7 de abril de 2013

Domingo de la Misericordia (Segundo Domingo de Pascua – Ciclo C)


Hoy (04/07/2013) mis queridos hermanos además de ser el Segundo Domingo del Tiempo de Pascua es también el Domingo de la Misericordia.
El Beato Juan Pablo II canonizó a Sor Faustina Kowalska  el 30 de Abril del 2000.   Esta santa es conocida como el apóstol de la Divina Misericordia.  A través de ella el Señor Jesús transmite al mundo el gran mensaje de la Divina Misericordia y presenta el modelo de la perfección cristiana basada sobre la confianza en Dios y la actitud de caridad hacia el prójimo.  Jesucristo le inspira (inspiración personal) a Santa Faustina la Coronilla de la Misericordia.  El rezo de esta se ha convertido en una devoción muy popular en especial aquí en los Estados Unidos y muchos países Latino Americanos.
La misericordia de Dios se revela en toda la historia. Adán y Eva, a pesar de su pecado, reciben la promesa de la redención.  En Sodoma, en el tiempo de Noé, ante la esclavitud en Egipto, una y otra vez, Dios busca rescatarnos aunque son pocos los que le responden.  Pero la misericordia divina se manifiesta en su plenitud en Jesucristo cuyo corazón traspasado es fuente infinita de misericordia.  En el siglo XX Jesús visita a Santa Faustina y le muestra Su corazón traspasado del que emanan rayos de luz blanca (el agua del bautismo) y roja (Su Sangre) y le encomienda la misión de dar a conocer Su misericordia a todos los hombres.  Ante la pérdida de la fe del siglo XX, el mensaje de la misericordia se hace urgente pues es la única esperanza de la humanidad.
Entrando propiamente en la liturgia de este domingo, vamos a ver que hoy estamos culminando la Octava de Pascua.
La Pascua (Resurrección) de Cristo no anula ni sustituye las otras noticias; la noticia de Jesucristo no cambia a las otras noticias, ni las suprimes, ni las reprimes, ni las escondes.  El Cristo Glorificado que vimos el domingo pasado y este domingo no eliminan las huellas de los clavos ni la herida de su costado.  Por el contrario las sigue teniendo.  Están tan presentes en este instante como cuando sucedieron al momento de su crucifixión. Por eso la Iglesia nos enseña que “Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre.” 
Hoy nosotros, en la “escuela del Apóstol Tomás”, deseamos asomarnos a esas Llagas gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, nosotros quisiéramos que no se dieran esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores, dificultades, frustraciones o fracasos no se dieran.  Muchas veces creemos y queremos que Cristo sea ese “súper héroe” que combate contra todos los villanos y no sufre ni un solo rasguño.   Esto no es otra cosa que vivir en la fantasía.  Y por el contrario Cristo es la mayor expresión de la realidad.  Cristo es lo más real y por ende con todas sus consecuencias que existe en nuestra vida.
El Evangelio de este domingo (Jn. 20, 19-31) recalca y enfatiza la incredulidad de Tomás.  "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, ni no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creeré."  ¡Demasiadas condiciones y exigencias para dar el paso de la fe!
Nos podríamos preguntar a modo de examen de conciencia… ¿Pongo yo condiciones y exigencias para creer en Jesús?  ¿Pongo yo condiciones y exigencias para creer y seguir a la Iglesia que Jesús fundó?  ¿Pongo yo condiciones y exigencias para amar a Dios?  ¿Pongo yo condiciones y exigencias para amar a mi prójimo?  Sin duda alguna estas preguntas las debemos responder desde la reflexión y la oración.  Si hay algo que no esté bien,  pedirle a Dios y a su Espíritu que todo lo puede y todo los transciende que nos ayude a ser “creyentes ciegos y sin tacto” o sea creyentes que no pidamos ver y tocar para creer en Dios y todo lo que Él nos revela en su Santa Palabra y la Tradición de la Iglesia.
Por esa “fe ciega” nos dice la primera lectura (Hch. 5, 12-16) que crecía en número de los cristianos en tiempo de los Apóstoles.  Para reafirmar que la Iglesia (o sea los cristianos) creemos en un Dios Vivo, San Juan en su libro del Apocalipsis (1, 9-11a. 12-13. 17-19)  nos dice: “Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el primero y el Último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo.” 
Pero sólo Cristo resucitado tiene palabras de vida eterna y el poder de darnos esa vida eterna que nos promete.  ¡Porque es Dios verdadero y para Él no hay nada imposible!  Acordémonos, pues, del apóstol Tomás y de la promesa de Cristo: "Dichosos los que crean sin haber visto."  La fe es un don de Dios el cual nos transforma totalmente y nos hace cambiar nuestra existencia y la visión que podamos tener de las cosas.

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