10 de enero de 2014

¡El Bautismo del Señor como modelo ideal del bautismo cristiano! El Bautismo del Señor – Ciclo A


Isaías 42, 1-4.6-7: Mirad a mi siervo, a quien prefiero
Salmo Responsorial 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hechos 10, 34-38: Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo

Mateo 3, 13-17: Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios se posaba sobre él
El domingo pasado celebramos la Epifanía del Señor (en los lugares donde esta celebración se realiza el domingo después del 1 de enero, el día de la Solemnidad Santa María Madre de Dios) donde los magos de oriente le adoraron como Rey de reyes y Señor de señores.  En esta gran ocasión Jesús como Nino Dios se manifiesta a todas las naciones representadas por los magos de oriente quienes le rinden tributo de todo un Rey de reyes y Señor de señores.

Hoy la liturgia da un salto en la historia de Jesús y no lo presenta antes de iniciar su ministerio público o vida pública, en bautismo que recibió por parte de Juan el Bautista.  Es muy curioso como muchos grupos seculares (y algunos religiosos) se afanan por indagar y proponer lo más “claro posible” al Jesús histórico.  No me mal entiendan queridos hermanos, es muy beneficioso estudiar y conocer al Jesús histórico que al fin y al cabo es el mismo Jesús que adoramos los cristianos.  Lo peligroso y la tentación aquí estriban en querer quedarse con el Jesús histórico sin tomar en cuenta la parte divina de Jesús.  Por eso nos  ensena la Iglesia en Jesús hay dos naturalezas distintas la humana y la divina.
Muy bien es conocido que el bautismo que Juan administraba era símbolo de penitencia.  O sea era un bautismo con un signo exterior, el agua.  Por medio de este bautismo el pueblo (y cada persona) reconocía su condición de pecador y por medio de su conversión (el cual era requisito para el mismo) buscaba a vivir en la adecuada espera (santidad) para recibir al Mesías.  Recordemos que “Juan Ben Zacarías” (Juan el hijo [= Ben] de Zacarías) predicaba el Reino de Dios.  Para acoger este reino era necesaria la conversión y una conversión que naciera del interior y por ende del corazón.
Ahora bien: ¿tenía Jesús necesidad de este bautismo?  La respuesta es NO porque Jesús no tenía pecados y por ende no tenía la necesidad de conversión.  Pero Él fue a recibir el bautismo de manos de Juan por obediencia al Padre y para que se cumpliera lo que estaba escrito.  Entonces tenemos que este bautismo de Jesús es signo de la redención que Él nos habrá de ofrecer.  Esta redención ofrecida por Jesús la atestigua su propia vida, su pasión y muerte y como punto sobresaliente y trascendente su resurrección.
En la primera lectura el “Segundo Isaías” (capítulos 40 al 55 del Libro de Isaías) nos presenta el primer cántico del Siervo de Yahvé.  Este autor bíblico comenzando con este primer cantico nos ha de presentar cuatro poemas sobre el Siervo de Yahvé (ver Is. 42,1-7; Is. 49, 1–7; Is. 50, 4–9; Is. 52, 13–53, 12) los cuales contienen una belleza inmensa tanto teológica como literariamente. 
Nos podemos fijar que este Siervo, es a la vez elegido y preferido de Dios, además de ser facilitado para su misión.  Como insiste el Evangelio de San Juan su misión consiste en hacer la voluntad del Padre.  En otras palabras darnos la restauración de nuestra condición pecaminosa o sea la redención y salvación que tanto necesita el ser humano como consecuencia del pecado y sus implicaciones.  Esa misión del Siervo de Dios consiste en ser luz para las naciones, una luz que no está oculta sino por el contrario brilla desde lo alto (desde su propia naturaleza).
En la segunda lectura tenemos la primera conversión al seguimiento y discipulado de Cristo por parte de no-judíos (en este caso del batallón y guarnición italiana).  Sin duda alguna esto tendría una repercusión y consecuencia enorme para los primeros pasos “apostólicos” del cristianismo.  Para los compatriotas de Jesús en su tiempo la salvación (y cualquier otro apelativo de esta índole como seria la redención, etc.) en primera instancia y cuasi única era para el pueblo judío. 
Los prosélitos (extranjeros convertidos al judaísmo) tenían que cumplir con las leyes mosaicas en especial la circuncisión (en los varones).   Cabe señalar que Cornelio no era prosélito (ver Hch. 10, 28–29)  porque de lo contrario no le hubiese advertido que no le era lícito entrar en casa de un extranjero.  De aquí es que Pedro reconoce que Dios no hace diferencia entre las personas y por ende todos somos iguales y con la misma sagrada dignidad por ser la suma creación de Dios.   Cuando somos justos ante todos y con todo el mismo Dios nos mira con bondad y su misericordia se hace más palpable.
El Evangelio de San Mateo nos presenta el relato del Bautismo del Señor.  El bautismo de Jesús es una epifanía (= manifestación), es decir, un relato revelador de realidades muy profundas.  Este es el momento en que Jesús recibe su misión y el equipamiento necesario para la misma.  Podríamos decir que Jesús se fue preparando (directa e indirectamente) durante su vida (personal, familiar, comunitaria) para este momento.
Veamos la objeción y negativa de Juan (ver Mt. 3, 14) pero Jesús le recuerda que Dios tiene un plan y este debe cumplirse (ver Mt. 3, 15).  Entonces una vez Jesús es bautizado, Dios se manifiesta (ver Mt. 3, 16).  “Se abrieron los Cielos” o sea Dios se hiso presente en su mayor esplendor.  Esta presencia de Dios es expuesta en detalles; el Espíritu de Dios bajo en forma de paloma y la voz en el cielo del Padre: “este es mi Hijo, el Amado; en él me complazco” (Mt. 3, 17) aquí se nos da toda una epifanía pero no única de Jesús sino de toda la Trinidad Santa (Padre, Hijo y el Espíritu Santo).
Ser discípulo de Jesús o sea cristiano implica vivir y ser como Jesús.  La Iglesia nos ensena que en nuestro bautismo adquirimos la triple misión de Cristo de ser sacerdotes, reyes y profetas.  El pueblo de Dios por medio del bautismo adquiere el sacerdocio común de los fieles (de entre el pueblo cristiano Dios llama varones al sacerdocio ministerial u ordenado) donde ofrecemos a Dios nuestra propia vida y los sacrificios que esta conlleva (por eso llamamos a la Eucaristía el SACRIFICIO entre los sacrificios).  Como pueblo real que somos gracias a Cristo Jesús estamos llamados a reinar desde el servicio (ver Mt. 20, 28).  Como profetas (no es quien adivina el futuro) los cristianos estamos llamado a anunciar (amor, gracia, justicia) y a denunciar (injusticias, pecado y el odio).  De esta forma el Bautismo de Jesús como fuente de su redención y misión es (y debe ser) el modelo ideal a seguir y llevar a cabo nuestro compromiso bautismal. 

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