9 de junio de 2013

¡Dios un Misterio tan cercano y tan real…! Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo – C)


Luego de haber renovado los misterios de la salvación -desde el Nacimiento de Cristo en Belén hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés-, la liturgia nos presenta la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios.  Dios es el más grande de los misterios.  Esto es sin duda algo real y verídico. 
Hay que tener bien claro como he dicho antes a que nos referimos cuando hablamos de un misterio.  Igualmente como he mencionado antes, el misterio no es lo que está oculto sino por el contrario el misterio es aquello que Dios va revelando al ser humano pero que este no puede comprender del todo.  De la realidad eterna y tangible que llamamos Dios no entendemos ni siquiera comparativamente hablando “ni la mitad de un grano de mostaza.”  O sea que solo conocemos algo relativamente mínimo de lo que es Dios.
La Iglesia nos ensena que hay un solo Dios con Tres Divinas Personas (Padre, Hijo, Espíritu Santo). El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) lo expone de esta forma: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la ‘jerarquía de las verdades de fe’ (Directorio Catequístico General (DCG) # 43). ‘Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo’ (DCG # 47) (CIC # 234).
Declarar que creemos en la Trinidad, es decir que creemos que Dios Padre ha enviado a su Hijo, y que gracias al sacrificio de ese Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, nosotros hemos podido recibir a Dios Espíritu Santo.  Indicar que creemos en la Trinidad es como resumir nuestra fe cristiana y es indudablemente el misterio más profundo, de pronto el que puede parecer más lejano, el más incomprensible, tal vez.  Esto suele ser así cuando tratamos de entender este misterio solo con el uso de la razón.  Pero hay que tener en cuenta es que solo con la ayuda que nos da el Espíritu Santo, con humildad y con nuestra inteligencia, podemos acercarnos a la comprensión del misterio de Dios.
En diversas ocasiones el Papa Juan Pablo predicaba sobre la Santísima Trinidad como una familia divina, y de esta forma dejarnos ver en el Dios Trinitario una unión perfecta, íntima, completa, amorosa, razonable y racional entre las personas divinas, ponerla como modelo de toda unidad, de manera que las familias, por ejemplo en esta tierra, y los pueblos, y los amigos, y los grupos humanos, y las razas, todos aprendamos que podemos ser distintos y al mismo tiempo estar unidos.  Esta comparación que sin duda la podemos aplicar a la familia que con toda razón la Iglesia llama “la iglesia doméstica.”  Pero de igual forma se puede aplicar esta comparación a la misma Iglesia como esa gran familia universal que debe vivir según el amor de Cristo Jesús.
¿Por qué los cristianos creemos en la Trinidad?  Sin duda alguna la respuesta a esta pregunta sería porque Dios es amor.  Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, y ese amor es el Espíritu Santo.  Los Padres de la Iglesia (teólogos ilustres de los primeros siglos de la Iglesia) solían nombrar al Hijo y al Espíritu Santo como las dos manos de Dios.  Dos manos que se abren para abrazar amorosamente a toda la humanidad.
Quisiera compartir con ustedes esta oración de Santa Catalina de Siena quien resume magistralmente lo que es la Santísima Trinidad. “Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir: ¡basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar, porque siempre está hambrienta de ti, Trinidad eterna; siempre está  deseosa de ver tu luz en tu luz. Como el ciervo suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma ansía salir de la prisión tenebrosa del cuerpo, para verte de verdad... ¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en sí todo amor propio del alma; tú eres la luz por encima de toda luz...Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre. ¡Pues tú eres dulce, sin nada de amargor! ¡Revísteme, Trinidad eterna, revísteme de ti misma para que pase esta vida mortal en la verdadera obediencia y en la luz de la fe santísima, con la que tú has embriagado a mi alma!” (Santa Catalina de Siena – ¡Oh Trinidad eterna!).

La Trinidad es un misterio de relación.  Misterio de relación amorosa, porque como dice San Juan, quien ama conoce a Dios.   La Trinidad nos revela el secreto para tener relaciones bellas.  Y lo que hace bella dichas relaciones es el mismo amor.  El poder de Dios siempre comunica su amor.  El amor dona, el poder domina.  Lo que envenena, corrompe y pervierte una relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de acogerle y entregarse que son cualidades del amor.  Según lo que he mencionado puedo concluir que Dios manifestó su amor para que seamos como El.

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