11 de mayo de 2014

¡El Amor de Dios es para siempre como lo son las promesas de Dios! Domingo IV de Pascua (Ciclo A)

Hechos 2, 14. 36-41: Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
Salmo Responsorial 22: El Señor es mi pastor, nada me faltará. Aleluya.
1 San Pedro 2, 20-25: Han vuelto ustedes al pastor y guardián de sus vidas.

Juan 10, 1-10: Yo soy la puerta de las ovejas.


Después del mismo Amor de Dios la promesa más ofrecida por Dios en su Santa Revelación (Palabra Escrita o Biblia y la Tradición Apostólica de la Iglesia) es la felicidad para los hijos de Dios.  Nos podemos preguntar: ¿si tengo tantos problemas en mi vida y la mayoría de ellos no parecen tener solución, como puedo ser feliz tal como Dios me lo promete?  El problema aquí estriba en lo que podríamos llamar una confusión terminológica.
El mundo y la sociedad nos proponen una felicidad “frágil” que con cualquier situación en nuestra vida (familiar, profesional, y relación con los demás) se quiebra como el más delicado de los cristales.  La mayor parte del tiempo y las veces en que el mundo la y la sociedad nos propone la felicidad, esta suele ser un abuso a  la felicidad (de la misma forma que el libertinaje es abuso de la libertad).  Esto es lo que solemos llamarle una felicidad temporal y por ende incompleta.
Pero esta forma de entender la felicidad no es el tipo de felicidad que Dios nos propone.  San Pablo nos dice: “estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen trato con todos” (Fil. 4, 4–5).  Para poder entender apropiadamente esta cita de Pablo debemos leer los dos párrafos (ver Fil. 4, 4–9) que nos proponen alegrarnos en el Señor.  El único que nos puede dar una felicidad duradera y eterna es Dios.
Aquí muy bien muchos de nosotros podríamos caer en la tentación de afirmar categóricamente: “San Pablo no conoce de los problemas y “guerras” cuasi eternas que paso con mi familia, en mi trabajo, en la universidad o escuela, etc.”.  Y dije “caer en la tentación” porque si no conocemos el contexto histórico de este texto y otros similar a este fácilmente cometemos una injusticia en contra de San Pablo (y/o cualquier otro personaje bíblico).
Cuando Pablo escribió esta carta a los Filipenses él estaba preso.  Esta carta junto a los Romanos, a los Corintios y a los Gálatas son las cartas que llaman las “cartas de la cautividad”.  Pablo no conocía nuestras dificultades y problemas pero Dios sí las conoce.  Pero una cosa tenemos que tener en cuenta, Dios NO actúa en contra de sus promesas.  Dios no va a hacer lo contrario de lo que Él dice y promete.
Hoy la Iglesia celebra “Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones” la cual se viene realizando desde los últimos 51 años en nuestra Iglesia Católica.  Durante este mismo tiempo la Iglesia ha estado insistiendo en que el ser laico (quienes no son parte del clero de la Iglesia y/o alguna comunidad religiosa ya sea femenina o masculina) o sea todo el resto del Pueblo de Dios es una vocación.  De esta misma forma el matrimonio es también una vocación o llamado que Dios hace.  Oremos insistentemente por las vocaciones, incluyendo las que acabo de mencionar.
En la primera lectura Pedro como cabeza visible de la Iglesia continua el discurso kerigmático (kerigma = primer anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo) que reflexionábamos el domingo pasado.  Aquí nos señala que Dios se esconde en la debilidad humana.  De la misma forma, nos dice que para seguir y ser discípulos de Jesús hay llevar un compromiso serio e incondicional.  Este es sellado por medio de las agua del Bautismo por la cual se nos da el Espíritu de Dios.  Desde aquí en adelante llevamos y cargamos con la gracia y fuerza divina para llevar a cabo esta vocación personal que el mismo Dios pone en medio de nosotros.  La consecuencia de la acción de ser discípulos de Cristo es ser testigo de Cristo y por ende de la Iglesia en este mundo.
En evangelio de este domingo nos propone a Jesús como el Buen Pastor.  Esto implica mucha y grandiosa significación que habría que utilizar una enorme cantidad de párrafos que no tenemos “tiempo ni espacio”.  El texto evangélico que desde el obispo al diacono (incluyendo al sacerdote) han de proclamar y explicar y ponerlo en un contexto de nuestra vida diaria por medio de homilía nos propones tres puntos que es muy conveniente reflexionar en ellos: Cristo va delante de sus ovejas, Cristo es la puerta única y universal, y Cristo Pastor que está en el centro de la comunión eclesial y de la evangelización.
Jesús no solo tiene la vocación de ser cabeza de la Iglesia sino de toda la humanidad.  Él va delante abriendo e iluminando el camino para y por todos nosotros.   Nos enseña la Iglesia que Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres.  Por eso dice en el Evangelio de San Juan (que leíamos hace varias semanas atrás): “como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.  Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo…” (Juan 20, 21–22).  La Iglesia animada y asistida por el Espíritu de Dios (prometido por el mismo Jesús) está en este mundo como una prolongación Suya (de Jesús).  En esto estriba la verdadera felicidad en que vivimos para Dios y Dios vive en nosotros.
Aun en el dolor y el sufrimiento la felicidad (la que Dios nos propone) es posible porque Dios quien es Alegría y Felicidad plena (sobretodo Amor pleno) nos anima y guía para poder realizarla.   Las Bienaventuranzas es prueba de esto (ver Mateo 5, 1–12).  La felicidad se logra por medio de una vida de santidad y armonía con Dios. 

No hay comentarios.:

Consultas y Respuestas: Testimonios de Fe…

Las Bienaventuranzas como faro del examen de conciencia (Conclusión)

En estos tiempos en los medios de publicidad y de  “marketing”  (mercadeo) se nos presenta la felicidad temporera y efímera como si fuera  “...