23 de marzo de 2014

¡Dios siempre nos da de beber! Domingo Tercero de Cuaresma – Ciclo A

Éxodo 17, 3-7: “Tenemos sed: danos agua para beber.”
Salmo Responsorial 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz.”
Romanos 5, 1-2. 5-8: “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.”
Juan 4, 5-42: “Un manantial capaz de dar la vida eterna.”

El agua es uno de los recursos más necesarios para el ser humano.  Además tiene una gran significación simbólica para nuestra religión cristiana (al igual que para otras religiones).  El agua además de limpiarnos físicamente nos purifica espiritualmente. 

Desde la antigüedad se consideraba al agua como una los cuatro elementos básicos (agua, tierra, fuego y aire) de la vida.  El primer filosofo de la Antigüedad Griega Tales de Mileto (uno de los siete sabios de Gracia) consideraba al agua como  origen de todas las cosas que existen.
Dentro del contenido bíblico tenemos la primera lectura como el evangelio tenemos que el agua como argumento central cada uno de estos textos bíblicos con su propia significación. 
En esta primera lectura se encuentra el pueblo de Israel peregrinando por el desierto hacia la tierra prometida.  Como en otras ocasiones el pueblo le esta recriminando a Moisés, (al reprocharle a Moisés le están reprochando a Dios) esta vez porque no tienen agua para saciar su sed.  Para los que hemos estado en el desierto sabemos muy bien cuan necesaria es el agua.  Ante las la murmuraciones y la protestas del pueblo por la dureza que presupone una peregrinación de esta índole se manifiesta la benevolencia y la providencia de Dios.
Al golpear la roca broto agua como elemento fundamental para la vida humana.  A este lugar se le llamo Masá (que en hebreo significa tentación) y Meribá (que significa queja).  Hoy el Salmo Responsorial  el cual se reza con gran frecuencia en las laudes (oración de la mañana) como oración oficial de la Iglesia nos recuerda el escuchar a Dios y no caer en la misma tentación del Pueblo Elegido: “¡Entremos, agachémonos, postrémonos; de rodillas ante el Señor que nos creó!  Pues él es nuestro Dios y nosotros el pueblo que él pastorea, el rebaño bajo su mano.  Ojalá pudieran hoy oír su voz.  No endurezcan sus corazones como en Meribá, como en el día de Masá en el desierto, allí me desafiaron sus padres y me tentaron, aunque veían mis obras” (Salmo 94, 6–9).
Hoy la segunda lectura de la Carta a los Romanos es por así decirlo como una introducción a la segunda lectura que escuchamos el primer domingo de cuaresma (Rom. 5, 12–19).  Esta nos hablaba de Cristo como el nuevo Adán.  Esta vez San Pablo nos enseña que por la fe (ver Hebreos 11, 1–2) somos justificados (o sea somos santificados).  Por la fe desde nuestro bautismo (como puerta para la salvación) recibimos la gracia (don de Dios en nuestra alma).  Por Cristo Jesús nos podemos gloriar y con una esperanza viva sabemos que participaremos un día de la Gloria de Dios.  Eso es llegar al Cielo o sea llegar ante la Presencia Eterna y Beatifica del mismo Dios para con todos los santos (canonizados y no-canonizados) alabar al Dios que nos da de beber de su gracia, su amor y sus bondades eternamente.
Hoy en el evangelio Jesús pidiendo de beber el agua que nos sacia la sed humana termina ofreciendo el Agua que sacia la sed del alma.   Antes que nada debemos entender el contexto histórico de la época.  Tras la muerte del Rey Salomón se divide el Reino de Israel (que había establecido David).  En reino del Norte o Israel tenia por capital a Samaria con su propio rey y profetas.  Tras varios siglos Asiria conquista a Israel y estos se mezclaron con los paganos de Asiria.  Para los judíos (Reino de Judea al sur) estos últimos eran considerados como impuros.  Por esto y otras razones religiosas estos no se toleraban.  Estos han mantenido un feudo o conflicto hasta el presente.
Los samaritanos al igual que los judíos esperaban al Mesías.   Estos llegaron a ver a Jesús en primera instancia por el testimonio de la mujer en el poso.  Luego que la gente de la aldea había escuchado las palabras de Jesús le decían a la mujer que desde que escucharon las palabras de Jesús ya no creían por lo que esta había dicho.  Y es que al escuchar la Palabra de Dios y nos convencemos esa Palabra de Dios sobrepasa cualquier palabra del que nos haya invitado a escuchar a Jesús y a la Iglesia.
Desde ese momento crucial en nuestras vidas (ya fuera por una experiencia y encuentro personal con Jesús)  donde Jesús se convierte en el centro de todo lo que somos su Palabra Divina es esa agua que sacia la sed de nuestra alma.  Esa agua se transforma en su gracia (sus dones) que nos permite vivir las virtudes como medio para alcanzar la santidad.  Esa agua nos sigue empapando por medio de los sacramentos (7) como signos sensibles y palpables que por la acción del Espíritu Santo nos confieren la gracia (santificante y/o sacramental) para nuestra salvación.
Hoy no tengamos miedo de pedirle a Dios el agua de su amor, de su gracia, de su misericordia.  Esa agua donde las virtudes fluyan en el mar y océano de la fe, la esperanza y la caridad.  En esta cuaresma sigamos pidiéndole al Señor que nos permita ser agentes de misericordia como nos pide el Papa Francisco.   Que  esa misericordia sea la antesala del amor y la caridad (amor hecho acción) para poderla brindarla así a los demás.  ¡Que así nos ayude el Espíritu Santo quien es siempre amor y bondad!

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