16 de enero de 2013

Las Bodas de Caná (Segundo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C)


Estas últimas tres semanas son las que la Iglesia llama la temporada de las Epifanías.  Hay que distinguir que con las primera dos de estas (los Magos de Oriente y el Bautismo del Señor) cerramos el tiempo litúrgico de la Navidad y con la última (Las Bodas de Caná) iniciamos el Tiempo Ordinario.    La palabra “epifanía” significa manifestación.   Estas tres manifestaciones del Señor al mundo pagano, a su pueblo de Israel y a sus discípulos representa un misterio que llamamos la Revelación Divina.   Aquí hay que definir y clarificar dos cosas: primero que es un misterio y segundo que la Iglesia entiende y enseña por la Revelación Divina.
Cuando hablamos de un misterio solemos pensar en aquello que está oculto y es impenetrable.   Por el contrario el misterio es aquello que Dios nos va manifestando (muchas veces “gota a gota”) pero que por nuestra estreches humana no podemos entender del todo.  La palabra usada por los hermanos cristianos del Medio Oriente (ortodoxos y católicos de Ritos Orientales) para lo que los católicos en Occidente conocemos como sacramentos es “Sacro Mysterion” (los sagrados misterios).  Porque los sacramentos podríamos decir que son esas manifestaciones (epifanías) que el mismo Jesucristo le da a la Iglesia y al mundo para darnos su redención y salvación.
La Revelación Divina es esa manifestación y expresión amorosa que el mismo Dios le hace al género humano sobre El mismo.  Nuestros hermanos separados del Seno de la Iglesia no dicen que la Revelación de Dios consiste en la “Sola Escritura.” La Iglesia Católica enseña y resumen que "la Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios" (DV 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas (Catecismo de la Iglesia Católica # 97).   Para poder entender esto hay que conocer cuáles son los cincos pasos fundamentales por los cuales se formó la Biblia.  Estos son los Eventos, la Tradición Oral, Tradición Escrita, la Edición y la Canonicidad de los libros bíblicos (la palabra “canon” significa ley o norma).
Dios se reveló por medio de los eventos.  Para el Antiguo Testamento estos transcurren en unos 2000 años y para el Nuevo Testamento estos eventos se dan en unos 100 años.   Estos eventos se comenzaron a transmitir de generación en generación y así nace la tradición oral.  Esta tradición oral comenzó a escribirse para el beneficio de las comunidades de la época.   Estas tradiciones orales y escritas se comenzaron a editar.  El orden actual de la Biblia es producto de esta etapa de la edición.   Ambas comunidades judía y cristiana del primer siglo de nuestra era cristiana comenzaron a reflexionar cuales de los libros fueron inspirado por el Espíritu Santo y se formó así lo que conoce como el “Canon Bíblico.”  Había otros libros y escritos que formaban parte de las tradiciones orales y escritas y que no formaron parte de estos cánones bíblicos.   Algunos de estos se les conocen como escritos apócrifos (del griego apokryphos” que significa “oculto”) tanto para el Antiguo como el Nuevo Testamento.
La lectura del evangelio de hoy (Juan 2, 1-11) es la tercera epifanía del inicio del ministerio de Cristo.  Los Magos de Oriente, el Bautismo en el Jordán y las Bodas de Caná de Galilea forman las tres epifanías de Cristo, tres manifestaciones y revelaciones  que sellan el origen del ministerio de Nuestro Señor.   La palabra hebrea para santidad (y dedicación) es “Kiddushin” significa literalmente “sacar aparte” esta se usa también para expresar lo que son los esponsales o compromiso matrimoniales (primera de las dos etapas del proceso de la boda judía).  Los cristianos desde nuestro bautismo somos sacados aparte de este mundo para vivir tal como Cristo.  La santidad a la que todos estamos llamados a vivir activamente al igual que el matrimonio requiere de esa unión amorosa con Dios.  Donde ya se deja de ser dos y se es uno con Dios y los hermanos.  Aquí se nos muestra otro contorno de nuestra unión con Dios.   Somos hijos e hijas de Dios formando así una familia que llamamos Iglesia.  La Iglesia llama a la familia humana la “iglesia doméstica” por la cual estamos llamados a vivir tal como la Familia Trinitaria, que es Padre, Hijo, y Espíritu Santo que nos da de su Amor como fuerza principal donde las relaciones humanas se santifican.
