo que nos deja saber que está bien y que está mal.
La conciencia es la disposición que
Dios nos da para discernir lo que es bueno y lo que es malo y nos ayuda a
impulsar nuestra voluntad a realizar el bien y resistir el mal. La conciencia
se puede distinguir entre recta o errónea. La conciencia recta reconoce la
verdad. Está alerta para irradiar cada instante de nuestra existencia. Aprueba
al hacer algo bueno y al hacer algo malo nos guía o dirige al arrepentimiento y
a la búsqueda del perdón.
La conciencia errónea (falsa) no
conoce la verdad ya sea por nuestra culpa o por la influencia del ambiente que
nos rodea. La conciencia falsa puede ser ignorante que no sabe que los actos
sean buenos o malos y permite que realicemos eventos malos sin darnos cuenta de
su maldad.
De igual forma la conciencia falsa
puede ser escrupulosa que cree que todo es malo. Es asfixiante y agobiante
porque la más pequeña de las faltas la dramatiza y la exagera como si fuera la
más infame de las faltas.
La conciencia la podemos ver como la
capacidad para descubrir la bondad y la justicia ya sea en lo personal y por
ende en lo social y comunitario. Somos criaturas capaces de brindar bondad y
vivir en la justicia no solo para con nosotros mismos sino con los demás.
El Catecismo de la Iglesia Católica
(CIC) en el # 1704 nos enseña que; “la persona humana participa de la luz y
la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de
las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por
sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor
de la verdad y del bien" (cf. GS 15, 2).
En contraste de ciertas tendencias
filosóficas contemporáneas (modernismo, marxismo, vitalismo etc.) y que a pesar
de algunos factores que señalan los sociólogos (los rasgos genéticos, el
trasfondo familiar, la cultura y el medioambiente) que caracteriza al ser
humano la tradición católica enfatiza que podemos permanecer libres y podemos
dirigir nuestras vidas en lo que es verdaderamente bueno.
Podemos
precisar que la conciencia realiza en nosotros el proceso de tomar decisiones
morales en nuestra vida. La conciencia como capacidad es lo que brindamos con
nosotros en cada situación moral. Un posible “examen” de nuestra conciencia se
podría basar en los siguientes puntos.
- Primero identificar el juicio moral que haya que realizar. El examen moral va a depender de cómo cuestionemos. De acuerdo a nuestros cuestionamientos podremos ver si enjuiciamos nuestros actos proporcionada o pobremente.
- Luego es muy conveniente buscar toda la información que sea necesaria al particular. Muchas veces creamos juicio moral inapropiado o incorrecto porque simplemente no poseemos la información adecuada para examinar las situaciones.
- Buscar la consejería adecuada. Como nos dice el CIC # 1788; “el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones.” Dios pone a personas cualificadas en distintas áreas para la consejería pero no podemos olvidar que su Espíritu Santo está ahí junto a nosotros para ser abogado y consolador.
- Evaluar alternativas, unas serán buenas, otras no tan buenas pero siempre habrá una que es la mejor alternativa.
- Reflexión y oración. En el proceso de discernimiento no siempre ha de ser fácil, puede que haya situaciones que requieran de tiempo pero sobre todo de mucha reflexión y oración. “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (Cf. Gaudium et spes # 16).
El juicio que hace la
conciencia tiene que tomar responsabilidad. Una responsabilidad que dará merito
cuando lo hacemos bien. De igual forma, dará una auto-reprimenda cuando obramos
como no es debido.
La enseñanza católica sobre la conciencia
realmente nos llama a un alto grado de madures y responsabilidad. Esta
enseñanza sobre la conciencia (especialmente sobre la libertad de
conciencia) presume que la persona responsable y madura es más atenta a la
vida moral tanto personal como comunitaria.
Como la conciencia es algo sagrado, el
respeto por la libertad de conciencia es parte importante del acato a la
dignidad humana como también es muy cierto que la conciencia es frágil. Este
punto sobre la fragilidad de la conciencia nos tiene que dirigir a revisar que
tenemos que decir sobre la santidad de la conciencia.
De la misma forma que el cuerpo humano se
debilita cuando no lo alimentamos debidamente así también la conciencia se ha
de debilitar cuando no nutrimos espiritualmente con la oración y la práctica de
las virtudes morales. Que esa voz de Dios en nuestro interior sea guiada
siempre por el Espíritu Santo.
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