Ezequiel
37, 12-14: Les infundiré, mi Espíritu, y
vivirán
Salmo
Responsorial 129: Del Señor viene
la misericordia, la redención copiosa
Romanos
8, 8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús
de entre los muertos habita en ustedes
Juan
11, 1-45: Yo soy la resurrección y la vida
Estamos en las postrimerías
de esta cuaresma. Continuamos leyendo el
Evangelio de San Juan, los capítulos que hemos leído en estos cuatro domingos
(incluyendo hoy) servían para las primeras comunidades cristianas como material
catequético para la preparación del Bautismo.
Hoy nos toca tomar esta Palabra Divina y reorientar nuestro compromiso
bautismal para el bien del mundo, la sociedad y la Iglesia.
En el tercer domingo de
cuaresma San Juan nos presenta a Cristo como el Agua que sacia la sed porque Él
es el Agua Viva que da vida y vida en abundancia. El domingo siguiente Juan nos dice que Jesús
es la luz que nos lava y abre los ojos de nuestra ceguera en especial de la
ceguera espiritual. Esta Luz (Jesús) nos
ha de dar una visión nueva de la vida manifestada y guiada por el mismo amor de
Dios.
En el evangelio de este
domingo, aparece Jesús siendo solidario ante la fragilidad y la dureza que nos
puede dejar la muerte de un familiar o una amistad. Por esa fragilidad y dureza de la muerte de
su amigo Lázaro vemos a Jesús que llora siendo así ante el dolor y la amargura
también como nosotros. En el otro lado
de la moneda, vemos a un Jesús que se presenta con su realidad redentora y
salvadora: “Yo Soy la Resurrección y la
Vida” (Juan 11, 25).
De alguna forma u otra
todos los evangelios nos presentan el descubrimiento de este gran mensaje, del
mensaje de la Pascua. Recordemos que la
palabra pascua significa paso.
En el caso de Jesucristo es el paso de la muerte a la vida. Por eso la Iglesia nos ensena que adoramos y
la damos culto a un Dios vivo, porque nuestro Dios es un Dios de vivos. La muerte de esta vida terrena es
precisamente un paso. Un paso que con la
gracia y don de Dios se convertirá en vida en abundancia y eterna para todos
los que en El tienen puesta su fe y su esperanza.
Esa es la esencia del
cristiano, tener vida en Cristo y vida en abundancia o sea vida eterna. En esta trayectoria debemos orientar nuestra
vida y no quedarnos solo en la cuaresma.
Ya que la cuaresma es precisamente la preparación para la Pascua. Cristo es y debe ser nuestra pascua, Aquel
que nos saca de la oscuridad del pecado (y de la muerte como consecuencia de
este) a la luz de su Vida Eterna.
En la primera lectura el
profeta Ezequiel le quiere dar esa infusión de esperanza el Pueblo Judío
cautivo en Babilona. Muchos en el
destierro pensaban en Babilona como la morada de donde nunca saldrían. En otras palabras la consideraban como su
tumba o lugar donde habrían de reposar después de la muerte. Por eso el profeta les dice que Dios los
sacaría de sus sepulcros para llevarlos a Israel y además que les dará su
Espíritu. Aquí tenemos a un Dios
actuando, a un Dios que libera y que salva. Esta revelación
y anuncio de Ezequiel se plasmará plenamente con la resurrección de Cristo.
San Pablo a los romanos (y
a nosotros) nos está recordando que no podemos vivir desordenadamente como
hacen muchos en el mundo y en la sociedad.
Sino por el contrario debemos vivir según el Espíritu que el mismo Dios
nos ha dado desde nuestro bautismo. “Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es
de Cristo” (Romanos 8, 9). Es ese
mismo Espíritu quien nos ha dado el don de la fe. Recordemos lo que nos dice la Carta a los
Hebreos sobre la fe: “la fe es aferrarse
a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver” (Heb. 11,
1).
San Pablo además nos enseña
que somos justificados (o sea santificados) por la fe. Por medio de la acogemos a Cristo y a la
Iglesia. La queremos vivir con otros y
hacemos comunidad o sea formamos el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Y la gritamos y anunciamos a los cuatros
vientos en especial con nuestro diario testimonio del amor, caridad (amor hecho
acción) y fraternidad cristiana.
En el Salmo 129 respondemos
y repetimos la antífona: “Perdónanos,
Señor, y viviremos” porque lo único que nos puede separar de esta promesa
del Señor de la Vida Eterna es el pecado.
En esta Cuaresma una de las cosas que la Iglesia más nos exhorta es a
volver a los sacramentos en especial la Reconciliación y la Eucaristía. Estos junto a la dirección espiritual nos
encaminan a ir por la senda correcta que nos ha de llevar a la vida
eterna. Aspiremos todos al más grande de
los regalos y dones de Dios, la Vida Eterna.
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