Este domingo (06/02/2013) la toda la Iglesia
Católica está de celebrando la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Nuestro
Señor Jesucristo. Esta celebración es un
eco que nos llega desde la Pascua. Esta gran solemnidad se define en una
palabra "Pascua." Nuestras alegrías están en manos de una solo comienzo,
de un gran acontecimiento, de un maravilloso júbilo, la palabra que cambió nuestras vidas y
la vida de cada cristiano, la palabra "Pascua."
En
muchos de nuestros países se solemniza esta fiesta el jueves después de la
fiesta de la Trinidad. Pero en otras
partes (como aquí en los Estados Unidos) se ha pasado esta fiesta al domingo,
con el razonamiento de enfatizar y recordar que el domingo es y debe ser siempre
el Día del Señor. Y siendo esta fiesta la de El Cuerpo y la Sangre Preciosísima
de Cristo, guarda y tiene pleno sentido que el Corpus Christi (como se dice en
latín) se celebre el domingo.
Esta
es una ocasión donde se acostumbra en muchos sitios sacar el Santísimo
Sacramento para hacer una procesión, como publicando y pregonando abiertamente:
"Sí Él está Presente y creemos en Él
y le adoramos." Esto sin duda
es una tradición cristiana todavía muy presente en muchos de nuestros
países.
Ojala
que nuestra comunidad parroquial se pudiera hacer algo similar para no perder
esta gran tradición. También hay que
tener muy presente que de la misma forma
que hacemos procesiones en los barrios, en las ciudades también Jesucristo
quiere recorrer y recrearse por las calles, por las oficinas, por las
universidades, por los parques, empapándolo todo con su amor, con su perdón,
con su gracia, con su pureza y con sus dones y talentos que quiere
brindarnos.
Jesús
quiere estar presente en todas partes y a toda hora. ¿Seriamos capaces de que con nuestro
testimonio de vida cristiana Cristo se haga presente donde quiera?
En
la primera lectura del Libro del Génesis (14, 18-20) se nos presenta a
Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios altísimo presentándonos un
sacrificio extraño, nada de animales sino sólo pan y vino, como en la
Eucaristía de Jesús. El autor de la
Carta a los Hebreos desarrolló una comparación notable entre Melquisedec y
Cristo. Para poder entender esta
comparación es muy aconsejable leer el capítulo 7 de la Carta a los Hebreos.
Podemos
sólo admirar la manera de cómo ese episodio de Melquisedec, que en la Biblia
ocupa tan poco espacio (ver Gn. 14, 18 y Salmo 110, 4), es aquí desmenuzado
para probar con una lógica irrefutable que Cristo debía cambiar toda la
religión de Israel. Los dones de profeta
del autor (recordemos que dicho autor es anónimo aunque algunos teólogos
sugieren que Apolo, quien fue discípulo de San Pablo como autor de dicha carta)
de esta carta son aquí evidentes.
En
los inicios de la Iglesia, esta no tenía otra Biblia fuera del Antiguo
Testamento. Estos libros sin embargo no parecían tener mucha relación con la
obra de Jesús. La tarea de los profetas
cristianos fue demostrar de qué manera la Biblia conducía a Cristo. No sólo refutaban los argumentos de los
judíos, sino que además creaban, con la ayuda del Espíritu, la interpretación
cristiana del Antiguo Testamento. Esto
lo podemos ver ampliamente en la Carta a los Hebreos.
La
energía primordial que encauza el destino de la humanidad, del mundo y de la
historia, es la victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre, para
tomarnos junto a él y asociarnos a su gloria eterna o sea la redención y
salvación que Él nos brinda. En forma
similar nos dice San Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 11, 23-26) “cada vez que comen de este pan y beben de
esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que venga” (1Cor. 11,
26). Esto se puede entender mejor cuando
leemos los siguientes dos versículos (27 y 28) del texto paulino antes
mencionado. “Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente
peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.
Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber
de la copa” (1Cor. 11, 27-28).
Cuando
se oficia la Santa Misa, sobre el altar se celebra para los cristianos el
sacrificio, la liturgia de la Pascua, el Pan que nutre nuestra fe es el Pan de
la Pascua, la Eucaristía, y cuando caemos en pecado y vamos a confesarnos, el
sacerdote, con la absolución, derrama sobre nosotros, según la expresión de
Santa Catalina de Siena, "Sangre de
la Pascua." O sea la Sangre de
Cristo que nos lava y purifica de nuestros pecados.
En
el Evangelio de San Lucas escuchamos la narración de la Multiplicación de los
Panes y los Peces. Los evangelistas (al
igual que la Iglesia y muchos cristianos hoy en día) pudieron ver entender (después
de la Resurrección de Jesús) en la Multiplicación de los Panes y los Peces el
anuncio de la Eucaristía. Meditando el
capítulo 6 del Evangelio de San Juan (Jesús Pan de Vida) podemos ver que el pan
es “lo que sale de la boca de Dios” y
es igualmente la Palabra de Dios como el Hijo bajado del Cielo, que se hace el
alimento espiritual y la fuente de vida de los creyentes.
¡Viva
Jesús Sacramentado! ¡Viva y por siempre sea amado!