¡Nos hemos fijado qué la Biblia comienza y termina con una boda – Adán y Eva en el jardín del Edén y la Cena de las Bodas del Cordero (leer Génesis 2, 23-24 y Apocalipsis 19, 9; 21, 9; 22, 17) —!  En la Biblia, el matrimonio es imagen de la voluntad de Dios de la alianza de relación amorosa con su pueblo escogido.   Ese Dios que es Todo Amor  es el novio, la humanidad es su amada y anhelada esposa.   Esto lo vemos reflejado muy bien en la primera lectura de hoy (Isaías 62, 1-5).  Por eso en el evangelio de hoy, nos dice San Juan que Jesús realizó su primer "signo" público en un banquete de bodas.  Cuando Israel quebranta el pacto, este es comparado con un cónyuge infiel (leer Jeremías 2, 20-36).  Pero Dios promete tomarla de vuelta, para "abrazarla" y unirla a Él para siempre en un pacto eterno (leer Oseas 2, 18-22).
El vino nuevo que Jesús derrama en la fiesta de hoy es el don del Espíritu Santo que por medio de los Sacramentos, la Oración y la vivencia de la santidad en las virtudes cristianas la sigue dando a Su Novia (la Iglesia) como dice la epístola de hoy (1 Corintios 12, 4-11).  Esta es la "salvación", que se anunció a las "familias de los pueblos" como se nos proclama en el Salmo de hoy (Salmo 95, 1-3, 7-10).
El Autor Bíblico nos dice con inspirado acento: "Había allí seis tinajas de piedra destinada a los ritos de purificación de los judíos" (Juan 2, 6).  El agua se transformó en vino, ¿en qué radica el milagro?  Los calificativos son los que nos dan el significado a este prodigio.  El agua de purificación se convirtió en el vino de bodas.  ¿En qué consiste la purificación?  Consiste en limpiarnos y transformarnos no solo en lo exterior  sino esencialmente en nuestro interior.   La purificación es alejar los males, crear un espacio limpio, ser  y estar libre del mal.
En nuestras parroquias se celebran muchas bodas casi todas las semanas.  Cuando se casan, y se abrazan, y se estrechan, y se besan, ¿cada uno qué siente?  Que tiene un bien, que tiene lo mejor para su vida, por eso existen esas palabras cariñosas que ya casi no se utilizan, como suelen ser: mi bien, mi corazón, mi terruñito,  mi bomboncito, mi vida, mi amor, etc.   
¿Cómo hacemos para pasar de nuestros deseos de purificación a la alegría de las bodas?  Cristo lo hace.  Es el quien toma nuestro corazón humano, deseoso de liberarse del mal, y le concede realizar la purificación, abrazando el bien.  Cristo llega a nosotros como el novio, como el esposo, y nos abraza.   Todo el mensaje de Cristo posee una nota amorosa, que solo puede formularse, a veces, con el lenguaje de pareja.  Cristo nos muestra que Él es el que da el paso (pascua) entre el anhelo de purificación y la alegría de las bodas; entre nuestro deseo de alejare del mal y nuestra hambre de acercarse y abrazarse al bien.  Cristo lo hace y, sobre todo, lo realiza con lujo y hermosura de detalles en la Eucaristía, donde de forma oblativa se da a nosotros, se hace comida nuestra y nos posee como solamente Él puede hacerlo.    
María, Maestra de discípulos, da la solución: ella acude a Jesús a preguntarle y a pedirle (oración e intercesión) y confiadamente (en esperanza) nos dice: “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,5), y la gloria de Dios se manifiesta; simplemente haz la prueba, sencillamente inténtalo.

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