El
Espíritu Santo como persona
Aliento, viento, agua, paloma, fuego, nube, don,
aceite, y el gesto de imponer las manos sobre una persona – revisando estas
imágenes bíblicas es fácil de entender porque los cristianos encuentran difícil
tener una relación personal con el Espíritu Santo.
¿Por qué tendemos a ver al Espíritu
como una fuerza o poder misterioso? Es
difícil tener una relación personal con el viento o el fuego. Pero el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
nos indica que estos son solo símbolos del Espíritu Santo y no el Espíritu
Santo como tal (ver CIC # 694 – 701). Ellos representan importantes aspectos
del trabajo y atributos del Espíritu, expresan atributos de una persona que no
tienen cara humana.
Pero la Sagrada Escrituras nos
presenta otros títulos e imágenes del Espíritu Santo que no los introduce como
una persona. Esto es una gran fortuna, porque el Espíritu Santo es una persona
como lo es el Padre y lo es el Hijo.
En la Ultima Cena el evangelio de San
Juan Jesús en su discurso describe al Espíritu Santo en términos que es
únicamente personal.
A causa de la humanidad de Jesús los
apóstoles pudieron conocerlo íntima y personalmente como su maestro y amigo.
Pero cuando Jesús les habló acerca de dejarlos para retornar al Padre, los
apóstoles temieron de que algún día quedarían solos, abandonados o “huérfanos” por Dios (ver Jn. 14, 18).
Para tranquilizarlos, Jesús les
explicó que el enviaría a alguien es su lugar: “Yo rogaré al Padre, él les dará otro Paráclito (Consolador) para que esté siempre con ustedes” (Jn.
14, 16).
Cuando Jesús observaba esa tristeza
que llenaba a los corazones de los apóstoles, el insistía; “sin embargo, les digo la verdad, es para su beneficio que yo me voy,
porque si no me voy el Consolador no vendrá a ustedes pero si me voy, yo lo
enviare a ustedes” (Jn. 16, 6–7).
Jesús caracterizaba al Espíritu Santo
como una persona cuando Él se refería al “Espíritu”
con el pronombre personal – “Él.” Más aun describía Espíritu Santo como “él otro” como el mismo estar con los
apóstoles, Jesús implicaba que los apóstoles tendrían una relación con este “nuevo” consolador cuya relación
personal era similar a la que tenían con Él.
San Lucas trata al Espíritu Santo
como persona cuando Él explica que el Espíritu no puede ser “engañado” ni “puesto a prueba” (ver Hch 5, 1–10).
En nuestra próxima intervención
reflexionaremos sobre; ¿Quién es este
Paráclito?
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