Los textos bíblicos que nos propone hoy la
liturgia son unos muy fuerte de entender y de digerir. Al Profeta Jeremías (Jer. 38, 4–6.8–10) lo
tiran a un poso fangoso para dejarlo morir allí. La predicación de Jeremías sonaba muy fuerte
y escandalosa para los príncipes y poderosos del pueblo judío. Por esta razón Jeremías tuvo que sufrir
mucha persecución y dolor.
Ser profeta hoy en día sigue siendo una
misión tan difícil y dura como lo fue en tiempos de Jeremías, pero hay que
hacerlo, es nuestro compromiso bautismal y cristiano.
El Salmo Responsorial (Sal. 39) si lo
leemos y lo comparamos con el texto de Jeremías (y todo el Libro de Jeremías)
veremos que casi un 100 % se puede
aplicar a este profeta del Antiguo Testamento.
El autor de la Carta a los Hebreos (Heb.
12, 1–4) le recuerda a su comunidad
cristiana (y a nosotros) que a ejemplo de Jesús puedan saber tolerar y pasar el
trago amargo de la dificultades, contrariedades y persecuciones que sufren en
carne viva.
San Lucas en su evangelio (Lc. 12, 49–53)
nos presenta a Jesús es un signo de discordancia, una bandera debatida pero
sobre todo como Aquel quien posee un valor y fuerza absoluta y categórica. Este texto se podría dividir en dos partes: 1º
(Lc. 12, 49–50) Jesús ante su Pasión o sea como se sentía Jesús sobre este
punto en su vida; 2º (Lc. 12, 51–53) San Lucas nos presenta a Jesús como signo
de contradicción. (Para
propósito de estudio y para entender el contexto de este texto lucano de este
domingo te recomiendo que leas y reflexiones desde Lc. 12, 33–48
y Lc. 12, 54–59.)
Si podemos encontrar fuerte el texto de Jeremías
mucho más fuerte es sin duda alguna el evangelio que Lucas nos presenta hoy. Hay dos expresiones del texto
neotestamentario que nos da San Lucas que no podemos pasar por alto y merecen
explicación para poder entender las razones de estas expresiones de Jesús. Primero Jesús nos dice: “¡He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera ardiendo!” (Lc. 12, 49).
No debemos preguntar: ¿a qué fuego se
refiere aquí Jesús? Cristo nos habla de
un fuego que purifica y no de un fuego para el castigo. Este es el fuego del amor de Dios, que quiere
transformar nuestras vidas para vivir en el amor, la caridad (amor hecho acción),
las virtudes cristianas y en definitiva en la santidad. En otras palabras, este es el fuego que nos
da el Espíritu Santo por medio de la iniciación cristiana (Bautismo, Eucaristía
y Confirmación) y nos mueve y nos impulsa a vivir en el amor, la caridad (amor
hecho acción), las virtudes cristianas y en definitiva en la santidad.
Este fuego solo se va extinguiendo por la
acción y las consecuencias del pecado.
Para eso Jesús le dejo una herramientas a la Iglesia que llamamos Sacramentos.
Si vemos que se nos está apagando esa flama
de Amor del Espíritu Santo en nosotros no tardemos muchos, busquemos al
presbítero (AKA sacerdote) para que por medio del Sacramento de la
Reconciliación poder echarle más “leña de
la Gracia de Dios” al fuego que mueve nuestra alma y espíritu para amar a
Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es este fuego quien nos lleva a vivir “la-mejor-versión-de-nosotros-mismos” o
sea la santidad como dice el autor católico Matthew Kelly.
La otra expresión de Jesús en el evangelio
que también nos podría parecer paradójica, contradictoria y discordante es
esta: “¿Creen ustedes que he venido para
establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más bien he venido a traer
división” (Lucas 12, 51). Recordemos
que estamos hablando del mismo Jesús que le dijo a sus discípulos: “les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que
yo les doy no es como la que da el mundo” (Juan 14, 27). Si nos fijamos bien aquí Cristo nos habla de
dos tipos de paz. La paz cristiana (de
Cristo) y la paz que ofrecen los líderes de las naciones.
Como militar que fui tuve la oportunidad de
poder ver tratados de paz entre líderes de distintas naciones. Esto es algo que hoy en día podemos conocer
por medio de los medios masivos de comunicación (prensa, radio, televisión e
Internet). Esa paz que nos da el mundo
puede fallar (y ha fallado). Vemos como
estos tratados de paz muchas veces por interese personales suelen
quebrantarse.
Pero la paz que no da Cristo nunca ha de
fallar. Siempre que así lo dispongamos
estará en nosotros y en medio de la comunidad cristiana. Esta paz de Cristo puede estar en medio de la
sociedad y en entre las naciones. Para
esto nos toca a todos los bautizados trabajar arduamente para que esta paz de
Cristo sea una lámpara luminosa entre la sociedad y las naciones. Recordemos es mucho el trabajo y duro pero se
puede logar.
Cuando leemos y reflexionamos la Palabra de
Dios no nos podemos quedar en una inercia ni en una pasividad. Si la Sagradas Escrituras no nos lleva a un
compromiso honesto y serio estamos perdiendo en tiempo.
Jesús nos pide que anunciemos su Buena
Nueva a todos las naciones para que estas se conviertan a Cristo y su Iglesia
por medio de instrucción cristiana (catequesis y evangelización) y la recepción
de los sacramentos (Iniciación Cristiana – Bautismo, Eucaristía y Confirmación)
para de esta forma disponernos a trabajar apostólicamente en medio de su Cuerpo
que es la Iglesia.
Que el Espíritu Santo que es fuego que
devora nuestro ser para llenarnos del amor de Dios nos ayude a continuar
arduamente nuestro compromiso bautismal para ser católicos que vivamos en la “la-mejor-versión-de-nosotros-mismos”. ¡Ven Espíritu Santo y llénanos del Fuego
de tu Amor! Amén.
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