9 de enero de 2013

El Bautismo del Señor


La Vida Pública de Jesús comienza después de su Bautismo.  Para poder comprender bien la vocación y misión (vida, pasión, muerte y resurrección) que el Padre Dios le había encomendado a Jesús aquí en la tierra hay que entender que es y porque del Bautismo de Jesús.  Nos dice San Lucas que cuando Jesús comenzó su ministerio tenía unos treinta años.  Esta era la edad requerida para los varones en Israel poder comenzar su actividad pública.
¿Qué significado tenía el bautismo de Juan? Nos dice que San Lucas que Juan el Bautista comenzó a “recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.”  Como nos dice este mismo texto el Juan predicaba un “bautismo de conversión.”  Esta palabra conversión o arrepentimiento que en griego se dice “metanoia” implica un cambio de actitud o conducta pero no solo físicamente o en apariencia sino desde lo más profundo de nuestro interior.  Por eso nos dice San Pablo que esta metanoia debe ser una transformación donde nos despojemos del hombre (y de la mujer) viejo(a) hasta llegar a ser el hombre (o la mujer) nuevo(a) (cf. Efesios 4, 22-24).   Donde estamos llamados a despojarnos de ese ser humano viejo a semejanza de Adán para revestirnos de ese ser humano nuevo y renovado en el amor al igual que Cristo Jesús.
Ahora bien, por el conocimiento que tenemos de Jesús, podríamos decir que Jesús no tenía necesidad de este “bautismo de conversión” y estamos en lo cierto.  Pero no podemos pasar por alto que Jesús se sometió a este bautismo (como prácticamente todo en su vida) por obediencia al Padre.  El Evangelio de San Mateo nos narra esto en detalles.  “Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.  Juan se resistía, diciéndole: ‘Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!’  Pero Jesús le respondió: ‘Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo.’ Y Juan se lo permitió” (Mateo 3, 13-15).  Podemos ver como al final del evangelio que nos propone la liturgia de hoy vino el Espíritu Santo en forma de paloma y “se oyó entonces una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección’” (Lucas 3, 22) como consecuencia sumisión del “Hijo Amado” (como nos dicen textos relativos a este).
Hay tres elementos que podemos apreciar del Bautismo del Señor.  Estos son Jesús como Siervo de Dios, su salvación universal y la obediencia incondicional de Jesús como hemos dicho ya antes.
El primero de estos, nos lo narra el Profeta Isaías (Is. 42, 1-7) y es la actitud del Siervo de Dios.  Este asistido por el mismo Espíritu de Dios para llevar a cabo su misión o sea su vida, pasión, muerte y resurrección como ya hemos mencionado antes.  Lo especial de la actitud de Jesús (como verdadero Dios y hombre) es que vino a instaurar la justicia y su luz en medio de la debilidad del ser humano.  Por lo tanto, es tarea de todo bautizado (todo cristiano) testimoniar que Dios actúa en nuestras vidas.  Signo sensible y palpable de esto debe ser la manera de convivir e interactuar en la comunidad.  La comunidad cristiana (y cada cristiano) debe promover la solidaridad y la justicia para con todos pero en especial los menos afortunados y más débiles.  En particular forma con y por estos últimos, Dios actúa y salva y se hace presente la liberación requerida por el mismo Dios.
El segundo de estos elementos nos lo narra los Hechos de los Apóstoles (Hch. 10, 34-38).  Este texto nos afirma que el mensaje de salvación vivido y anunciado por Jesucristo es para todos sin excepción.  La exigencia por excelencia para ser parte de la Obra de Dios es esta metanoia o cambio radical en nuestras vidas.  De esta forma respetar (amar y adorar) a Dios y practicar la justicia o vivir en santidad.   Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos dicen que el hombre justo (como los profetas, y San José) es aquel que vivía en santidad.  Para esto hay que abrirse a Dios y abandonar toda clase de egoísmo para poder ir en completa libertad al otro, pues por medio del otro (el prójimo) es donde Dios se manifiesta.  Al igual que Jesús, todos los cristianos estamos llamado a pasar por esta vida “haciendo el bien” (viviendo las virtudes).  Esto es trabajar por nuestra salvación y por ende trabajar (orando e intercediendo) por la salvación de los demás.
San Mateo en su evangelio desarrolla este tercer elemento que es la obediencia incondicional de Jesús al Padre.  La justicia plena (“conviene que así cumplamos todo lo que es justo”) de la cual se refiere Jesús con el dialogo con Juan el Bautista (ver Mateo 3, 15) nos deja ver bien claro la íntima relación entre el Hijo de Dios y el Plan del Padre.  Esto nos indica que el bautismo es la plenitud de la justicia de Dios.  Este fue la razón fundamental por la cual Jesús se sometió obedientemente al bautismo.  Toda su vida tenía como fin hacer y cumplir la voluntad del Padre. Es por esto que los cielos se abren para que la voz del Padre proclame que Jesús es su Hijo amado y predilecto.
De esta forma, al ser Jesús el obediente y Siervo de Dios, nos puede brindar una salvación para todos.  Por consiguiente, el Bautismo de Jesús ya no es “bautismo de conversión” (para El) sino que es signo e indicador principal de nuestra Redención.

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