22 de agosto de 2013

¡La puerta estrecha… que implica para el cristiano! Domingo XXI Tiempo Ordinario – Ciclo C

Isaías 66, 18–21: “De todos los países traerán a todos sus hermanos”
Salmo 116, 1–2: “¡Vayan por todo el mundo; proclamen la Buena Nueva!”
Hebreos   12, 5–13: “El Señor reprende a los que ama” 
Lucas 13, 22–30: “Vendrán de todas partes a la mesa del reino”


Sin duda alguna una de las preguntas más polémicas de toda la historia de la salvación lo es: “¿es verdad que son pocos los que se salvarán?” (Lc. 12, 23). Lo que para ser humano suele ser controvertible y enigmático para Dios suele ser lo más simple. En muy curioso que cuando este personaje bíblico (anónimo) le hace esta pregunta a Jesús, este no contesta a su pregunta sino más bien aprovecha la oportunidad para sacar una enseñanza. 

El lema del Movimiento de Retiros Parroquiales Juan XXIII (fundado en Puerto Rico) dice: Amor, Entrega y Sacrificio. Estos tres dones o cualidades son los que a mi entender implican entrar por la puerta estrecha para logar la salvación. Amor que en acciones se convierte en caridad fraterna tal como la vivió el mismo Cristo. Entrega y dedicación a la vocación universal a la santidad como nos lo pide el Vaticano II. Sacrificio oblativo de nuestra vida diaria que solo puede ser el reflejo del Sacrificio Mayor de Cristo en la Cruz y en la Eucaristía. 
San Lucas acentúa que Jesús y sus discípulos siguen el camino a Jerusalén que (desde el domingo 13 del Tiempo Ordinario – Lucas 9, 51–62) había emprendido.  Resalta además que Jesús “no estaba de vacaciones” sino que venía  recorriendo las “ciudades y aldeas enseñando” (Lucas 13, 22). Los mismos evangelios nos dicen que el tema principal de la enseñanza y predicación de Cristo lo era el Reino de Dios. O sea que toda sus enseñanzas (milagros o señales) estaban (y están) centradas en el Reino de Dios, que El mismo nos promete. 
Hoy Jesús como el Medico por excelencia nos dará por así decirlo una prescripción (aunque algo amarga y dura) para cómo obtener la salvación.  Para los que hemos tenido la bendición de Dios de ir a Tierra Santa conocemos muy bien cómo es la entrada (puerta) principal de la Basílica de la Natividad en Belén.  Mide menos de 4 pies de alto y es algo angosta.  Tenga en cuenta que yo mido más de 6 pies de alto (y peso más de 250 libras J) más mi condición de la espalda agrava más la situación (¡pero entre!). 
El meditar en esta condición de la puerta estrecha que nos pone Jesús para lograr la salvación me evoca los recuerdos y sentimientos cuando entre a esta hermosa basílica en Belén.  Claro está, esto que acabo de mencionar sobre la entrada de la Basílica de la Natividad en Belén no se pueda comprar con lo que implica en realidad (al menos espiritual y cristianamente hablando) pero nos puede dar una idea por lo que tenemos que pasar para obtener la salvación.
Si para algo el ser humano siempre ha sido (y será) bueno es para cuestionarse casi todo (o todo) en nuestra existencia humana.  Otra pregunta que nos podríamos hacer es: ¿para quienes es la salvación? O ¿Quiénes tienen derecho a la salvación?  La primera lectura nos da la respuesta a este tipo de preguntas antes mencionadas.  “Ahora vengo a reunir a los paganos de todos los pueblos y de todos los idiomas.  Y cuando vengan, serán testigos de mi gloria” (Isaías 66, 22).  Pocos pasajes de la Biblia nos manifiestan este enfoque tan universal de la salvación dada por Dios a todas las naciones de la tierra.
Para poder entender este texto del profeta Isaías (o tercer Isaías como es conocido) hay que remontarse al Génesis: “Haré de ti una gran nación y te bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tú serás una bendición.  Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan.  En ti serán bendecidas todas las razas de la tierra” (Gn. 12, 2–3).  Este pacto universal estará presente en toda la agenda salvífica.  La lectura que proclamamos hoy se conecta con esta promesa patriarcal.
Pero hay que tener en cuenta que la humanidad no es una comunidad unida, sino un conjunto de naciones continuamente enfrentadas y enemistadas entre sí.   Muchas veces por razones que carecen de sentido lógico (muchas veces por razones personales de unos pocos) y esto lo ha demostrado la historia de la humanidad.  Pero por encima de toda esta realidad hay que reconocer que la congregación de todos los pueblos y naciones es obra del amor gratuito y misericordioso de Dios que así lo ha planeado y concebido desde los comienzos de la historia de la salvación.
El autor de la Carta a los Hebreos nos dice que la corrección de Dios es signo de su solicitud paternal.  Dios es Padre y eso nos lo demostró muy bien Jesús no solo con sus palabras sino más bien con su ejemplo. Esto encierra una pedagogía y enseñanza para buscar a llevarnos a ser santos porque esa es nuestra vocación y llamado que mismo Dios nos hace. Lamentablemente los católicos le tenemos terror y pavor a la palabra santidad. Esto es muy común notarse cuando nos tildan de santos porque estamos en algún grupo dentro de la Iglesia y nuestra forma ser (hombre viejo) cambia radicalmente para seguir el mismo ejemplo de Cristo (hombre nuevo). Esta actitud paternal de Dios posibilita y alienta una actitud congruente en sus hijos para con sus hermanos a fin de ayudarles a llevar sus cargas (ver Gálatas 6, 2).
Quisiera concluir esta reflexión citando la oración colecta (de este domingo) por la cual el presbítero (sacerdote) recoge la oración de toda la asamblea y la ofrece al Señor esta es el culmen del rito inicial dentro de la Eucaristía.  “Señor Dios, que unes a tus fieles en una sola voluntad; concédenos amar lo que nos mandas y esperar lo que nos prometes, para que en medio de la inestabilidad de este mundo, esté firme nuestro corazón donde se encuentra la verdadera alegría.”  Después de esto solo nos quedaría decir; Señor nuestra salvación está en tus manos, Dios confiamos en ti, pero aumenta nuestra fe. ¡Que así sea!

No hay comentarios.:

Consultas y Respuestas: Testimonios de Fe…

Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Conclusión)

En estos tiempos en los medios de publicidad y de  “marketing”  (mercadeo) se nos presenta la felicidad temporera y efímera como si fuera  “...