17 de noviembre de 2013

¡‘Hoy’ es el Día del Señor…! Domingo XXXIII Tiempo Ordinario – Ciclo C

Mal 3, 19-20: Los iluminará un sol de justicia
Salmo Responsorial 97: El Señor llega para regir la tierra con justicia
2 Tes. 3, 7-12: Quien no trabaja, que no coma
Lc 21, 5-19: Con su perseverancia salvarán ustedes sus vidas
Estamos en el tiempo entre la primera venida y la segunda venida de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, nuestro Señor  Jesucristo.  En su primera venida de Jesús se realizaron su Encarnación, Vida Pública, Pasión, Muerte y Resurrección.  En su segunda vendrá vestido de Gloria y Majestad como nos dicen las Sagradas Escrituras.   Sin ir a los extremos, hoy en día es muy conveniente recordar que el Señor ha de regresar como lo ha prometido. Más aún, como proclamamos en el Credo desde la derecha del Padre vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.

Por eso más que recordar es necesario procurar cada día vivir más aptos y mejor preparados para la llegada definitiva del Santo Reino de Cristo (segunda venida).  O sea un buen cristiano debe vivir cada día como si fuera el día definitivo o final de esta esperada segunda venida del Señor.  La Palabra de Dios que nos propone la liturgia este domingo nos invita a reflexionar sobre las realidades últimas, sobre el fin de la historia y la venida definitiva de Cristo.
Malaquías es el profeta que anuncia el “Día del Señor”, que purificará a los sacerdotes, destruirá toda injusticia y dará el triunfo a los justos.  El la Biblia la palabra justicia frecuentemente es usada como sinónimo de santidad.  El justo o la justa tanto en el Antiguo como Nuevo Testamento eran el hombre o la mujer que buscaban vivir al margen de la justicia divina y por ende de su santidad.  Y es que vivir en santidad es vivir de la justicia que viene del mismo Dios para con los demás.  El profeta nos recuerda que el día del Señor ha de llegar dejándonos saber cuáles son las consecuencias tanto para los malos como para los buenos.
Esta primera lectura está cargada de todo un lenguaje apocalíptico.  Con textos como estos muchos de los cristianos fundamentalistas suelen querer meternos miedo.  En realidad no hay que tener miedo sino más bien estar en vigilancia (ver 1 Ped. 5, 8) y preparándonos constantemente buscando así la perseverancia (ver 2 Tim. 4, 5-8) en el caminar cristiano.
Ante una ilusoria expectativa del regreso de Cristo para algunos en la comunidad cristiana de Tesalónica surgió la interrogante de porqué trabajar si Cristo viene pronto.  Esto trajo o produjo una vida perezosa y de holgazanería en estos.  San Pablo invita a la comunidad a seguir su ejemplo de arduo trabajador.  Para Pablo la honestidad y el esfuerzo para ganar su propio sustento son valores que enriquecen la vida de santidad.  Aquí se podría aplicar una expresión que desde niño escuche en mi pueblo: “a Dios rogando y con el mazo dando.”  El Señor ha de volver pero nos toca a cada uno de nosotros trabajar y en pleno amor, hay que vivir en justicia para construir la paz.
San Lucas aborda el tema escatológico (creencias de las cosas finales) en dos ocasiones en su evangelio.  La primera en Lc. 17, 22-37 donde nos habla del final de los tiempos.  En la segunda, en este capítulo 21 donde se  expone la destrucción y demolición del Templo de Jerusalén como símbolo y anticipo de la destrucción del mundo.
Aprovechando ciertos comentarios de quienes ponderaban la belleza del Templo de Jerusalén,  Jesús les da una gran lección a los discípulos.  Recordemos que unos veinte años antes del nacimiento de Jesús, Herodes el Grande comenzó un gran proyecto de remodelación del templo.  Este proyecto sin duda alguna dio frutos estéticos, los cuales estaban a la admiración de los que peregrinaban al templo.
Jesús nos da a entender que las cosas que realizamos  los seres humanos tienen su caducidad incluyendo aquellas que suelen ser más sagrada, como lo era el Templo de Jerusalén  en su tiempo.  Solo hay algo que permanece para siempre y es el amor de Dios de donde deben brotar todas las demás virtudes y dones.  Las palabras de Jesús no pasaran, no caducaran porque encierran en sí mismas el amor de Dios en la más profunda intensidad.
Para salvarnos y para que alcancemos la vida eterna, los discípulos de Cristo debemos perseverar en las pruebas, soportándolas con paciencia, esperanza y con amor. 
Vivamos el hoy que encierra toda una eternidad en el amor de Dios para con los demás.  Vivamos ese hoy del Señor como ocasión perfecta para dar testimonio del amor cristiano.  De todas las promesas de Dios la promesa más perfecta y leal es la promesa de su amor.   Por eso hagamos tangible ante los demás esa promesa amorosa de Dios.  Vivamos el hoy de Dios amando tal como Dios nos ama.  Vivamos el hoy del Señor, que es hoy, será mañana y debe ser siempre.

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