¿Quién es
este Paráclito?
Quien es esta persona que Jesús prometió enviar a los
apóstoles en su lugar – esta persona que su llegada seria maravillosa que Jesús
diría, “¿Qué seria para su beneficio el
que yo me valla?” La Biblia describe que el Espíritu Santo es un “actor” o sea una persona que actúa.
La palabra “paráclito”
proviene del griego “paráklêtos” que
significa “consejero” o sea “aquel que es llamado a estar a nuestro
lado.” En latín seria “advocatus”
que se traduce como abogado o defensor y estas vienen a ser las acciones del
Espíritu Santo (abogado, defensor, consejero, consolador etc.).
El Espíritu Santo es claramente la persona que Jesús
envió para estar al lado de sus seguidores (discípulos) después que él se fue y
ascendió al Cielo.
Pero el Espíritu es mucho más que compañía. El
evangelio de San Juan nos muestra al Espíritu Santo como maestro de los apóstoles
y discípulos; testigo de Jesús y como acusador del mundo. El representa la
continua presencia de Jesús aquí en la tierra, quien ha retornado al Padre.
El Consejero por quien Jesús oró es el maestro que
continuara la instrucción de la Iglesia comenzada por Jesús. “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él
los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que
dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará,
porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre
es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”
(Jn. 16, 13 – 15).
El Espíritu Santo también es testigo de Jesús, porque
él es el “Espíritu de la Verdad”
aquel que debe testificar la verdad total acerca de Jesús. “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el
Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí”
(Jn. 15, 26).
La primera carta de San Juan nos dice; “son tres los que dan testimonio: el
Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo” (1Jn. 5, 7 –
8). El Espíritu Santo es la persona cuyo testimonio declara delante del todo el
mundo para certificar toda la verdad acerca de Dios.
¿Cómo podemos ciertamente notar cualquiera que posee
el Espíritu? Por medio de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación y que también
comience a ser testigo de Jesús con su vida y sus actos.
San Pablo declara “que
nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: ‘Maldito sea Jesús’ ” y
que “nadie puede decir: ‘Jesús es el
Señor’, si no está impulsado por el Espíritu Santo” (1Cor. 12, 3).
Juan continúa esta metáfora legal o imagen del
Paráclito cuando el habla del Espíritu Santo como el acusador (fiscal) del
mundo: “y cuando él venga, probará al
mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn.
16, 8).
El Espíritu Santo acusará y condenará al mundo del
pecado. Pero al mismo tiempo, podemos
decir que el Espíritu Santo es el abogador defensor para los cristianos cuando
el mundo atenta condenarlos y perseguirlos por causa la fe que profesan en
Cristo Jesús.
Jesús alude esta acción del Espíritu Santo como
defensor de los cristianos: “Cuando los
lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se
preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo
les enseñará en ese momento lo que deban decir” (Lc. 12, 12 – 13).
Los Hechos de los Apóstoles ilustran la verdad de
Jesús que prometió muchas veces. Nos muestra a Pedro, Esteban, Pablo y otros
sangrientamente defendiendo la fe en Jesucristo ente las cortes judías,
pensadores griegos, gobernadores romanos y reyes por la acción del Espíritu
Santo (ver Hch. 2, 14 – 33; 4, 8 – 21; 5, 27 – 32; & 7, 1 – 56).
Tanto en los Hechos de los Apóstoles como en todo el
Nuevo Testamento el Espíritu Santo es presentado como la persona que lleva una
relación personal activa con los discípulos de Jesús.
La tradición cristiana provee otro punto para la
partida que explora la pregunta, ¿Quién es el Espíritu Santo? Según aprendimos
el Espíritu Santo es la persona de Dios, la tercera de la Santísima Trinidad.
En él años 325 d.C. la Iglesia articuló la creencia
del Espíritu Santo en el Credo de Nicea. En el año 381 d.C. en el Concilio de
Constantinopla (concilio que es reconocido por los católicos, ortodoxos, muchos
protestantes y otros cristianos) los obispos de la Iglesia expandieron el
credo.
Este concilio proveyó respuestas a la controversia que
se había suscitado en la iglesia del cuarto siglo acerca de si el Espíritu
Santo era completamente Dios y si realmente era igual al Padre y al Hijo.
En respuestas a estas interrogantes, algunos
grandiosos trabajos han sido escrito sobre el Espíritu Santo (en griego) por
los Santos Padre del oriente (griego) como San Basilio el Grande, San Atanasio,
San Gregorio de Nisa y San Gregorio Nacianceno.
El resultado que produjo el Concilio de Constantinopla
fue la afirmación de la completa y total divinidad del Espíritu Santo. Además se añadió esta afirmación de la
divinidad del Espíritu Santo en el Credo de Nicea-Constantinopla que los
católicos, y muchos cristianos profesamos hoy en día:
“Creo en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas”.
Ciertamente las primeras comunidades cristianas
reconocieron al Espíritu Santo como una Persona a la cual podemos llamar “Señor” a quien le damos culto y le glorificamos
junto con el Padre y el Hijo.
En nuestra próxima intervención reflexionaremos sobre;
Nuestra relación con el Espíritu Santo.
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