Isaías 42, 1-4.6-7: Mirad a mi siervo, a quien prefiero
Salmo Responsorial 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hechos 10, 34-38: Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo
Mateo 3, 13-17: Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios
se posaba sobre él
El domingo pasado celebramos la Epifanía del Señor (en
los lugares donde esta celebración se realiza el domingo después del 1 de
enero, el día de la Solemnidad Santa María Madre de Dios) donde los magos de
oriente le adoraron como Rey de reyes y Señor de señores. En esta gran ocasión Jesús como Nino Dios se
manifiesta a todas las naciones representadas por los magos de oriente quienes
le rinden tributo de todo un Rey de reyes y Señor de señores.
Hoy la liturgia da un salto en la historia de Jesús y
no lo presenta antes de iniciar su ministerio público o vida pública, en
bautismo que recibió por parte de Juan el Bautista. Es muy curioso como muchos grupos seculares
(y algunos religiosos) se afanan por indagar y proponer lo más “claro posible” al Jesús histórico. No me mal entiendan queridos hermanos, es muy
beneficioso estudiar y conocer al Jesús histórico que al fin y al cabo es el
mismo Jesús que adoramos los cristianos.
Lo peligroso y la tentación aquí estriban en querer quedarse con el
Jesús histórico sin tomar en cuenta la parte divina de Jesús. Por eso nos ensena la Iglesia en Jesús hay dos naturalezas
distintas la humana y la divina.
Muy bien es conocido que el bautismo que Juan
administraba era símbolo de penitencia.
O sea era un bautismo con un signo exterior, el agua. Por medio de este bautismo el pueblo (y cada
persona) reconocía su condición de pecador y por medio de su conversión (el
cual era requisito para el mismo) buscaba a vivir en la adecuada espera
(santidad) para recibir al Mesías.
Recordemos que “Juan Ben Zacarías”
(Juan el hijo [= Ben] de Zacarías) predicaba el Reino de Dios. Para acoger este reino era necesaria la
conversión y una conversión que naciera del interior y por ende del corazón.
Ahora bien: ¿tenía Jesús necesidad de este bautismo? La respuesta es NO porque Jesús no tenía pecados y por ende no tenía la
necesidad de conversión. Pero Él fue a
recibir el bautismo de manos de Juan por obediencia al Padre y para que se
cumpliera lo que estaba escrito.
Entonces tenemos que este bautismo de Jesús es signo de la redención que
Él nos habrá de ofrecer. Esta redención
ofrecida por Jesús la atestigua su propia vida, su pasión y muerte y como punto
sobresaliente y trascendente su resurrección.
En la primera lectura el “Segundo Isaías” (capítulos 40 al 55 del Libro de Isaías) nos
presenta el primer cántico del Siervo de Yahvé. Este autor bíblico comenzando con este primer
cantico nos ha de presentar cuatro poemas sobre el Siervo de Yahvé (ver Is.
42,1-7; Is. 49, 1–7; Is. 50, 4–9; Is. 52, 13–53, 12) los cuales contienen una
belleza inmensa tanto teológica como literariamente.
Nos podemos fijar que este Siervo, es a la vez elegido
y preferido de Dios, además de ser facilitado para su misión. Como insiste el Evangelio de San Juan su misión
consiste en hacer la voluntad del Padre.
En otras palabras darnos la restauración de nuestra condición pecaminosa
o sea la redención y salvación que tanto necesita el ser humano como
consecuencia del pecado y sus implicaciones.
Esa misión del Siervo de Dios consiste en ser luz para las naciones, una
luz que no está oculta sino por el contrario brilla desde lo alto (desde su
propia naturaleza).
En la segunda lectura tenemos la primera conversión al
seguimiento y discipulado de Cristo por parte de no-judíos (en este caso del
batallón y guarnición italiana). Sin
duda alguna esto tendría una repercusión y consecuencia enorme para los
primeros pasos “apostólicos” del
cristianismo. Para los compatriotas de
Jesús en su tiempo la salvación (y cualquier otro apelativo de esta índole como
seria la redención, etc.) en primera instancia y cuasi única era para el pueblo
judío.
Los prosélitos (extranjeros convertidos al judaísmo)
tenían que cumplir con las leyes mosaicas en especial la circuncisión (en los
varones). Cabe señalar que Cornelio no
era prosélito (ver Hch. 10, 28–29)
porque de lo contrario no le hubiese advertido que no le era lícito
entrar en casa de un extranjero. De aquí
es que Pedro reconoce que Dios no hace diferencia entre las personas y por ende
todos somos iguales y con la misma sagrada dignidad por ser la suma creación de
Dios. Cuando somos justos ante todos y
con todo el mismo Dios nos mira con bondad y su misericordia se hace más
palpable.
El Evangelio de
San Mateo nos presenta el relato del Bautismo del Señor. El bautismo de Jesús es una epifanía (=
manifestación), es decir, un relato revelador de realidades muy profundas. Este es el momento en que Jesús recibe su
misión y el equipamiento necesario para la misma. Podríamos decir que Jesús se fue preparando
(directa e indirectamente) durante su vida (personal, familiar, comunitaria)
para este momento.
Veamos la objeción y negativa de Juan (ver Mt. 3, 14)
pero Jesús le recuerda que Dios tiene un plan y este debe cumplirse (ver Mt. 3,
15). Entonces una vez Jesús es
bautizado, Dios se manifiesta (ver Mt. 3, 16).
“Se abrieron los Cielos” o sea
Dios se hiso presente en su mayor esplendor. Esta presencia de Dios es expuesta en
detalles; el Espíritu de Dios bajo en forma de paloma y la voz en el cielo del
Padre: “este es mi Hijo, el Amado; en él
me complazco” (Mt. 3, 17) aquí se nos da toda una epifanía pero no única de
Jesús sino de toda la Trinidad Santa (Padre, Hijo y el Espíritu Santo).
Ser
discípulo de Jesús o sea cristiano implica vivir y ser como Jesús. La Iglesia nos ensena que en nuestro bautismo
adquirimos la triple misión de Cristo de ser sacerdotes, reyes y profetas. El pueblo de Dios por medio del bautismo
adquiere el sacerdocio común de los fieles (de entre el pueblo cristiano Dios
llama varones al sacerdocio ministerial u ordenado) donde ofrecemos a Dios
nuestra propia vida y los sacrificios que esta conlleva (por eso llamamos a la
Eucaristía el SACRIFICIO entre los
sacrificios). Como pueblo real que somos
gracias a Cristo Jesús estamos llamados a reinar desde el servicio (ver Mt. 20,
28). Como profetas (no es quien adivina
el futuro) los cristianos estamos llamado a anunciar (amor, gracia, justicia) y
a denunciar (injusticias, pecado y el odio).
De esta forma el Bautismo de Jesús como fuente de su redención y misión
es (y debe ser) el modelo ideal a seguir y llevar a cabo nuestro compromiso
bautismal.
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