19 de marzo de 2011

Siguiendo a Jesus

Nos podemos hacer muchas preguntas sobre que cosas debemos hacer para seguir a Jesús de forma sincera e integra. El sentido común o la lógica (como solemos decir pueblerinamente en mi tierra) dictamina o nos dice que no podemos seguir algo (algún ideal, persona, costumbre, etc.) que no conocemos y mucho menos si no lo amamos o apreciamos de alguna forma. En el caso de los cristianos (= seguidores de Cristo) podemos aplicar estas forma de pensar y razonar sobre el seguir a alguien o a algo. El cantautor español Joan Manuel Serrat tiene una canción que dice: "golpe a golpe, caminante no hay camino se hace camino al andar." Precisamente, cuando hablamos del seguimiento a Jesús es muy recomendable echar un vistazo a las huellas de santidad que han dejado los que en generaciones anteriores a las nuestras han seguido a Jesus y hasta han dado su vida por El. Podemos fácilmente remontarnos al comienzo de las narraciones que nos hacen los Evangelios sobre la vida terrena de Jesus.

Antes que nada, quiera resaltar como la figura maternal es exaltada en la Biblia. El autor del Génesis (al menos uno de ellos) nos resalta la figura maternal con Eva (ver Gn. 3, 20). El nombre “Eva”, en hebreo, posee cierta similitud con el verbo que equivale a “vivir.” Sara es la mujer de Abraham (ver Gn. 11, 29) ella da a luz a Isaac porque nada hay imposible para Dios (Gn. 18,14). Ana es la madre de Samuel, quien concibe un hijo a quien llama Samuel “porque, dice, se lo he pedido al Señor” (1 Sm. 1,20). El libro de los Proverbios nos hace la siguiente elogio sobre las mujeres sabias y prudentes (que entre sin duda alguna podemos contar a las madres): "Una mujer de carácter, ¿dónde hallarla? Es mucho más preciosa que una perla." Ana, la profetisa, vivió siete años con su marido y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro: "No se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones." Presenciando el momento de la presentación de Jesús en el templo, "alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén" (Lc. 2,36-38). Isabel casada con un sacerdote llamado Zacarías. No tienen hijos y ambos son de edad avanzada (ver Lc. 1,5-7). Pero Isabel concibe un hijo, que le ha sido anunciado: “estará lleno de espíritu santo desde el seno de su madre” (Lc. 1,15). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos están llenos de ejemplos de mujeres que dan ejemplo elocuente sobre el don de la maternidad.

Explorando ya la figura maternal en las Sagradas Escrituras quisiera usar el ejemplo de María sobre el seguimiento de Jesus. Todos sabemos que Jesus, como ser humano al fin, nació de una madre. Permítanme poder reflexionar un poco sobre la vocación (llamado) que el mismo Dios por medio del ángel puso en Maria para ser Madre de nuestro Salvador y Redentor. El Evangelio de San Lucas (ver Lc. 1, 26-38) resalta tres veces la palabra "virgen" en el relato de la Anunciación del Ángel a María. Para poder entender esto hay que entender el contexto sobre este término "virgen" en el Antiguo Testamento. A diferencia de la palabra hebrea que puede significar tanto una virgen como una joven madre, Lucas se basó en la Biblia griega o Septuagésima, que es muy especifica. Quiere que perciban sobre María las locuciones de los profetas, que afirmaban que Dios sería acogido por la virgen de Israel. Dios quería conseguir a un pueblo que hubiese renunciado sus amos y sus ídolos para no ser más que de Él. Percibimos considerablemente en la Biblia la imagen del matrimonio de Dios con su pueblo. María es la Virgen y su Hijo será Dios-con nosotros (Emmanuel... Ver Is. 7,14).

