Todos los domingos la Iglesia nos ofrece su Palabra de
Dios para celebrar, a predicar y a vivir a Jesucristo como fuente y culmen de
la Divina Revelación que el mismo Dios le ofrece al género humano. El contenido de la liturgia de este día es
profundo y posee diversos grados en la cual se puede enfocar.
Hoy las lecturas (Tercer Domingo Tiempo Ordinario
[Ciclo C]) nos presentan el caso de dos homilías como género literarios bíblicos. Tanto la primera lectura (Nehemías 8, 2-4a.
5-6. 8-10) como texto evangélico (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21) nos presentan
proclamaciones solemnes de la ley de Moisés y la ley de Cristo
respectivamente. La primera homilía de
Esdras y los Levitas en medio del pueblo de Israel al retornar del destierro,
leyendo la palabra y explicándola. La
segunda es la homilía más sublime que se ha pronunciado cuando Cristo, cerrando
el libro, dice: "Estas cosas se han
cumplido hoy."
Hablar de la homilía implica que la Palabra de Dios no
es lectura de tiempos pasados sino Palabra Viva, que, por medio de la acción del
Espíritu Santo podemos decir que “hoy se
está cumpliendo aquí.” De allí el
esfuerzo de aplicar el mensaje eterno de Dios a las circunstancias concretas de
nuestra realizad actual.
Esta es una perfecta oportunidad para hacer hoy un
comentario sobre lo que es la homilía.
Ya que, gracias a Dios, a través de esa palabra estamos haciendo una
catequesis y reflexión y estamos tratando de analizar lo que debe ser la
homilía. Esta debe ser la explicación
sencilla de la Palabra Eterna y su aplicación concreta de esa Palabra que es
luz, es fuerza, ilumina, consuela, orienta nuestra vida personal y comunitaria.
En la Eucaristía es donde Cristo nos dejó el memorial
de su muerte y su resurrección. La lectura
de cualquier parte de la Biblia se centra en ese misterio. De allí, que el predicador (Obispo,
Presbítero [AKA Sacerdote] o Diácono) tiene siempre que estar consiente que en
su homilía actualiza a Cristo. Es por
eso que la homilía al mismo tiempo que ilumina las situaciones diarias de la
vida debe clarificar y orientar a la luz del Evangelio los caminos del pueblo. De esta forma, como en la homilía de Esdras
para que reafirmemos en unísona voz comunitaria y digamos: “¡amén, amén, alabemos y demos gloria al Señor!” y nos adhiramos
con mayor fe y devoción a el Santo Sacrificio de la Santa Misa.
San Pablo (segunda lectura: 1Corintios 12, 12-30) con una larga comparación con el
cuerpo nos ayuda a entender cómo debemos complementarnos y respetarnos unos a
otros en la Iglesia. No hay verdadera
comunidad hasta que cada uno no participe activamente en la vida de esa
comunidad, poniendo sus talentos al servicio de todos.
Hasta el menos dotado puede tener riquezas que se
manifestarán en el momento preciso. Incluso
sus miserias pueden convertirse en riqueza para la comunidad cuando es acogida
por esta. Este texto concluye con un
verso que omite el leccionario pero que es de vital importancia: “Ustedes, con todo, aspiren a los carismas
más elevados, y yo quisiera mostrarles un camino que los supera a todos” (1Cor.
12, 31). Pablo le indica a los Corintios quienes estaban ilusionados e alucinados
por todo lo que era extraordinario, que nada es igual al amor verdadero.
La Palabra de Dios y por ende la homilía no es única y
exclusivamente para ser escuchada. Esta
nos debe llevar a un compromiso, y un compromiso donde la triple misión de
Cristo (que adquirimos en nuestro bautismo) de ser sacerdotes (que junto al sacrificio
de Cristo Inmolado ofrecemos nuestra vida), reyes (el cual realizamos con un servicio
abnegado y amoroso) y profetas (cuyo propósito es anunciar el amor, la justicia
y denunciar lo que es injusto, el pecado y sus consecuencias) resuenen en
nuestros corazones y sea algo palpable y latente de nuestra vida diaria.
Es por eso que las palabras “misa” y “misión” tienen
la misma etimología (o sea la significación en cuanto el origen de las palabras)
y es el de “ser enviados.” Muy bien nos dice el Padre José Duvan González
que “la
misa comienza al finalizar la Celebración Eucarística.” Y es que nuestra misa y misión estriba en
poder decir con nuestro testimonio como Cristo
“hoy se cumple esta Escritura que
acaban de oír.” Porque hemos
anunciado la Buena Nueva a los pobres, hemos pregonado a los esclavizados (física
y espiritualmente) que hay esperanza para su libertad, y a los ciegos (en
especial los del alma y del espíritu) que hay una Luz que rompe toda ceguera.
Inspirado en San Pablo puedo decir porque Cristo me
ama; “todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (Filipense 4, 13).
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