30 de enero de 2013

¡La Sagrada Escritura en ocasiones propicia beneplácito y a veces rechazo! (Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C)


¿Cuántas veces experimentamos la aprobación o beneplácito cuando anunciamos la Buena Nueva?  En realidad nos suele causar mucha alegría y entusiasmo.  En forma similar o en una perspectiva paralela podríamos preguntarnos ¿Cuántas veces sentimos en lo más profundo del alma el rechazo o hasta percusión en nuestra misión cristiana de anunciar el evangelio de Cristo?  Lamentablemente  esto es algo que el mismo Cristo tuvo que vivir como San Lucas nos narra en la primera lectura (Lucas 4, 21-30).  Las mismas suertes tuvieron muchos de los profetas del Antiguo Testamento que sufrieron la persecución por parte de las autoridades civiles y religiosas del Pueblo Escogido.
Sería muy bueno y propicio visualizar las circunstancias de esta escena del evangelio de este domingo.  "Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de la palabras de gracia que salían de sus labios" (Lucas 4, 32) indica el hagiógrafo (autor bíblico) al inicio del texto que hemos escuchado, pero a lo último todos estaban enfurecidos.  Y estaban tan furiosos, que querían acabar de una vez con Jesús derribándolo por un barranco, pero esta vez no lo lograron; lo harán posteriormente, cuando le ocasionen la muerte en el tormento de la Cruz.
La voz y la Palabra de Cristo no está para meramente complacernos.  La Palabra de Dios a veces se acoge con aprobación y otras veces con desaprobación.  Y por esta razón, quienes tenemos de alguna forma u otra la misión de predicar la Palabra, tenemos que revestirnos de paciencia y saber sobrellevar ambas cosas: la aprobación y los elogios, y la desaprobación, y los ataques, los insultos, la indiferencia, o las burlas.  Muchos santos desde San Pablo y los apóstoles hasta hombres y mujeres santos de nuestros tiempos (por ejemplo el Beato Juan Pablo II, el Padre Pió etc.) fueron y siguen siendo clara evidencia de esta situación.
Cuando los profetas y por ende Jesús predicaban no buscaban la aprobación de las personas o la comunidad.   Es muy interesante como la primera lectura (Jeremías  1, 4-5. 17-19) nos narra el llamado o vocación que Dios le asigna al profeta Jeremías.   “Entonces Yavéh extendió su mano y me tocó la boca, diciéndome: ‘En este momento pongo mis palabras en tu boca.  En este día te encargo los pueblos y las naciones: Arrancarás y derribarás, perderás y destruirás, edificarás y plantarás’” (Jeremías 1, 9-10).   Para que un cristiano hable, proclame, predique y viva a Cristo hay que estar asistido por ese poder y don de Dios que nos brinda su Santo Espíritu. Esto no es algo que podamos realizar por nuestras propias fuerzas.  El Bautismo y la Confirmación son los sacramentos por los cuales recibimos y  se nos da la plenitud de la fuerza del Espíritu Santo para ser asistidos en nuestra misión de pueblo sacerdotal, real (reyes) y profético en este mundo.
La misión de Cristo estribaba en que el mensaje que su Padre le había dispuesto a realizar, llegara integro.  Es por eso que cuando hablamos lo que realmente predispone la Palabra de Dios hay alguien o algunos que van querer criticar y hasta muchas veces llegar al extremo.  Ya no desean solo criticar sino tumbar el “árbol” que está destinado al anuncio del Reino de Dios cuando este ya no sirve para sus beneficios personales.
Nuestro compromiso bautismal no estriba en que hablamos buscando la aprobación de las personas.  Cuando sucede esto  el mensaje no ha de llegar íntegro, y por ende este no llegará por completo.  No podemos quedarnos con un Jesús incompleto o a medias.  Jesús no es un maniquí para que lo revistamos con el color que a nosotros nos parezca.
San Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 12, 31-13, 13) nos recuerda que no importa cuántos dones y carismas tengamos para realizar nuestra vocación y misión si nos falta el don y carisma (además de ser una virtud) más importante o sea el amor de nada nos serviría que tengamos los demás dones y carismas.  “El amor nunca pasará.  Las profecías perderán su razón de ser, callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado” (1 Corintios 12, 8).
Hay aspectos de la vida de Jesús que son muy hermosos y muy fascinantes y que fácilmente cuadran con nuestra manera de ser.  Hay otros que simplemente no nos gustan; pero nosotros no podemos estar escogiendo: "Este es el vestido que me gusta de Jesús; estas son las actitudes o cualidades que me gustan de Jesús."  Pero cuando habla de esas otras cosas que me incomodan, ahí sí no lo quiero, bajo esas condiciones no puedo seguirle.   El cristiano es aquel bautizado que sigue a Jesús.  Este seguimiento exige compromiso, empeño y dedicación.  O como dice el logo de Movimiento de Retiros Parroquiales Juan XXIII; amor, entrega y sacrificio.  Y estas palabras valen no sólo para los predicadores (obispos, sacerdotes, y laicos comprometidos) sino valen también para los profesores y educadores; los padres de familia; y para los administradores públicos.
Pidamos al Espíritu Santo, que nos dé dones y palabras de gracia, y que nos conceda adquirir actitudes coherentes para cumplir cabalmente con nuestro compromiso cristiano.   Sin la fortaleza interior, ni los padres de familia, ni los profesores, ni los políticos, ni los abogados, ni el clero (diáconos, sacerdotes y obispos),  ni el pueblo de Dios en general cumpliremos bien nuestra propia tarea y misión.  Pero con la gracia de Dios, cada uno de nosotros dirá palabras y actuará para que la voluntad de nuestro Padre Celestial se cumpla en cada uno de nosotros. 

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