En este Segundo Domingo de
Cuaresma siempre se lee y se proclama, en los tres ciclos (A, B & C)
litúrgicos, uno de los tres relatos evangélicos de la Transfiguración del
Señor. Este año (Ciclo C) se proclama la
versión del Evangelista San Lucas.
El relato evangélico de
hoy es un hecho trascendente para la vida de los discípulos no solo Pedro,
Santiago y Juan sino también esa primera comunidad de discípulos de la primera
generación de cristianos. Jesús se
dirigía a Jerusalén como había anunciado a realizar la voluntad del Padre. Previamente, Jesús había manifestado que el
Hijo del Hombre, debía ser repudiado y crucificado por las autoridades (Lc
9,22; Mc. 8,31). Según el testimonio en
los Evangelios de Marcos y Mateo, los discípulos, sobre todo Pedro, no comprendieron
el anuncio de Jesús y quedaron escandalizados por la noticia (Mt. 16,22; Mc. 8,32). Jesús reaccionó reciamente y se volvió
a Pedro llamándolo Satanás (Mt 16,23; Mc 8,33).
Jesús quiso mostrar su gloria antes de mostrar su dolorosa muerte (y su
pasión). Les mostró su rostro empapado de
la gloria de su resurrección antes de que pudieran ver su rostro bañado en
sangre.
En muy curioso el hecho de
que cuando Cristo anunció la pasión, también anunció la resurrección. Notable es también el hecho de que los
discípulos no le entendieron. Sí hay que
notar que sí lograron entender los datos de la pasión y se escandalizaron. Pero no lograron captar lo que Jesús les
habló sobre la resurrección. Los
discípulos lo reconocían como el Mesías,
pero como un Mesías político, según la propaganda del gobierno y de la
religión oficial del Templo (Lc 9,20-21).
Esto es lo contrario a lo que Jesús le proponía sobre su persona, su vida
y su misión. Él les trató de explicar a
los discípulos que el camino previsto y anunciado por los profetas tenía que
ser un camino de sufrimiento, con una misión asumida y dirigida a los
marginados. Por ende quien quisiera ser
su discípulo debía asumir tal estilo de vida caracterizado al tomar su cruz (Lc
9,22-26). En esta etapa o momento de
crisis de los discípulos de Jesús es que sucede la transfiguración.
Lucas es muy específico
cuando nos dice que Jesús subía con Pedro, Santiago y Juan a la montaña a
orar. Más adelante veremos que a orar
también llegará Jesús al Huerto de Getsemaní con estos tres apóstoles. Es mientras oraba (Lucas 9,29) Jesús es que
sucede la transfiguración. Junto a
Jesús, en la misma gloria se encuentran Moisés y Elías, los dos mayores
exponentes del Antiguo Testamento, que personifican y caracterizan la Ley y los
Profetas respectivamente. Aquí sin duda alguna debemos recordar lo que
Jesús advierte a los discípulos sobre la Ley y los Profetas: “No piensen que vine para abolir la Ley o
los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo
5,17). Desde el comienzo, Jesús habla
como Señor: su vocación es retomar y dar vuelta a las certezas adquiridas (Ley y Profetas) como sólo Dios sabe hacerlo. En este sentido Jesús tiene como misión darles
plenitud a los que proclamó el pueblo de Israel con la ley y los profetas. De este modo, la Ley o los Profetas se refieren
a toda la Biblia. Por eso la Iglesia nos
enseña que Jesucristo es la plenitud de la Revelación Divina (Biblia y
Tradición).
San Lucas nos dice que los
discípulos estaban adormecidos. Cuando
estos despertaron vieron la gloria del Maestro y los hombres que estaban con
El. Podemos comparar nuestra vida con
esta escena de los discípulos adormecidos.
¿Cuántas veces nos quedamos adormecidos o en suspenso? ¡Quizás no literalmente! Pero cuantas veces descuidamos o estamos
distraídos en cuanto a nuestra misión y compromiso cristiano se refiere. Los discípulos despertaron y vieron la gloria
de Jesús. Quizás sea hora de despertar
de la indiferencia religiosa, quizás sea tiempo de despertar para el buen trato
y armonía familiar. Hay muchas cosas por
la cuales deberíamos despertar: vida sacramental, vida de oración, a la caridad
fraterna, etc. En nuestra oración
pidamos para que Dios nos mantenga despiertos de todas aquellas cosas que tanto
nos impiden estar viviendo despiertos y alejados de Dios y de los hermanos.
La Transfiguración continúa
siendo un auxilio para sobrepasar las crisis que la angustia y la cruz
(sufrimiento, desconsuelo, enfermedad, tormentos, etc.) nos causan hoy. Los discípulos semidormidos son el reflejo de
todos nosotros. La voz del Padre se
dirige a ellos, como a nosotros: “¡Este
es mi Hijo, mi Elegido, escúchenlo!”
Hay etapas en la vida en los que el sufrimiento es tan grande que una
persona llega a pensar: ¡Dios me ha abandonado! Y cuando menos se lo imagine la persona se da
cuenta que Él jamás lo ha abandonado, sino que la persona tenía los ojos
vendados (o estaba dormido espiritualmente) y no sentía la presencia de Dios.
Entonces todo cambia y se
transfigura. ¡Eso es la Transfiguración!
Esta sucede cada día en nuestra vida. Solo tenemos que despertar de ese diario
letargo de las cosas que nos distancia de Dios y de su gracia y su amor. Nuestra vida de santidad por medio de la oración,
virtudes y los sacramentos nos transfigura al amor a Dios y los demás. Que la Eucaristía sea esa oración de acción de
gracias por excelencia a Dios ya que El mismo transfigura nuestras vidas por
medio de la acción de su Espíritu Santo.
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