23 de enero de 2013

“Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír” (Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C)



Todos los domingos la Iglesia nos ofrece su Palabra de Dios para celebrar, a predicar y a vivir a Jesucristo como fuente y culmen de la Divina Revelación que el mismo Dios le ofrece al género humano.  El contenido de la liturgia de este día es profundo y posee diversos grados en la cual se puede enfocar.
Hoy las lecturas (Tercer Domingo Tiempo Ordinario [Ciclo C]) nos presentan el caso de dos homilías como género literarios bíblicos.  Tanto la primera lectura (Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10) como texto evangélico (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21) nos presentan proclamaciones solemnes de la ley de Moisés y la ley de Cristo respectivamente.  La primera homilía de Esdras y los Levitas en medio del pueblo de Israel al retornar del destierro, leyendo la palabra y explicándola.  La segunda es la homilía más sublime que se ha pronunciado cuando Cristo, cerrando el libro, dice: "Estas cosas se han cumplido hoy."  
Hablar de la homilía implica que la Palabra de Dios no es lectura de tiempos pasados sino Palabra Viva, que, por medio de la acción del Espíritu Santo podemos decir que “hoy se está cumpliendo aquí.”  De allí el esfuerzo de aplicar el mensaje eterno de Dios a las circunstancias concretas de nuestra realizad actual. 
Esta es una perfecta oportunidad para hacer hoy un comentario sobre lo que es la homilía.  Ya que, gracias a Dios, a través de esa palabra estamos haciendo una catequesis y reflexión y estamos tratando de analizar lo que debe ser la homilía.  Esta debe ser la explicación sencilla de la Palabra Eterna y su aplicación concreta de esa Palabra que es luz, es fuerza, ilumina, consuela, orienta nuestra vida personal y comunitaria.
En la Eucaristía es donde Cristo nos dejó el memorial de su muerte y su resurrección.  La lectura de cualquier parte de la Biblia se centra en ese misterio.  De allí, que el predicador (Obispo, Presbítero [AKA Sacerdote] o Diácono) tiene siempre que estar consiente que en su homilía actualiza a Cristo.  Es por eso que la homilía al mismo tiempo que ilumina las situaciones diarias de la vida debe clarificar y orientar a la luz del Evangelio los caminos del pueblo.  De esta forma, como en la homilía de Esdras para que reafirmemos en unísona voz comunitaria y digamos: “¡amén, amén, alabemos y demos gloria al Señor!” y nos adhiramos con mayor fe y devoción a el Santo Sacrificio de la Santa Misa.
San Pablo (segunda lectura: 1Corintios 12, 12-30) con una larga comparación con el cuerpo nos ayuda a entender cómo debemos complementarnos y respetarnos unos a otros en la Iglesia.  No hay verdadera comunidad hasta que cada uno no participe activamente en la vida de esa comunidad, poniendo sus talentos al servicio de todos.
Hasta el menos dotado puede tener riquezas que se manifestarán en el momento preciso.  Incluso sus miserias pueden convertirse en riqueza para la comunidad cuando es acogida por esta.  Este texto concluye con un verso que omite el leccionario pero que es de vital importancia: “Ustedes, con todo, aspiren a los carismas más elevados, y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos” (1Cor. 12, 31). Pablo le indica a los Corintios quienes estaban ilusionados e alucinados por todo lo que era extraordinario, que nada es igual al amor verdadero.
La Palabra de Dios y por ende la homilía no es única y exclusivamente para ser escuchada.  Esta nos debe llevar a un compromiso, y un compromiso donde la triple misión de Cristo (que adquirimos en nuestro bautismo) de ser sacerdotes (que junto al sacrificio de Cristo Inmolado ofrecemos nuestra vida), reyes (el cual realizamos con un servicio abnegado y amoroso) y profetas (cuyo propósito es anunciar el amor, la justicia y denunciar lo que es injusto, el pecado y sus consecuencias) resuenen en nuestros corazones y sea algo palpable y latente de nuestra vida diaria.
Es por eso que las palabras “misa” y “misión” tienen la misma etimología (o sea la significación en cuanto el origen de las palabras) y es el de “ser enviados.”  Muy bien nos dice el Padre José Duvan González  que “la misa comienza al finalizar la Celebración Eucarística.”  Y es que nuestra misa y misión estriba en poder decir con nuestro testimonio como Cristo  “hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír.”  Porque hemos anunciado la Buena Nueva a los pobres, hemos pregonado a los esclavizados (física y espiritualmente) que hay esperanza para su libertad, y a los ciegos (en especial los del alma y del espíritu) que hay una Luz que rompe toda ceguera.
Inspirado en San Pablo puedo decir porque Cristo me ama; “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipense 4, 13).

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