3 de mayo de 2013

¡Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…! (Sexto Domingo de Pascua – Ciclo C)


Contrario a lo que muchas personas piensan la Iglesia no decide nada arbitrariamente.  La historia de la Iglesia ha sido testigo fiel de esto.  La liturgia nos expone en la primera lectura (Hechos 15, 1-2. 22-29) como San Pablo se reunió con los Apóstoles y los presbíteros cuando surgió la polémica de la imposición de la ley de Moisés a los nuevos seguidores de Cristo que no eran judíos.  A este tipo de reunión se le conoce como concilio.  Un concilio es un congreso o reunión de los obispos (sucesores de los apóstoles) y otros eclesiásticos de la Iglesia Católica generalmente dirigido por el sucesor de Pedro en Papa.
Esta reunión de Apóstoles y otros discípulos, en la que se pudo discutir y resolver la cuestión de la Ley y los cristianos venidos del mundo pagano, es conocida como el Primer Concilio de la Iglesia, o Concilio de Jerusalén.  A lo largo de los siglos la Iglesia ha tenido que apelar muchas veces a ese mismo recurso: reunir a sus obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles, para discernir, con la ayuda del Espíritu Santo, cuestiones doctrinales, morales, litúrgicas o pastorales de gran alcance. La última de esas reuniones fue el Concilio Vaticano II.  La convocatoria de este concilio la realizó el Papa Juan XXIII en 1959 y fue clausurado por el Papa Pablo VI en el año 1965.
Para poder comprender lo que conlleva e implica un concilio es muy importante tener en cuenta una serie de elementos que son necesarios para llevar a cabo un concilio.  Estos son escuchar, acogerse, discernir, orar y llegar a una conclusión.   Esto fue lo que hicieron Pablo y sus acompañantes junto a los apóstoles.  Se escucharon ambas partes, se acogieron como hermanos en Cristo, discernieron en base a lo que se había expuesto, oraron para buscar la asistencia de Dios y llegaron a la conclusión.   “Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro no imponerles ninguna otra carga fuera de las indispensables: que no coman carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne de animales sin desangrar y que se abstengan de relaciones sexuales prohibidas. Harán bien si se abstienen de esto, dejándose guiar por el Espíritu Santo” (Hechos 15, 28-29).
El Concilio de Jerusalén produjo un pequeño documento de media página mientras que el Concilio Vaticano II produjo muchos documentos  pero en el fondo es la misma idea.  Dios y su Espíritu Santo dirigiendo a su pueblo, Dios conduciendo y protegiendo a los discípulos de Cristo.
A los católicos se nos acusa de no leer ni conocer la Biblia.  De igual forma de nos conocer lo que enseña la Iglesia.  El Concilio Vaticano II nos abrió las puertas para la participación activa de los fieles en toda la vida de la Iglesia y por ende de la vida cristiana.  En este concilio (y todos los concilios) de la Iglesia se cumple muy bien lo que Jesús le dijo a sus discípulos: “Pero el Paráclito (Defensor, Abogado), el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.”  (Jn. 14, 26).
¿Cuáles son los principales documentos que produjo el Concilio Vaticano II?  El concilio produjo muchos documentos agrupados en las siguientes categorías: constituciones, declaraciones y decretos.  Quisiera enfocarme en las constituciones que son los documentos de mayor trascendencia, y que reflexionan acerca de los temas fundamentales que abordó el concilio. Estas son cuatro:
  •       Dei Verbum (Palabra de Dios) esta expone la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo y en medio de la vida de la Iglesia.
  •   Lumen Gentium (luz de las gentes o luz de las naciones) como nos dice el mismo documento se nos expone a “Cristo es la luz de los pueblos” (LG # 1).
  •   Sacrosanctum Concilium (Sacrosanto Concilio) el objetivo principal de esta constitución fue aumentar la participación de los laicos en la liturgia de la Iglesia Católica.
  •    Gaudium et Spes (Alegría y Esperanza) este trata sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo que nos alienta a vivir la alegría y esperanza cristiana para que un día el Reino de Dios llegue a todos los seres humanos.

Tanto en el Concilio Vaticano II como en el Concilio de Jerusalén se nos dice “¡Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…!”  Cuando leemos cada uno de estos documentos podemos comprender que el Espíritu Santo ha actuado como lo hiso en Jerusalén al inicios de los pasos de la Iglesia.

Ahora solo nos falta orar, leer, estudiar, y reflexionar (y orar) en estos documentos para poder conocer mejor lo que es la Iglesia Católica.  ¡Animo, recuerda que nuestra Iglesia es un tesoro!  ¿Cómo voy a cuidar ese tesoro si no la conozco?

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