2 de noviembre de 2013

¡Un Dios amante de las almas! Domingo XXXI Tiempo Ordinario – Ciclo C

Sab 11, 22–12, 2: Dios ama a todas sus criaturas…
Salmo Responsorial 144: Te ensalzaré, Dios mío, mi rey…
2 Tes 1, 11–2, 2: No pierdan la cabeza por supuestas revelaciones…

Lc 19, 1–10: El Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido…

Desde que ser humano ha tenido uso de razón ha podido comprender, aunque quizás en forma limitada, que nuestro ser no solo está compuesto por el cuerpo sino que hay otras realidades (podríamos llamar metafísico o sea más allá de lo físico) que conocemos como alma y espíritu.  Ya los primeros cristianos (y los judíos en tiempo de Jesús) tenían un conocimiento básico sobre este tema (ver 1Tes. 5, 23; Heb 4, 12; 1Cor. 2, 10–16).  La Palabra de Dios este domingo nos muestra que Dios nos ama y como nos ama nos quiere instruir en su amor, justicia pero sobretodo en las realidades espirituales que nos llevan a la salvación como se nos alude en el evangelio.

Una vez más Jesús nos recuerda que “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19, 10).    La historia de Zaqueo nos demuestra como Cristo ve la necesidad (de transformación del corazón) y no se fija de las apariencias dejando a un lado las diferencias (ya fueran sociales, culturales y hasta religiosas de su época).  Jesús conocía muy bien que el ser humano fue creado por Dios y para Dios.  Y porque el pecado (tanto personal, comunitario o social) ha creado una gran barrera que no le permite al hombre distinguir esta realidad nuestra para con Dios, Jesús nos quiere enseñar que no importa cuál sea nuestra esclavitud en la vida de pecado (como Zaqueo de dinero y bienes económicos) nunca es tarde si de verdad con justa intención queremos conocer y encontrar a Jesucristo como lo hizo Zaqueo.
La primera lectura y toda la Sagrada Escritura (Antiguo & Nuevo Testamentos) en general nos expresa la idea central (podríamos llamar) que es que Dios nos ama infinitamente.  Si reflexionamos cómo se fue manifestando y revelando Dios comenzando con Abraham (por eso lo llamamos nuestro padre en la fe) hasta la culminación de esa revelación con su Hijo Amado Jesucristo (como lo manifestó el mismo Dios Padre en el bautismo de Jesús) veremos que esta Revelación Divina al ser humano ha sido (y es) una revelación (antigua y nueva alianza) del amor infinito del mismo Dios para con nosotros. 
El Libro del Génesis nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.  Adán (primer hombre) y Eva (primera mujer) fueron creados, como diría el autor Matthew Kelly en la “mejor-versión-de--mismos” o sea en santidad.  Cuando digo santidad aquí me refiero a que Adán y Eva vivían (antes del pecado original, pecado de desobediencia) en plena comunión con Dios.  El pecado por ende nos separa (muchas veces casi de forma considerable) de esa comunión con Dios y con los hermanos que por medio de las aguas del Sacramento del Bautismo formamos la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo.  Esa comunión con Dios y con la Iglesia se transforma en la vida de amor en Dios y con Dios (y por ende con el prójimo).
Zaqueo sabía (o al menos intuía) que en Jesús, él podía encontrar ese amor de Dios.  Como jefe de publicanos que era fácilmente podía adquirir los placeres y bienes que le ofrecía el mundo.  Zaqueo y los que tenían esta profesión eran asalariados de la clase media.  Estos se la ingeniaban para estafar al pueblo por medios de adulterados impuestos por esta razón podían tener todos los bienes como nos muestra el hagiógrafo (autor bíblico) como los tenía Zaqueo.  Pero en Jesucristo (por su vida y gran testimonio de profeta y hombre de Dios) Zaqueo entiende que todos sus bienes son nada comparado con el amor de Dios.  Con el desprendimiento de Zaqueo entonces puede entrar ese amor divino a su vida y Jesús proclama con amplia alegría que “hoy ha llegado la salvación a esta casa” y que “el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lucas 19, 10).
Hoy nos debemos preguntar ¿Qué encontraría Jesús si lo invitamos a nuestra casa?  Al igual que Jesús estamos llamados a amar a los pecadores y ver más allá de sus pecados su bondad y sus actitudes positivas.  Jesús y por ende la Iglesia nos invita a ver las necesidades de los demás y dejar a un lado las diferencias (ya sean culturales, sociales e inclusive religiosas).  El evangelio de hoy también nos invita a que seamos desprendidos y si por injusticia hayamos llegado a ese “síndrome publicano” (los publicanos en tiempo de Jesús eran considerados como colaboradores del poder romano, estafadores, impuros y pecadores) tengamos la valentía  restituir a los hermanos lo que les corresponde en justicia.
La historia de Zaqueo la podemos ver como una propuesta a nivel personal y comunitario donde hay que extraer consecuencias inmediatas de alcance personal, familiar, social y por ende eclesial porque en todas las etapas de nuestras vidas estamos llamado a proceder con una vida justa donde la meta sea el amor a Dios y a los hermanos.

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