29 de agosto de 2013

¡La Humildad virtud entre virtudes! Domingo XXII T.O. – Ciclo C

Eclo. 3,17-20.28-29: Hazte pequeño, y conseguirás el auxilio de Dios

Salmo Responsorial 67: En tu bondad, Señor, elaboraste un morada para los pobres

Heb 12,18-19.22-24: Se han acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo

Lc 14,1.7-14: Quien se engrandece será humillado


Vivimos en una sociedad donde las palabras tales como: humildad, obediencia, modestia y otras similares suenan contrarias a los estándares de la sociedad.  Dentro de la cantidad infinita que podríamos usar de ejemplo solo me limitare a uno.  En las empresas se suele ver muchas veces una obstinada y enfermiza competitividad esencialmente por obtener los mejores puestos. Una cosa es el que ascendamos en nuestro trabajo por un arduo y justo desempeño en el mismo versus querer lograr dicho ascenso a cuesta de toda clase de actitudes (o aptitudes) negativas e inmorales para obtener su propósito.

Hoy las lecturas que nos proponen la Iglesia nos quiere presentar la humildad como una virtud modelo dentro de nuestra vida cristiana.  Es muy interesante como el autor del Eclesiastés nos dice que obra con humildad lo querrán más que a la persona generosa (ver Eclo. 3, 17).  Podríamos preguntarnos porque este autor nos da esta premisa.  “Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc. 14, 11).

Hay dos tipos de personas generosas, esta aquel que es generoso y humilde al mismo tiempo.  Porque su mano izquierda no sabe lo que hace la derecha (ver Mateo 6, 3).  Pero hay otro tipo de persona que es generosa pero publica a los cuatro vientos lo que da a los demás.  Para este último tipo de persona la humildad es muy poca (por no decir ninguna).



Jesús en el evangelio hoy nos resalta que: “Cuando des un banquete, invita más bien a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos.  ¡Qué suerte para ti si ellos no pueden compensarte! Pues tu recompensa la recibirás en la resurrección de los justos” (Lucas 14, 12-14).  En otras palabras Jesús nos dice que seremos bienaventurados cuando nos ocupemos (de todo corazón y sin buscar nada a cambio) de los humildes y los menos afortunados.  Porque estos están en la gran lista de los preferidos del mismo Dios.  “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber.  Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa.  Anduve sin ropas y me vistieron.  Estuve enfermo y fueron a visitarme.  Estuve en la cárcel y me fueron a ver” (Mateo 25, 35-36).  Al hacer todo esto, el Señor nos dirá vengan mis bienaventurados a sentarse conmigo en la Mesa del Banquete del Reino de Dios.
La humildad nos aproxima a la sabiduría de Dios.  “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeñitos” (Lucas 10, 21).  Contrario de las actitudes de los poderosos, los humildes y sencillos distinguen notoriamente los signos del Reino de Dios que se manifiestan en la acciones y hechos de Jesús quien se hizo sencillo y humilde.  La limpieza de corazón de los humildes y sencillos les faculta ver las cosas con los ojos de Dios.  La gente sencilla ha sabido ver en las acciones humildes de Jesús, las señales y los signos del Reino de Dios que penetran con fuerza en la historia humana.
La humildad nos hace sabios porque nos pone en relación y acercamiento con todo lo que nos hace falta para crecer personal y cristianamente hablando.  Por el contrario, la soberbia nos hace ciegos y nos impide visualizar cuales son las cosas que debemos realizar para crecer.  El creer que se tiene la respuesta completa o el estilo completo, nos hace incapaces de creer y nos congela o endurece en cuanto a la misma esencia y naturaleza de lo que somos.  Nos dice un autor anónimo: "Sé humilde, porque la vida confesará tus errores".  Cuando somos humildes no tenemos ninguna objeción u oposición en confesar y pedir perdón de nuestros pecados y errores (ya sea sacramentalmente y/o con la persona a la que hayamos ofendido).
La humildad nos acerca a la sabiduría, y la vida confiesa los errores y por eso se nos invita a ser humildes.  El que es humilde, ese que persevera en la verdad de sí, reconoce que necesita de Dios, y cuando uno necesita de Dios y lo advierte, entonces puede recibirlo, porque Dios es generoso en dar y no es tardo en responder.
La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, Dios se acerca primero al que más necesita.  Ejemplo patente de esto son las Bienaventuranzas (ver Mateo 5, 1-12; Lucas 6, 20-23).  Cuando leemos cada una de estas veremos que quienes van dirigidas (pobres, pacientes, compasivos,  limpios de corazón, etc.) casi todas (o todas) se podrían referir a los humildes.
Cristo nos indica que hay que amar no solamente la humildad, sino también amar a los humildes.  En ellos, en esos que nos parecen “despreciables”, que nos parecen incluso como muchos dicen “desechables" (¡qué palabras tan horrible!), en ellos está la presencia de Cristo, hay una enseñanza de Cristo, está el amor de Cristo; porque Cristo en esas personas, lo mismo que con estas palabras, nos está enseñando en dónde tenemos que poner nuestro corazón.


Que el Espíritu Santo que guió en la humildad a María, Madre de Dios y de la Iglesia, nos ayude a crecer en la humildad y el amor fraterno tal como lo vivió su hijo, Jesús de Nazaret.

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