10 de febrero de 2013

“¡Aquí estoy, Señor; envíame!” [Quinto Domingo Tiempo Ordinario (Ciclo C)]


La temática fundamental que nos propone la liturgia en este domingo es el envío, que al pie de la letra significa: ser puesto en el camino. Tres cosas conviene discernir en este domingo: quién envía, a quiénes envía, y por cual caminos los envía.

Empecemos sin embargo por los enviados. En la primera lectura (Isaías 6, 1-2a. 3-8), quien es convocado o llamado se reconoce como "hombre de labios impuros;" y en el evangelio los llamados son unos pescadores sin mucho éxito.  En esos personajes quedan bien evidenciados las dos grandes condiciones humanas: el pecado y la insuficiencia o impotencia.

Isaías se ve forzado a confesar su situación de pecado ante la luz deslumbrante de Dios que lo llama.  Los pescadores de Galilea, en cambio, no han obrado mal sino que sencillamente no han sabido o no han podido lograr lo que querían.  Al no lograr pescar nada durante toda la noche.

Si lo pensamos bien, también el pecado es un modo de insuficiencia, aunque interna.  Pecamos porque no soportamos el peso del camino.  Queremos encontrar una senda distinta y fácil hacia la felicidad.  De esta forma, confirmar que sí valemos, que nuestras cosas importan, que nuestras fuerzas y deseos pueden imponerse.

Todas estas limitaciones de los que son enviados terminan por producir asombro y confusión: ¿por qué el Dios que todo lo puede quiere valerse de instrumentos tan frágiles, tan ineptos, tan inclinados al error y tan capaces de traición?  La pregunta se hace más aguda si uno piensa en las historias vocacionales, a veces de final triste, que uno conoce en la Iglesia.

Esa pregunta que Dios se hace en el pasaje que oímos de Isaías tiene una preocupación y una profundidad extraordinarias.  He aquí a Dios que pregunta: "¿A quién enviaré?"  No le falta amor pero sí le falta quién le ayude.  Todos necesitan y es tanta su penuria, que pocos están dispuestos para aliviar la necesidad de otros.  El resultado es que Dios se queda como sin ayuda.

Bueno, ¿y no podría Dios resolverlo todo, sanarlo todo, completarlo todo por sí mismo?  Sí podría pero a precio de negar uno de los rasgos que él mismo quiso imprimir en su creatura racional, a saber, su dimensión social. Dios mismo nos creó capaces de interactuar unos con otros. Si Dios, sin intervención de ninguna otra causa, atendiera Él mismo a todas las necesidades y dolencias de cada ser humano, habría una dolencia y carencia que se quedaría sin atender, a saber, la carencia de amor y servicio entre nosotros.  Esa parte nuestra quedaría enferma o atrofiada si nunca se diera el caso de que un ser humano sirve con genuina caridad a otro.

Así pues, al crearnos como seres en sociedad, Dios en parte eligió tener que buscar "ayuda" en el ser humano para levantar y redimir al mismo ser humano.

Isaías grita: "¡Envíame a mí!"  Sus labios han sido purificados por una brasa del santuario y por el ministerio de un Ángel, y siente en su corazón la obligación de servir.  Quiere ser puesto en camino, aunque aún no sabe cuál es ese camino.

Algo semejante ocurre en el evangelio de hoy: aquellos pescadores “lo dejaron todo, y lo siguieron.”  Posiblemente entendían lo que dejaban pero en todo caso no parecían que supieran exactamente lo que descubrirían en el trayecto de este caminar.

Lo que si podríamos visualizar en todas las veces que Dios llama en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) es que el mismo Dios de una forma u otra muestra el camino.  No solo eso sino que El mismo da y es la fuerza para seguir dicha vocación y camino encomendado.
Hay que tener muy claro que lo único que importa del camino: es que Dios lo conoce muy bien.  No atañe o importa tanto saber por dónde voy, sino primordialmente con quién voy.

Hay dos cosas que hay que tener presente al seguir el llamado (sea cual sea) que Dios nos hace.  Primero, que ante este llamado y sus exigencias debemos rendirnos ante Cristo.  En otras palabras dejar que Él sea quien nos mueva y nos motive por medio de su fuerza (Espíritu Santo) y su amor.  Segundo, tener en cuenta como nos dice el evangelio de hoy, que en el momento en el que Jesús nos diga; "mueve tu barca", ese día cambiará nuestras vidas.  Esto implica que ante el llamado que Cristo nos hace no solo se mueven nuestros pies y corazón y el deseo.  Sino más bien, nuestra forma de ser (o sea toda nuestra vida) se debe mover o transformar (convertirse) al mismo ejemplo de Cristo.

En eso estriba es llamado, que no importa a donde se nos envié estamos llamados a ser y a vivir tal como Cristo lo hiso en su vida terrena.  Eso es dar testimonio de Vida Cristiana.

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