La actividad pública
del Señor comenzó con su Bautismo en el Rió Jordán en manos de Juan el
Bautista.
Mateo nos da una indicación
formulista de este evento – “en aquellos días”
– Lucas muy deliberadamente lo pone en el contexto de la historia secular de la
época. Esta nos permite visualizar y
asignarle a este acontecimiento una fecha particular en la historia.
Si leemos las genealogías
de Jesús tanto en Mateo y Lucas vamos a encontrar unas diferencias significativas. Mateo nos muestra un árbol genealógico comenzando
desde Abraham mientras que Lucas nos presenta una que se inicia con Adán. Las diferencias no estriban solo con quienes
comienzan sino las razones fundamentales para presentar ambas líneas genealógicas.
Mateo nos brinda una
genealogía desde una perspectiva nacionalista mientras que Lucas nos va a
mostrar la suya desde un ámbito universal.
De esta forma, nos proyecta la misión universal de Jesús con una salvación
para todos los seres humanos, o sea para todos los hijos de Adán.
Cuando Lucas nos
narra el anuncio a Zacarías y el nacimiento de Juan el Bautista nos dice que
esto sucedió “en los días de Herodes (el Grande), rey de Judea” para así
enmarcar un cuadro nacionalista con la persona del Juan el Bautista. En cuanto a Jesús y su infancia nos dice Lucas:
“en aquella época apareció un decreto del
emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino
gobernaba la Siria” (Lucas 2, 1-2).
Por ende, nos pone la persona de Jesús (y la Iglesia) en contracte con
el Imperio Romano.
Nos podríamos preguntar:
¿Por qué este contraste? La respuesta a
esto la podríamos visualizar por medio de la historia de la Iglesia en los primeros
tres siglos de la misma. La constante
lucha por supervivencia, las persecuciones y hasta las luchas internas como
fueron las herejías. Por encima de esto
antes mencionado, podríamos según la forma de San Lucas proyectar los
acontecimientos de Jesús situar a éste desde un marco cronológico de la
historia humana. Sería muy
contradictorio querer acomodar a Jesús dentro de una mitología (como los mitos griegos)
para determinar que Jesús pudo lo mismo existir qué no existir.
Pero como dice el
Papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” el punto no es solo la cronología. “El
emperador y Jesús representan dos distintos órdenes de realidades” (“Jesús
de Nazaret” pág. 10). El mismo Jesús dirá
“dar al Cesar lo que es del Cesar y a
Dios lo que es de Dios” (Marcos 12, 17).
Hay que cuando un líder secular (Cesar) puede quizás imponer su autoridad
sobre las personas pero no puede exigir
la obediencia de la conciencia, la cual solo se le debe a Dios. Esto no implicaba (para Jesús) que el Cesar
fuera el enemigo de Dios (así lo creían los fariseos). Por el contrario no da pistas de una
esperanzada compatibilidad entre el poder político (sea cual sea) y los
seguidores de Cristo.
Volvamos a Juan el
Bautista. La misión de este no era nada
nuevo ya fue mencionada y anticipada por los profetas (en especial Isaías). Lo que si fue nuevo fue cómo realizó esta vocación
de ser el precursor del Mesías. Los
rituales de purificación con el agua por medio de la ablución o lavatorio ya eran
muy comunes para el pueblo Judío desde el tiempo de Moisés. Lo que
si distinguía al bautismo o ablución de Juan era que pedía una confesión de los
pecados.
La predicación de
Juan el Bautista (al igual que la de Jesús posterior a este) nos proponía (y
nos sigue proponiendo) el arrepentimiento como requisito fundamental para ser
parte del Reino de Dios. Por lo tanto,
se requiere un cambio de actitud o de carácter desde lo más profundo de nuestro
ser. Esto es que implica la metanoia
(del griego) tanto para los primeros cristianos como para aquellos que optamos
por seguirlo en la actualidad. Es por
eso que este ritual de ablución realizado por Juan el Bautista la Iglesia lo
llama “Bautismo de Conversión”.
Pero como ya mencionado
antes, Jesús no tenía necesidad de este bautismo. Recordemos que Él es se Siervo de Dios que por
obediencia al Padre Dios se sometió a la voluntad de Este, para darnos una Redención
y Salvación universal. El discurso del Buen Pastor en el Evangelio de
San Juan nos da pista de esta eterna relación entre el Padre y el Hijo. “Las
obras que hago en el nombre de mi Padre manifiestan quién soy yo” (Juan 10,
25). “Yo
soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10,
11). “Yo
soy el Buen Pastor y conozco a los míos como los míos me conocen a mí, lo mismo
que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las
ovejas” (Juan 10, 14-15). Es por eso
(y por mucho mas) que el Bautismo de Jesús es signo y símbolo de nuestra redención
que Él nos ha brindado. Solo depende de
nosotros si asumimos y aceptamos esa redención de Cristo.
El Evangelio de San
Mateo expone este tema de la relación de obediencia incondicional de Jesús al
Padre. Esto hace de su vida (pasión, muerte
y resurrección) una justicia entera (“conviene
que así cumplamos todo lo que es justo”) de la cual se refiere Jesús con el
dialogo con Juan el Bautista (ver Mateo 3, 15) nos deja ver bien claro la
íntima relación entre el Hijo de Dios y el Plan del Padre. Esto nos muestra que el bautismo es el ápice de
la justicia de Dios. Este fue el motivo principal
por el cual Jesús se subordinó obedientemente al bautismo. Por esta razón los cielos se abren para que la
voz del Padre revele que Jesús es el Hijo muy amado (o sea bienaventurado por excelencia)
y privilegiado.
Nuestro sacramento
del Bautismo como San Pablo nos dice en la Carta a los Romanos en el capítulo 6
es muerte y resurrección en el mismo Cristo. Por un lado, la inmersión al agua simboliza la
muerte. Esto nos recuerda la extinción simbólica
del poder aniquilador y destructivo que puede tener las aguas de un océano. En la antigüedad se creía que el océano era un
riesgo permanente para el cosmos y el mundo. Porque este representaba las mismas aguas del
diluvio universal.
Nuestro Bautismo
requiere morir al pecado (y todas sus consecuencias) y renacer a gracia (a don
de Dios) o sea a la vida de Dios en nuestra alma. Es por medio del Bautismo por el cual nacemos a la vida de la
santidad y mucho antes de que podamos comprender y tener conciencia de
esto. Es por eso que le compete a los padres y
padrinos ser los educadores en fe de los hijos y/o ahijados en especial manera
con nuestro diario testimonio de vida cristiana. La
santidad es vivir por medio de las virtudes para lograr ser la “mejor-versión-de-nosotros-mismos.” La santidad no es cuestión de inercia sino
por el contrario requiere una actividad diaria de la caridad o sea el amor
hecho acción. Por eso cuando obramos con
amor obramos como Dios porque Dios es amor.
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