18 de junio de 2014

“Festum Eucharistiae” (¡La Fiesta de la Eucaristía!) Corpus Christi

Esta semana la Iglesia está celebrando una de las fiestas de mayor trascendencia y envergadura para los católicos como Cuerpo Eclesial  y me refiero a la Fiesta del Corpus Christi o sea la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo.  Esta fiesta en sus orígenes se llamaba “Festum Eucharistiae” o sea la Fiesta de la Eucaristía y no Corpus Christi como hoy en día la conocemos. 

Hagamos un poco de historia, vale.  Para eso del siglo XII Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta.  Esta santa nació en Bélgica en el 1193 criada (ya que era huérfana), creció y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon.  De esta comunidad de monjas llego a ser priora o superiora.  Juliana desde su juventud tuvo una grandiosa devoción al Santísimo Sacramento.  Ella siempre añoraba que se celebrara una fiesta especial en honor a Jesús Sacramentado.  Tuvo una visión de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, la cual significaba la ausencia de esta solemnidad.
Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispo de Liège (Bélgica), también al erudito Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo era archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.
Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por protestantes.  A la muerte del Papa Urbano IV (2 de octubre de 1264) sus sucesores (Clemente V y Juan XXII) culminaron los pormenores de esta gran devoción.
Esta celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo desde sus inicios se celebró el jueves después de la Santísima Trinidad.  La razón de esto es que como nos enseña la Iglesia (tanto en la Tradición como en la Palabra de Dios) Jesús instituyo los Sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal el jueves antes del día de su pasión y muerte (Viernes Santo).  Por eso es que esta celebración está íntimamente ligada al Jueves Santo.  Aquí en los Estados Unidos (EEUU) y los lugares donde no es precepto (obligación) ir y escuchar la Santa Misa se celebra el domingo después de la Santísima Trinidad. 
Nos recuerda el Concilio Vaticano II que “la Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana” (Lumen Gentium # 11).  El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) citando a San Irineo (Padre de la Iglesia) nos dice: “la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: ‘nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar’ (San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses [= Contra los herejes] 4, 18, 5)” (CIC # 1327).  
Esto es sintetizado elocuente y sencillamente (a la misma vez) por uno de los mejores teólogos de nuestro tiempo Joseph Aloisius Ratzinger (mejor conocido como Benedicto XVI).  Este haciendo alusión a un pasaje del Libro del Apocalipsis nos dice: “Corpus Christi nos indica lo que significa comulgar: tomarlo, recibirlo con todo nuestro ser. No se puede comer simplemente el Cuerpo del Señor, como se come un trozo de pan. Sólo se lo puede recibir, en tanto le abrimos a él toda nuestra vida, en tanto el corazón se abre para él. “Mira que estoy a la puerta llamando”, dice el Señor en el Apocalipsis.  “Si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20) (Papa Emérito Benedicto XVI).
Además el CIC citando al Papa Pablo VI nos dice: “la sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (Decreto Presbyterorum Ordinis – Sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros # 5) (CIC # 1324). 
El Evangelio de San Juan es el único evangelio que no tiene la narración de la Institución de la Eucaristía (ver Mt. 26, 26–28; Mc. 14, 22–24; Lc. 22, 19–20; y 1Cor. 11, 23–26) pero no presenta a Jesús como pan de vida lo cual es sumamente importante para comprender la verdadera significación de la Eucaristía.   
Jesús es el pan que se entrega a cada uno de nosotros por amor.  “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando” (Jn. 15, 13–14).  Estas palabras de Jesús (pan de vida) son palabras que queman y abrazan.  Si no estamos dispuestos a acogerlas con nuestro testimonio de vida cristiana (con fe y corazón) nos puede pasar como a los compueblanos de Jesús en ese entonces serán palabras incomprendidas.    Es necesario comer la carne del Hijo del hombre para conseguir la vida eterna y la resurrección o en otras palabras para ser herederos del Reino de Dios.  Así se forma una intimidad entre Jesús y los creyentes una intimidad que se rompe y se desliga por el pecado y la indiferencia.   

La Eucaristía es una fiesta en la que se nutre el pueblo de Dios que viaja hacia la vida eterna.  ¡Vivamos con máxima intensidad la Eucaristía porque esta nos lleva y nos acerca paso a paso a la Pascua Celestial!

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