Esta virginidad es como una garantía y confirmación de la alianza nueva que Dios entabla con la humanidad. El ángel revela a María la identidad y la misión del hijo que va a concebir. Primero lo expresa con las imágenes del Antiguo Testamento, inspirándose en los anuncios de personajes famosos, después, cuando contesta a María, declara el misterio de Dios Trinidad. "Concebirás en tu seno": (Véase Gn. 16,1; Ex 3,11; Jue. 6,11). Ya hablamos de la alusión a Isaías 7,14, que anunciaba al Emmanuel, es decir, al Dios con nosotros. María lo llamará Jesús, que quiere decir Salvador (o Dios salva). María expresa su disponibilidad. De ella nacerá quien es a la vez el “siervo” anunciado por los profetas (Is.42, 1; 50,1; 52,13) y el Hijo (Heb. 1) de Dios. Nos dice el Nuevo Testamento que María no fue pasiva o indiferente ante la misión de Jesús; “Después, Jesús bajó a Cafarnaúm, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos y se quedaron allí unos cuantos días” (Jn. 2, 12).

Por medio de nuestro Bautismo quedamos (al ejemplo de Cristo) constituidos en sacerdotes (sacerdocio común de los fieles & el ordenado o ministerial), reyes y profetas. Para ser fiel seguidor de Cristo tenemos que tener plena conciencia de estas tres realidades espirituales que posee cada cristiano. Nos dice la Primera Carta de San Pedro que "somos un pueblo sacerdotal" (Ver 1 Pe. 2, 5-9). Analizando la figura del sacerdote del Antiguo Testamento podemos inferir que la principal función del sacerdote era ofrecer sacrificios. Esta situación no ha cambiado en nuestro tiempo del cristianismo. La principal función del sacerdote sigue siendo la misma lo único que cambia es el contexto del sacrificio. En el Antiguo Testamento el sacrificio era imperfecto mientras que el Nuevo Testamento el sacrificio es definitivo y perfecto. Tenemos que recordar que Cristo es la vez, Cordero Inmolado y el Sumo y Eterno Sacerdote (según el rito de Melquisedec). El reinado de Jesus se contrapone a la figura de reinado (o cualquier gobierno) humanamente hablando. "Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mc. 10, 45). El cristiano es rey (o sea encargado de velar por el bien común de sus hermanos) para ser servidor al estilo de Cristo. La palabra profeta hoy en día suele parecer sinónimo de "adivino" pero para el cristiano (y el Pueblo de Israel) esto no es así. Ser profeta es una vocación (llamado) para anunciar y denunciar. Anunciar la justicia, el bien y la gracia (a nivel personal y comunitario) y denunciar la injusticia, la maldad y el pecado.

La liturgia y los sacramentos (en especial la Eucaristía) son expresión vital de la comunidad (Iglesia) donde Jesus se hace presente; "porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos" (Mt. 18, 20). En todo acto litúrgico se encuentra la Iglesia en oración queriendo descubrir ese "Camino, Verdad y Vida" que es Jesús. La palabra "eucaristía" significa "acción de gracias" (Ver Mt. 26, 26 ss.) en ella la comunidad parroquial se reúne en torno a la mesa del altar para ofrecer el máximo sacrificio (que es el mismo Cristo como Cordero Inmolado) y para dar gracias por los dones (materiales y espirituales) que hemos recibido de parte del mismo Dios. La palabra "liturgia" significa "acción del pueblo." Por medio de esta acción, acción centrada en la oración la Iglesia como pueblo transformado por la gracia y los dones del Espíritu Santo busca la acción salvadora de Cristo.

Retomando nuevamente el concepto de santidad que es el principal requisito para seguir a Jesus. "Porque yo soy el Señor, su Dios, y ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo" (Lev. 11, 44). "Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo" (Mt. 5, 48). Podemos analizar la historias de grandes santos (canonizados y sin canonizar) que al identificarse con Cristo por medio de la santidad supieron vivir la mejor versión de ellos mismos. El termino hebreo para la palabra "santidad" es "Kiddushin." Este tiene una doble significación; primero (y literalmente) significa "sacar aparte" en segundo término se aplica también al concepto de "bodas." En el Antiguo Testamento el Templo de Jerusalén estaba aparte (física y psicológicamente hablando) de los demás edificios. En igual forma, la clase sacerdotal (y/o la profética) estaba aparte de las demás profesiones. En este mismo sentido los cristianos somos sacados aparte del mundo para vivir igual a Cristo. La segunda aplicación para el termino hebreo "Kiddushin" es la de "Bodas." Es muy interesante como tanto Pablo con Juan usan le relación de esposo (Cristo) con su esposa (que es la Iglesia) (Ver 2Cor. 11, 2; Ap. 19, 7-8). Esta relación de Amor (la cual es la única relación que puede existir entre Dios y su pueblo) es el fundamento para vivir la santidad que conlleva el seguir a Cristo Jesús. Esta relación de amor entre Cristo y la Iglesia debe manifestarse en cada uno de los bautizados por medio de la práctica de las virtudes.

