Eclesiástico
(Sirácides) 35, 12-14.16-18: Los gritos del
pobre atraviesan las nubes
Salmo
Responsorial 33: Cuando el pobre llama, el Señor le
escucha
2
Tim 4,6-8.16-18: Ahora me aguarda la corona merecida
Lc
18,9-14: Quien se humilla será exaltado
Este
domingo continuamos con el tema de la semana pasada el de la oración. El domingo pasado San Lucas (18, 1–8) nos alentaba a orar con constancia y sin
desfallecer. Hoy el evangelio (Lucas 18,
9–14) nos dice que nuestra oración pierde el sentido de ser si no tiene
humildad y sencillez de corazón. Para
demostrarnos esto Jesús nos presenta la Parábola del Fariseo y el Publicano.
Veamos
cual es el contexto y entorno de este texto evangélico de este domingo. Desde el domingo XIII (Lucas 9, 51–62) del
Tiempo Ordinario Jesús tomó la decisión de encaminarse a Jerusalén. Desde entonces hemos podido visualizar como
Jesús ha ido instruyendo a sus discípulos en distintas facetas pero
especialmente en la oración. Sus
discípulos veían día a día como Jesús se comunicaba por medio de la oración con
su Padre (Abba). Esto sin duda alguna
quedaba grabado en el corazón de estos discípulos y testigos oculares de la
vida de Jesús.
Los
evangelios y todo el Nuevo Testamento es fundamentalmente es la recopilación de
toda esas vivencias de esas primeras generaciones de cristianos de las cuales en su mayoría fueron testigos
oculares. Recordemos los cinco pasos que
se dieron para lograr obtener lo que hoy en día llamamos biblia: eventos, tradición orar, tradición
escrita (para beneficio de las comunidades cristianas de la época), edición (el orden que tenemos hoy en
nuestras Biblias es producto de este paso), y la canonicidad (como las comunidades cristiana y judías fueron
determinando que libros fueron inspirado por el Espíritu Santo).
Si
deseas obtener más información sobre cómo se formó la Biblia te recomiendo que
leas el siguiente artículo en mi Blog de Catequesis de Adultos: http://catequesisdeadultos.blogspot.com/2009/03/que-sabemos-de-la-biblia-primera-parte.html (este
es un artículo que contiene 5 partes).
Teniendo
en cuenta cómo se formó y se llegó escribir los libros de la Biblia en este
caso los del Nuevo Testamento es muy importante entender que los escritos del
Nuevo Testamento en especial los evangelios se predicaron y se escribieron
desde una perspectiva post-resurrección.
Porque fue con la Resurrección del Señor que los discípulos pudieron
entender y encontrar un mejor sentido a todo lo que Jesús hacía (milagros,
curaciones, etc.) y lo que les enseñaba.
En
nuestra primera lectura si leemos este texto en la Biblia Latinoamérica este
primer versículo nos dice: “Porque el
Señor es el juez, y no hace favoritismo” (Eclesiástico [Sirácides] 35, 12). Nuestro Leccionario Mexicano (el cual usamos
en la Arquidiócesis de Atlanta) nos expone este texto de la siguiente forma: “El Señor es un juez que no se deja
impresionar por apariencias” (Eclesiástico [Sirácides] 35, 12). Como podemos apreciar ambos texto los
editores nos están dando la misma idea.
Dios quien es la justicia en persona no puede, como solemos hacer
nosotros los seres humanos, crear favoritismo y por ende este Dios que es
plenamente justo no se deja llevar por apariencias sino que se deja llevar por
lo real o sea lo bueno o lo malo que hacemos en esta vida. En nuestro examen de conciencia es muy
apropiado indagar como Dios me ve y como Dios realmente me habría de juzgar por
lo que realmente soy y hacemos.
En
la segunda lectura “resuena como eco de
campana” la plegaria de gratitud de San Pablo hacia a Dios. Él estaba sumamente interesado en que su “querido hijo” Timoteo permaneciera fiel
a su llamado y compromiso bautismal y por ende que siguiera fiel a su fe
cristiana. Pablo sabía que su vida
estaba ya por terminar y por eso esperaba que Jesús, el juez justo lo premiara
por su fidelidad a su vocación y misión de anunciar el evangelio a los
gentiles.
Hoy
nos toca reflexionar cuantas veces hemos asumido la actitud del fariseo. También viene a mi mente todas las veces
tildamos o llamamos a otros fariseos. La
pregunta que debemos hacernos ¿acaso al llamar a alguien fariseo no estamos
siendo nosotros mismos fariseos? Sin
duda respuesta es que sí.
En
la parábola del evangelio de hoy aprendemos que nuestra actitud ante Dios y
ante los demás seres humanos debe ser sincera, humilde y sin egoísmo. Nuestro
Señor aceptó la actitud del publicano, del pobre y humilde, y por eso el éste
regresó justificado, es decir, perdonado y salvado. La oración del fariseo por su parte no fue
tomada en cuenta por Dios, porque Este no se deja llevar por las
apariencias. El fariseo no hablaba con
Dios sino que hablaba con sí mismo.
¿Cómo es nuestra oración “farisaica”
o “publicanica”?
Quiero
compartir la letra de una canción que aprendí en mis años de juventud… “La Oración del Fariseo”.
Señor no vengo a contarte los méritos que
poseo pues sería mi canción, la oración del fariseo.
Vengo
a decirte que sigo como antes de tumbo en tumbo voy y falto de valor. Flaqueo, temo y dudo, Señor, soy un desastre
rompe tú mis tinieblas con la luz de tu voz.
Vengo
a contarte que no tengo remedio si no me ayudas Tú, no tendré solución. Escucho tu Palabra, Señor, y me convence pero
luego en la vida voy de mal en peor.
Yo
nada valgo, Señor, y nada tengo, si yo soy algo al fin, soy sólo un
pecador. Si de algo estoy seguro es de
que Tú me quieres, y si en algo yo espero es sólo en tu perdón.
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