Génesis
12, 1-4: Vocación de Abraham, padre
del pueblo de Dios.
Salmo
Responsorial 32: Señor, ten misericordia de
nosotros.
2
Timoteo 1, 8-10: Dios nos llama y nos
ilumina.
Mateo
17, 1-9: Su rostro se puso
resplandeciente como el sol.
Tanto el
domingo pasado de como este segundo domingo de cuaresma se nos muestran los dos
lados de la moneda. El primer domingo de
cuaresma el evangelio nos hablaba de las tentaciones del Señor. Hoy el evangelio nos está hablando sobre la
Transfiguración de Jesús.
Nos
podríamos preguntar ¿Por qué en cuaresma la liturgia nos presenta la
Transfiguración del Señor? Para contestar
esta pregunta tenemos que leer (y releer) y entender el contexto
teológico-pastoral de la época cuando se escribió este evangelio de San Mateo.
En primer
lugar recordemos que este evangelio fue escrito para comunidad judeo-cristiana
donde el hagiógrafo o autor bíblico nos presenta a Jesús como Aquel (Mesías,
Hijo del Hombre o Hijo de Dios) quien nos da la nueva ley del Amor. Todo el Nuevo Testamento (en especial los
evangelios) fue escrito desde una concepción post-resurrección. Porque no fue hasta después de la
resurrección de Cristo que los Apóstoles (y las primeras generaciones de
cristianos) en tendieron la misión y mensaje de Jesucristo.
Ahora bien
veamos el texto evangélico de la transfiguración. Jesús aparece como una luz resplandeciente con
los dos más grandes personajes del Antiguo Testamento. Donde Moisés representa a la ley y Elías
representa a los profetas. Estos (la ley
y los profetas) son los dos pilares fundamentales del Antiguo Testamento. Estos fundamentos de alguna forma u otra nos
han de llevar a Jesucristo.
Continuando
con esta narración evangélica se nos dice que se encontraba Pedro aun
conversando “cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra y una voz que salía de la nube dijo: ¡Este es mi Hijo, el
Amado; éste es mi Elegido, escúchenlo!” (Mt. 17, 5). Nos dice
San León Magno: “Sin duda esta
transfiguración tenía sobre todo la finalidad de quitar del corazón de los
discípulos el escándalo de la cruz, a fin de que la humillación de la pasión
voluntariamente aceptada no perturbara la fe de aquellos a quienes había sido
revelada la excelencia de la dignidad oculta” (San León Magno, Sermón
38). Esto según enseña este insigne papa,
padre y doctor de la Iglesia que la Transfiguración del Señor le proporcionaba
al mismo tiempo un motivo de esperanza de la Iglesia. Porque todo el cuerpo de Cristo pudo conocer
la transformación con que Él también fue enriquecido, y todos sus miembros adquirieron
la esperanza de participar en el mismo honor con que había resplandecido la
cabeza de la Iglesia.
La primera
lectura nos presenta en camino de fe que tuvo que iniciar Abram. Pero este camino de fe tenía una meta que era
la tierra que el mismo Dios le habría de mostrar.
La cuaresma es también un camino pero con una meta que es la Pascua
(Resurrección) de Cristo. En este camino
cuaresmal la Iglesia nos invita a trazar la vía cuaresmal con la oración, la
conversión, la privaciones personales (como sería el no comer o beber algo), el
ayuno y la caridad fraterna. [Entiéndase
por caridad como el amor hecho acción y no solamente el dar limosna, lo cual es
parte de pero no es toda la caridad.]
Como podemos notar nuestro camino cuaresmal culmina con esa luz
deslumbrante y transfiguradora de la Pascua de Resurrección de Cristo Jesús. Esto tenemos que buscar día a día en nuestra
vida cristiana.
¿Qué
nos dice esto? Que durante el caminar
cristiano vamos a encontrar piedras (y hasta grandes peñascos) donde podemos
tropezar pero Cristo y la Iglesia nos dan las herramientas (oración, sacramentos,
dirección espiritual) para poder levantarnos.
También tenemos la esperanza que al final del camino veremos la luz de
la Resurrección Pascual (o sea el paso o caminar a la resurrección) como
promesa y premio para los que vivimos el amor, la justicia y santidad
cristiana. ¡Que esta sea nuestra misión
en nuestra vida cristiana!
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