La santidad es la identificación con Cristo en el cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios, mediante el ejercicio de las virtudes. Las virtudes son hábitos (practicas o costumbres) buenos que nos llevan a realizar el bien. Las virtudes son hábitos operativos es decir que hay que actuarlos. No se trata de buenas intenciones, “pensar tengo que ser más ordenado” si no hay que ser mas ordenados. Las virtudes son la forma práctica y real por la cual podemos llevar a cabo ese seguimiento a Jesús, porque Él vivió la voluntad del Padre por medio de la vida de virtudes. En otras palabras la santidad y la vida de las virtudes nos llevan a vivir la mejor versión de nosotros mismos. Recordemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Dios es santo y Dios es amor por ende vivir la mejor versión de mi mismo es vivir en el amor (de Dios) que me lleva a la santidad. Es por eso que los santos nos abren y expanden el camino de fe, de la esperanza y la caridad. Estas tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad que recibimos en el bautismo) abren en nuestra alma y espíritu en camino a la santidad o sea el Camino de Jesus.

El éxito de toda buena receta consiste (muchas veces) no tanto en la receta como tal sino en saber seguir los pasos. Cuando se trata de seguir a Jesús sucede lo mismo, hay que saber seguir los pasos de la receta. En este caso, hay que entender que la Iglesia (y su Magisterio / Papa y los demás Obispos en comunión con el Santo Padre) es la "Cocinera." Jesús le dejo a los Apóstoles (y estos a su vez a sus sucesores los obispos) el Depósito (fundamento) de la Fe. Tenemos las Palabra de Dios (escrita [Biblia] y la no-escrita [Tradición Apostólica] que son las fuentes de la Sagrada Revelación) de la cual Jesucristo es el culmen y fuente (o alfa y omega) de la misma.


Otro elementos que podemos usar para crecer en el seguimiento a Jesus (al igual que para crecer en amor y santidad) es la oración y el silencio. Los Evangelios nos dice como Jesús acostumbraba a retirarse a orar y por ende a estar en silencio con el Padre Amoroso. Quisiera usar el Evangelio de San Marcos como ejemplo del estilo de oración de Jesús. Tomaba parte en la oración del día sábado en la sinagoga (Mc. 1, 21). Oraba de madrugada, en lugares serenos, en soledad (para buscar el silencio exterior e interior... Mc. 1, 35). Enseñó sobre la oración (Mc. 11, 24-25). Estando en la Cruz y próximo a la muerte, oró con las palabras del Salmo 22 (Mc. 15, 34). Son muchos más los ejemplos de la vida de oración de Jesus, estos sin duda alguna, pueden guiar nuestra vida de oración y silencio y de esta forma seguir mejor a Jesús.

Nuestro compromiso bautismal (de ser sacerdotes, reyes y profetas; y de vivir las virtudes) nos debe servir de fuente y base para nuestro seguimiento a Jesús. La misión de Jesús estribó en anunciar el Reino de Dios (de amor, paz y justicia). Si somos cristianos nuestra misión debe ser la de continuar expandiendo ese Reino de Dios. Esto es algo que lo hemos de lograr por medio de la vida de santidad, que mediante la vida de virtudes podemos mostrar ese amor a Dios y los hermanos por ende mostrar también esa fe en Cristo Resucitado. Quien está presente en su Palabra, en la Iglesia y en todos aquellos menos afortunados y hasta marginados. Que así nos ayude Dios.

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