14 de abril de 2013

¡La Pesca Maravillosa! (Tercer Domingo de Pascua – Ciclo C)



Jesús resucitado asombró diversas ocasiones a sus Apóstoles y discípulos apareciéndoseles en formas menos esperadas.  Una de estas apariciones, la tercera, fue en la playa del Lago de Tiberíades (también conocido como mar de Galilea). 
Después de la Resurrección de Jesucristo, ha llegado para los apóstoles la hora de la misión. El número ciento cincuenta y tres (153) de peces pescados milagrosamente simboliza el carácter pleno y universal de la misión de los discípulos y de la Iglesia.  A Pedro, Cristo resucitado le dice por tres veces cuál ha de ser su misión: "Apacienta mis ovejas" (Juan 21, 1-19).  Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a poner en práctica la misión que habían recibido, predicando la Buena Nueva de Jesucristo (Hch. 5, 27b-32. 40b-41).  Forma parte de la misión el que los hombres no sólo conozcan a Cristo, sino que también lo adoren como a Dios y Señor (Apocalipsis 5, 11-14).
Cada evangelista, en su forma peculiar y propia nos muestra como parte fundamental del mensaje de Jesús cual debe ser la misión universal de la Iglesia.  San Juan en el Evangelio de hoy recurre, siguiendo su estilo propio, a los símbolos. El mar como imagen del mundo, del conjunto de los hombres, era común en tiempos de Jesús y del evangelista; era igualmente común, al menos entre griegos y romanos, la imagen de la nave, ej. la nave del estado.
En nuestra liturgia de la Palabra vamos a ver que según los Hechos de los Apóstoles la misión se realiza mediante la predicación.  Los apóstoles han predicado a Jesucristo, sobre todo la grandeza del misterio de su muerte y resurrección, y las redes de la nave de la Iglesia comienzan a llenarse de peces.  Es tal el empuje y la eficacia de la predicación, que las autoridades judías se asustan y meten a los apóstoles en la cárcel. "Pero Pedro y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres".  Hoy en día se ha perdido de perspectiva el obedecer a Dios.  Como cristianos solo queda preguntarnos; quien ha recibido la misma misión de Jesucristo, ¿podrá renunciar a ella? ¿Podrá igualarla a cualquier otra misión en la vida?  A los apóstoles les parece imposible, y no tienen miedo a pagar cualquier (incluyendo la muerte o martirio) precio por realizar su misión.
El mundo ha llegado a ser en nuestros días una aldea global. Para los medios de la información, de las finanzas, de las ideas no existen fronteras. Una ceremonia pontificia puede verse simultáneamente en cualquier rincón de la tierra donde exista un televisor, y, gracias a Internet  puedes entablar un chat sobre cualquier tema con hombres y mujeres a miles de kilómetros de distancia de tu habitación.  Los cristianos, mediante todos estos instrumentos, entran en contacto con personas que tienen otra visión de la vida, que viven según otros modelos de existencia, que practican otra religión y aceptan otras creencias.  Este fenómeno puede suscitar cierto estado de crisis en los cristianos, puede incluso hacerles caer en un cierto relativismo religioso, pero puede ser por igual una estupenda ocasión para poner en práctica, en grandísima escala y con los medios más avanzados, la misión universal de la Iglesia.
¿Cuándo ha tenido la Iglesia más medios para predicar a Cristo desde los tejados, con sus numerosísimas antenas? Estamos quizá ante el reto histórico más imponente en la obra misionera universal de la Iglesia.  Esta gran misión universal no la llevan a cabo unos pocos misioneros en tierras no evangelizadas; la puede llevar cualquier cristiano, tú y yo la podemos llevar adelante, desde nuestras casas o desde nuestros escritorios.  Se ve claro que la misión universal de la Iglesia requiere que cada cristiano sea un hombre convencido de su fe, y esté preparado para dar razón de ella a quien se lo pida: en la calle, en la oficina, o en Internet.
Hoy más que nunca Jesús le sigue preguntando a Pedro (o sea Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) ¿Pedro me amas?  Con la vida y testimonio extraordinario de estos “Pedros modernos” podemos ver que la contestación a esta pregunta (¿Pedro me amas?) es clarísimamente; “Señor tu sabes que amo.”  La contra-respuesta con ternura de Jesús “apacienta mis ovejas” sigue hoy más que nunca tan necesaria como en nuestros primeros siglos de historia del Cristianismo.  Esta misión de apacentar y guiar al Pueblo de Dios que Jesús le ha encomendado a los sucesores de Pedro y los demás Apóstoles (el Obispo de Roma y los demás obispos en plena comunión) es una tarea ardua no solo en el aspecto humano (administración) sino más bien en lo espiritual.  Hoy más que nunca su guía y dirección espiritual es de vital importancia.  ¡Oremos por nuestros pastores!
Pero más que preguntarles a los últimos sucesores de Pedro como cabeza visible de la Iglesia esta pregunta se torna universal y por ende nos las debemos de aplicar a cada uno de nosotros.  La respuesta claramente no puede ser únicamente verbal esa respuesta requiere acción, acción del testimonio diario de vida cristiana.  ¡Qué así nos ayude Dios con su gracia!

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