Mal 3, 19-20: Los
iluminará un sol de justicia
Salmo Responsorial 97: El
Señor llega para regir la tierra con justicia
2 Tes. 3, 7-12: Quien
no trabaja, que no coma
Lc 21, 5-19: Con
su perseverancia salvarán ustedes sus vidas
Estamos en el tiempo entre la primera venida y la segunda venida de la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, nuestro Señor Jesucristo.
En su primera venida de Jesús se realizaron su Encarnación, Vida
Pública, Pasión, Muerte y Resurrección.
En su segunda vendrá vestido de Gloria y Majestad como nos dicen las
Sagradas Escrituras. Sin ir a los extremos,
hoy en día es muy conveniente recordar que el Señor ha de regresar como lo ha
prometido. Más aún, como proclamamos en el Credo desde la derecha del Padre
vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Por eso más que recordar es necesario procurar cada día vivir más aptos
y mejor preparados para la llegada definitiva del Santo Reino de Cristo
(segunda venida). O sea un buen
cristiano debe vivir cada día como si fuera el día definitivo o final de esta
esperada segunda venida del Señor. La
Palabra de Dios que nos propone la liturgia este domingo nos invita a
reflexionar sobre las realidades últimas, sobre el fin de la historia y la
venida definitiva de Cristo.
Malaquías es el profeta que anuncia el “Día del Señor”, que purificará a los sacerdotes, destruirá toda
injusticia y dará el triunfo a los justos.
El la Biblia la palabra justicia frecuentemente es usada como sinónimo
de santidad. El justo o la justa tanto
en el Antiguo como Nuevo Testamento eran el hombre o la mujer que buscaban
vivir al margen de la justicia divina y por ende de su santidad. Y es que vivir en santidad es vivir de la
justicia que viene del mismo Dios para con los demás. El profeta nos recuerda que el día del Señor
ha de llegar dejándonos saber cuáles son las consecuencias tanto para los malos
como para los buenos.
Esta primera lectura está cargada de todo un lenguaje apocalíptico. Con textos como estos muchos de los
cristianos fundamentalistas suelen querer meternos miedo. En realidad no hay que tener miedo sino más
bien estar en vigilancia (ver 1 Ped. 5, 8) y preparándonos constantemente
buscando así la perseverancia (ver 2 Tim. 4, 5-8) en el caminar cristiano.
Ante una ilusoria expectativa del regreso de Cristo para algunos en la
comunidad cristiana de Tesalónica surgió la interrogante de porqué trabajar si
Cristo viene pronto. Esto trajo o
produjo una vida perezosa y de holgazanería en estos. San Pablo invita a la comunidad a seguir su
ejemplo de arduo trabajador. Para Pablo
la honestidad y el esfuerzo para ganar su propio sustento son valores que
enriquecen la vida de santidad. Aquí se
podría aplicar una expresión que desde niño escuche en mi pueblo: “a Dios rogando y con el mazo dando.” El Señor ha de volver pero nos toca a cada
uno de nosotros trabajar y en pleno amor, hay que vivir en justicia para
construir la paz.
San Lucas aborda el tema escatológico (creencias de las cosas finales)
en dos ocasiones en su evangelio. La
primera en Lc. 17, 22-37 donde nos habla del final de los tiempos. En la segunda, en este capítulo 21 donde se expone la destrucción y demolición del Templo de
Jerusalén como símbolo y anticipo de la destrucción del mundo.
Aprovechando ciertos comentarios de quienes ponderaban la belleza del Templo
de Jerusalén, Jesús les da una gran
lección a los discípulos. Recordemos que
unos veinte años antes del nacimiento de Jesús, Herodes el Grande comenzó un
gran proyecto de remodelación del templo.
Este proyecto sin duda alguna dio frutos estéticos, los cuales estaban a
la admiración de los que peregrinaban al templo.
Jesús nos da a entender que las cosas que realizamos los seres humanos tienen su caducidad
incluyendo aquellas que suelen ser más sagrada, como lo era el Templo de
Jerusalén en su tiempo. Solo hay algo que permanece para siempre y es
el amor de Dios de donde deben brotar todas las demás virtudes y dones. Las palabras de Jesús no pasaran, no caducaran
porque encierran en sí mismas el amor de Dios en la más profunda intensidad.
Para salvarnos y para que alcancemos la vida eterna, los discípulos de
Cristo debemos perseverar en las pruebas, soportándolas con paciencia,
esperanza y con amor.
Vivamos el hoy que encierra toda una eternidad en el amor de Dios para
con los demás. Vivamos ese hoy del Señor
como ocasión perfecta para dar testimonio del amor cristiano. De todas las promesas de Dios la promesa más
perfecta y leal es la promesa de su amor.
Por eso hagamos tangible ante los
demás esa promesa amorosa de Dios.
Vivamos el hoy de Dios amando tal como Dios nos ama. Vivamos el hoy del Señor, que es hoy, será
mañana y debe ser siempre.
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