Éxodo 17, 3-7: “Tenemos
sed: danos agua para beber.”
Salmo Responsorial 94:
“Señor, que no seamos sordos a tu voz.”
Romanos 5, 1-2. 5-8:
“Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.”
Juan 4, 5-42: “Un
manantial capaz de dar la vida eterna.”
El agua es
uno de los recursos más necesarios para el ser humano. Además tiene una gran significación simbólica
para nuestra religión cristiana (al igual que para otras religiones). El agua además de limpiarnos físicamente nos
purifica espiritualmente.
Desde la
antigüedad se consideraba al agua como una los cuatro elementos básicos (agua,
tierra, fuego y aire) de la vida. El
primer filosofo de la Antigüedad Griega Tales de Mileto (uno de los siete
sabios de Gracia) consideraba al agua como
origen de todas las cosas que existen.
Dentro del
contenido bíblico tenemos la primera lectura como el evangelio tenemos que el
agua como argumento central cada uno de estos textos bíblicos con su propia
significación.
En esta
primera lectura se encuentra el pueblo de Israel peregrinando por el desierto
hacia la tierra prometida. Como en otras
ocasiones el pueblo le esta recriminando a Moisés, (al reprocharle a Moisés le
están reprochando a Dios) esta vez porque no tienen agua para saciar su
sed. Para los que hemos estado en el
desierto sabemos muy bien cuan necesaria es el agua. Ante las la murmuraciones y la protestas del
pueblo por la dureza que presupone una peregrinación de esta índole se
manifiesta la benevolencia y la providencia de Dios.
Al golpear
la roca broto agua como elemento fundamental para la vida humana. A este lugar se le llamo Masá (que en hebreo significa
tentación) y Meribá (que significa queja).
Hoy el Salmo Responsorial el cual
se reza con gran frecuencia en las laudes (oración de la mañana) como oración
oficial de la Iglesia nos recuerda el escuchar a Dios y no caer en la misma
tentación del Pueblo Elegido: “¡Entremos,
agachémonos, postrémonos; de rodillas ante el Señor que nos creó! Pues él es nuestro Dios y nosotros el pueblo
que él pastorea, el rebaño bajo su mano.
Ojalá pudieran hoy oír su voz. No
endurezcan sus corazones como en Meribá, como en el día de Masá en el desierto,
allí me desafiaron sus padres y me tentaron, aunque veían mis obras” (Salmo
94, 6–9).
Hoy la
segunda lectura de la Carta a los Romanos es por así decirlo como una
introducción a la segunda lectura que escuchamos el primer domingo de cuaresma
(Rom. 5, 12–19). Esta nos hablaba de
Cristo como el nuevo Adán. Esta vez San
Pablo nos enseña que por la fe (ver Hebreos 11, 1–2) somos justificados (o sea
somos santificados). Por la fe desde
nuestro bautismo (como puerta para la salvación) recibimos la gracia (don de
Dios en nuestra alma). Por Cristo Jesús
nos podemos gloriar y con una esperanza viva sabemos que participaremos un día
de la Gloria de Dios. Eso es llegar al
Cielo o sea llegar ante la Presencia Eterna y Beatifica del mismo Dios para con
todos los santos (canonizados y no-canonizados) alabar al Dios que nos da de
beber de su gracia, su amor y sus bondades eternamente.
Hoy en el
evangelio Jesús pidiendo de beber el agua que nos sacia la sed humana termina
ofreciendo el Agua que sacia la sed del alma. Antes que nada debemos entender el contexto
histórico de la época. Tras la muerte
del Rey Salomón se divide el Reino de Israel (que había establecido
David). En reino del Norte o Israel
tenia por capital a Samaria con su propio rey y profetas. Tras varios siglos Asiria conquista a Israel
y estos se mezclaron con los paganos de Asiria.
Para los judíos (Reino de Judea al sur) estos últimos eran considerados
como impuros. Por esto y otras razones
religiosas estos no se toleraban. Estos
han mantenido un feudo o conflicto hasta el presente.
Los
samaritanos al igual que los judíos esperaban al Mesías. Estos llegaron a ver a Jesús en primera
instancia por el testimonio de la mujer en el poso. Luego que la gente de la aldea había
escuchado las palabras de Jesús le decían a la mujer que desde que escucharon
las palabras de Jesús ya no creían por lo que esta había dicho. Y es que al escuchar la Palabra de Dios y nos
convencemos esa Palabra de Dios sobrepasa cualquier palabra del que nos haya
invitado a escuchar a Jesús y a la Iglesia.
Desde ese
momento crucial en nuestras vidas (ya fuera por una experiencia y encuentro
personal con Jesús) donde Jesús se
convierte en el centro de todo lo que somos su Palabra Divina es esa agua que
sacia la sed de nuestra alma. Esa agua
se transforma en su gracia (sus dones) que nos permite vivir las virtudes como
medio para alcanzar la santidad. Esa
agua nos sigue empapando por medio de los sacramentos (7) como signos sensibles
y palpables que por la acción del Espíritu Santo nos confieren la gracia
(santificante y/o sacramental) para nuestra salvación.
Hoy no
tengamos miedo de pedirle a Dios el agua de su amor, de su gracia, de su
misericordia. Esa agua donde las
virtudes fluyan en el mar y océano de la fe, la esperanza y la caridad. En esta cuaresma sigamos pidiéndole al Señor
que nos permita ser agentes de misericordia como nos pide el Papa
Francisco. Que esa misericordia sea la antesala del amor y
la caridad (amor hecho acción) para poderla brindarla así a los demás. ¡Que así nos ayude el Espíritu Santo quien es
siempre amor y bondad!
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