2
Mac 7,1-2.9-14: El rey del universo nos
resucitará para una vida eterna
Salmo
Responsorial 16: Al
despertar me saciaré de tu semblante, Señor
2
Tes 2,16–3,5: El Señor les dará fuerza para
el bien y les preservará del Maligno
Lc
20,27-38: Dios no es un Dios de
muertos, sino de vivos
Cuando
leemos muchos pasajes de la Biblia con regularidad nos suelen parecer como si
fueran cosas única y exclusivamente del pasado. La liturgia de hoy mediante su Palabra de
Dios nos muestra lo contrario en especial la primera lectura y el evangelio de
hoy. El ser humano desde tiempos
inmemoriales se ha preguntado (y nos seguimos preguntando) ¿Qué hay más allá de
la muerte? Hoy Jesús en el evangelio nos
da respuesta a esta pregunta.
La
primera lectura está tomada del Segundo Libro de los Macabeos este él es primer
libro en la Biblia que afirmara la creencia en la resurrección de muertos. Este libro va a ser de gran trascendencia
tanto para los fariseos como Jesús.
Jesús quien no compartía muchas de las actitudes de los fariseos (en
especial su forma de imponer a otros la Ley de Moisés) si creía al igual que
los fariseos en la resurrección de los muertos. Los fariseos eran descendientes de los
hasidim (o sea los piadosos), quienes eran (los hasidim) colaboradores de los
Macabeos. Esta primera lectura cuyo
género literario es la leyenda nos muestra como toda una familia estuvo
dispuesta a morir por respetar no solo su ley sino su creencia en la
resurrección de su vida futura.
No
hay duda alguna que en la sociedad conjunto a sus medios tecnológicos (internet,
medios de comunicaciones seculares, etc.) siempre nos ha de poner dudas e
incertidumbres en cuanto a nuestra fe y compromiso cristiano se refiere. La segunda lectura nos da (por así decirlo)
un hilo de esperanza. Los creyentes al
estar sumergidos ante la sociedad y el mundo nos vemos rodeados de dificultades
y por eso necesitamos del consuelo de Dios.
En esta Segunda Carta a los Tesalonicenses San Pablo nos hace una exhortación
a la perseverancia. Pero no podemos
perseverar en la vida cristiana sin la vida de oración (en especial al Espíritu
Santo) y sin la vida de la Iglesia (o sea sacramentos, dirección espiritual y
oración). La palabra con que más se
define al Espíritu Santo es paráclito o sea consolador (entre otros
significados que tiene esta palabra).
Hoy
en día donde tanto se ataca a la Iglesia (con o sin razón) más que nunca esta
(o sea todos los bautizados) necesitamos de la protección y amparo del Espíritu
que siempre ha gobernado (y que siempre lo hará) la Iglesia.
Ya
estando Jesús (en sus últimos días) en Jerusalén muchos de sus adversarios se
dieron a la tarea de cuestionarle sus creencias y enseñanzas. No es que esto sea algo nuevo una vez que
llego a Jerusalén sino que se dará con gran alcance una vez ha llegado a la tierra
del Sion. Esta vez los saduceos quienes
no creían en la resurrección de los muertos le ponen una clásica conversación
basada en la famosa (en esos tiempos) ley del levirato (tipo de matrimonio en
el cual una mujer viuda que no ha tenido hijos se debe casar [obligatoriamente]
con uno de los hermanos de su fallecido esposo; este fue el caso de la historia
de Rut la Moabita).
La
respuesta de Jesús sin duda alguna es digna no solo de admirar sino de
reflexionar. Hoy en día, este
cuestionamiento sigue estando en circulación.
Un ateo (práctico o teórico) nos propone esta misma pregunta. Si decimos defender nuestra fe de otros
cristianos (cosa que está muy bien) con mayor razón debemos defenderla de los
que no creen (totalmente) en Cristo y el cristianismo.
Es
muy interesante como Jesucristo nos propone que nuestro Dios es un Dios de
vivos y no de muertos (ver Éxodo 3, 1ss).
La resurrección es la puerta exigida para la vida eterna. Las resurrecciones realizadas por Jesús en
los evangelios (ver Mc. 5,21ss; Lc.
7,11ss; Jn 11; y Jn 11, 23–27) simplemente son “signos” o primicias de esta respuesta
definitiva de Dios para con el ser humano.
Estar
vivos es lo que interesa, (pero no a cualquier precio o de cualquier modo),
estar vivo implica mucho. No se trata
sólo de tener buena salud, sino de dejar una huella de bondad en el género
humano: agradecimiento, perdón, solidaridad, compasión, deseo, paciencia,
capacidad de goce y de resistencia. Ser cristiano significa “saber lo que puedo y debo esperar”; hoy y en la eternidad.
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