2 de septiembre de 2013

Dios nos dice: “Yo Soy”


Un hermano de mi parroquia escribió el siguiente comentario en una de las redes sociales: “Todos necesitamos la gracia, el amor, y la misericordia de Dios – todos."  Esto sin duda alguna es muy cierto.  Lo siguiente es mi reflexión en torno a este comentario del hermano en mi comunidad parroquial.
Tener la gracia, el amor, y la misericordia de Dios se traduce e implica tener a Dios en nuestra alma, nuestro corazón y en todo nuestro ser.  Ese Dios que por medio de su Santa Palabra nos dice “Yo Soy” (ver Gn. 15, 7; Gn. 17, 1; Gn. 26, 24; Ex. 3, 6; Lev. 18, 1; Jn. 6, 35; Mt. 16, 15; etc.) nos dice también:
-        Yo Soy la Gracia… que nos da el don de poder realizar las cosas en esta vida, nos da la vivencia sacramental y nos da la santidad.

-        Yo Soy el Amor… que nos da la vida humana, nos da además la bondad, la paciencia y la comprensión entre otras muchas cosas.

-        Yo Soy la Misericordia… que nos da la conciencia de que somos pecadores, más aun nos da el entendimiento de que Dios es pleno e infinito amor.  Aunque somos pecadores Dios siempre nos ha de tratar con su infinito y tierno Amor.

Esto no es para que se quede en nuestro interior.  Por el contrario debe reflejarse y actuarse (realizarse) en nuestro exterior.  Siendo Dios como es con nosotros así debemos ser con todos los seres humanos.
De esta forma podemos decir:
-        Yo soy agraciado(a)
o  ¿Recibo la gracia y trato de darla a los demás? O por lo menos, ¿trato que otros entiendan que de la misma forma que yo recibo la gracia ellos pueden recibirla?   Reconocer que recibimos la gracia es el primer paso para poder entender y reconocer las demás realidades espirituales (Cielo [= Presencia Beatísima de Dios], Salvación, Redención, Reino de Dios, etc.).  Tanto la Gracia como las demás realidades espirituales la recibimos gracias al Amor y la Misericordia de Dios.
-        Yo soy amoroso(a)…
o  Dios es Amor (ver 1Jn. 4, 8).  Esto implica que para Dios no hay barreras que puedan limitar a amarnos como a sus hijos que somos por medio (o gracias a) Cristo Jesús.  Debemos dar el amor a los demás de la misma forma que Dios nos da su Amor.  De gratis como un don y una virtud que debo brindar a los demás.  Poseer todas las cosas de este mundo (riquezas, inteligencia, etc.) es posible (y fácil en algunas ocasiones) pero si nos falta el amor de nada nos van a servir.   El amor transformado o hecho acción es lo que llamamos la caridad.  La caridad es mucho más que dar limosnas.  Dar limosnas es solo una simplísima parte de lo que es la caridad (amor).  Amar a Dios y a los hermanos implica todo lo bueno y la bondad de esta vida y la futura (en el Cielo o  la Presencia Infinita y Beatifica de Dios).
-        Yo soy misericordioso(a)…
o  Cuando nos ofenden (engañan, traicionan, etc.) es doloroso.  Cuando decimos “yo perdono pero no olvido” no hay misericordia que pueda pasar la barrera del odio y del rencor en nosotros.  Bajo estas circunstancias; yo NO soy (ni seremos) misericordia.  Pero de la mismo forma que Dios es misericordioso conmigo cuando yo lo ofendo (lo engaño, lo traiciono, etc.) yo debo brindar y dar misericordia a los demás.   Por medio de la misericordia, Dios nos perdona y  se olvida de todo; “borrón y cuenta nueva.” 
Estas tres (Gracia, Amor y Misericordia) no se pueden separar.  Estas son indispensables para vivir en santidad.   O sea por ellas vivimos nuestro compromiso cristiano.  Este compromiso que recibimos desde el bautismos que nuestros padres (y padrinos) asumieron (o no… solo Dios debe juzgar eso).   Pero ya desde adolescente (o pre-adolescente) es nuestra responsabilidad de ser sacerdotes (sacerdocio común de los fieles / Ver 1Ped. 2, 9), reyes y profetas.
Nuestra función sacerdotal nos llama a ofrecer el sacrificio de nuestra vida diaria (que debe ser reflejo del Sacrificio Mayor del Cuerpo y la Sangre de Cristo).  Nuestra función profética  nos llama a anunciar (el amor de Dios,  la justicia, la gracia de Dios etc.) y a denunciar (el odio de las personas, la injusticia, el pecado, etc.).  Nuestra función real nos llama a servir (ver Mt. 20, 28) a Dios y a los demás.  Somos sacerdotes, reyes y profetas porque por medio del Bautismo participamos de la Triple Misión de Jesucristo (Sacerdote, Rey y Profeta).

Dios… Bendiga… Amén. 

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