Jesús resucitado asombró
diversas ocasiones a sus Apóstoles y discípulos apareciéndoseles en formas menos
esperadas. Una de estas apariciones, la
tercera, fue en la playa del Lago de Tiberíades (también conocido como mar de
Galilea).
Después de la
Resurrección de Jesucristo, ha llegado para los apóstoles la hora de la misión.
El número ciento cincuenta y tres (153) de peces pescados milagrosamente
simboliza el carácter pleno y universal de la misión de los discípulos y de la
Iglesia. A Pedro, Cristo resucitado le
dice por tres veces cuál ha de ser su misión: "Apacienta mis ovejas" (Juan 21, 1-19). Después de Pentecostés los discípulos
comenzaron a poner en práctica la misión que habían recibido, predicando la
Buena Nueva de Jesucristo (Hch. 5, 27b-32. 40b-41). Forma parte de la misión el que los hombres no
sólo conozcan a Cristo, sino que también lo adoren como a Dios y Señor (Apocalipsis
5, 11-14).
Cada evangelista, en
su forma peculiar y propia nos muestra como parte fundamental del mensaje de
Jesús cual debe ser la misión universal de la Iglesia. San Juan en el Evangelio de hoy recurre,
siguiendo su estilo propio, a los símbolos. El mar como imagen del mundo, del
conjunto de los hombres, era común en tiempos de Jesús y del evangelista; era
igualmente común, al menos entre griegos y romanos, la imagen de la nave, ej. la
nave del estado.
En nuestra liturgia
de la Palabra vamos a ver que según los Hechos de los Apóstoles la misión se
realiza mediante la predicación. Los
apóstoles han predicado a Jesucristo, sobre todo la grandeza del misterio de su
muerte y resurrección, y las redes de la nave de la Iglesia comienzan a
llenarse de peces. Es tal el empuje y la
eficacia de la predicación, que las autoridades judías se asustan y meten a los
apóstoles en la cárcel. "Pero Pedro
y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres". Hoy en día se ha
perdido de perspectiva el obedecer a Dios.
Como cristianos solo queda preguntarnos; quien ha recibido la misma
misión de Jesucristo, ¿podrá renunciar a ella? ¿Podrá igualarla a cualquier
otra misión en la vida? A los apóstoles
les parece imposible, y no tienen miedo a pagar cualquier (incluyendo la muerte
o martirio) precio por realizar su misión.
El mundo ha llegado
a ser en nuestros días una aldea global. Para los medios de la información, de
las finanzas, de las ideas no existen fronteras. Una ceremonia pontificia puede
verse simultáneamente en cualquier rincón de la tierra donde exista un
televisor, y, gracias a Internet puedes entablar un chat sobre cualquier tema
con hombres y mujeres a miles de kilómetros de distancia de tu habitación. Los cristianos, mediante todos estos
instrumentos, entran en contacto con personas que tienen otra visión de la
vida, que viven según otros modelos de existencia, que practican otra religión
y aceptan otras creencias. Este fenómeno
puede suscitar cierto estado de crisis en los cristianos, puede incluso
hacerles caer en un cierto relativismo religioso, pero puede ser por igual una
estupenda ocasión para poner en práctica, en grandísima escala y con los medios
más avanzados, la misión universal de la Iglesia.
¿Cuándo ha tenido la
Iglesia más medios para predicar a Cristo desde los tejados, con sus
numerosísimas antenas? Estamos quizá ante el reto histórico más imponente en la
obra misionera universal de la Iglesia. Esta
gran misión universal no la llevan a cabo unos pocos misioneros en tierras no
evangelizadas; la puede llevar cualquier cristiano, tú y yo la podemos llevar
adelante, desde nuestras casas o desde nuestros escritorios. Se ve claro que la misión universal de la
Iglesia requiere que cada cristiano sea un hombre convencido de su fe, y esté
preparado para dar razón de ella a quien se lo pida: en la calle, en la
oficina, o en Internet.
Hoy más que nunca
Jesús le sigue preguntando a Pedro (o sea Juan Pablo II, Benedicto XVI y
Francisco) ¿Pedro me amas? Con la vida y
testimonio extraordinario de estos “Pedros
modernos” podemos ver que la contestación a esta pregunta (¿Pedro me amas?)
es clarísimamente; “Señor tu sabes que
amo.” La contra-respuesta con
ternura de Jesús “apacienta mis ovejas”
sigue hoy más que nunca tan necesaria como en nuestros primeros siglos de
historia del Cristianismo. Esta misión de
apacentar y guiar al Pueblo de Dios que Jesús le ha encomendado a los sucesores
de Pedro y los demás Apóstoles (el Obispo de Roma y los demás obispos en plena comunión)
es una tarea ardua no solo en el aspecto humano (administración) sino más bien
en lo espiritual. Hoy más que nunca su guía
y dirección espiritual es de vital importancia. ¡Oremos por nuestros pastores!
Pero más que
preguntarles a los últimos sucesores de Pedro como cabeza visible de la Iglesia
esta pregunta se torna universal y por ende nos las debemos de aplicar a cada
uno de nosotros. La respuesta claramente
no puede ser únicamente verbal esa respuesta requiere acción, acción del
testimonio diario de vida cristiana.
¡Qué así nos ayude Dios con su gracia!
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