Esta
semana la Iglesia está celebrando una de las fiestas de mayor trascendencia y
envergadura para los católicos como Cuerpo Eclesial y me refiero a la Fiesta del Corpus Christi o sea la Fiesta del
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esta
fiesta en sus orígenes se llamaba “Festum Eucharistiae” o sea la Fiesta de la
Eucaristía y no Corpus Christi como hoy en día la conocemos.
Hagamos
un poco de historia, vale. Para eso del
siglo XII Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta
fiesta. Esta santa nació en Bélgica en
el 1193 criada (ya que era huérfana), creció y fue educada por las monjas
Agustinas en Mont Cornillon. De esta
comunidad de monjas llego a ser priora o superiora. Juliana desde su juventud tuvo una grandiosa
devoción al Santísimo Sacramento. Ella
siempre añoraba que se celebrara una fiesta especial en honor a Jesús
Sacramentado. Tuvo una visión de la
Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, la cual
significaba la ausencia de esta solemnidad.
Ella
le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispo de Liège
(Bélgica), también al erudito Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los
Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo era archidiácono de Liège,
después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano
IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los
obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un
sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también
el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa
ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276),
junto con algunas partes del oficio.
Urbano
IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de
1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado
en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves
después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas
indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio.
Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por
petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido
admirado aun por protestantes. A la
muerte del Papa Urbano IV (2 de octubre de 1264) sus sucesores (Clemente V y
Juan XXII) culminaron los pormenores de esta gran devoción.
Esta
celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo desde sus inicios se celebró el
jueves después de la Santísima Trinidad.
La razón de esto es que como nos enseña la Iglesia (tanto en la
Tradición como en la Palabra de Dios) Jesús instituyo los Sacramentos de la
Eucaristía y del Orden Sacerdotal el jueves antes del día de su pasión y muerte
(Viernes Santo). Por eso es que esta
celebración está íntimamente ligada al Jueves Santo. Aquí en los Estados Unidos (EEUU) y los
lugares donde no es precepto (obligación) ir y escuchar la Santa Misa se
celebra el domingo después de la Santísima Trinidad.
Nos
recuerda el Concilio Vaticano II que “la
Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana” (Lumen Gentium #
11). El Catecismo de la Iglesia Católica
(CIC) citando a San Irineo (Padre de la Iglesia) nos dice: “la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: ‘nuestra manera
de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra
manera de pensar’ (San Ireneo de Lyon, Adversus
Haereses [= Contra los herejes] 4, 18, 5)” (CIC # 1327).
Esto
es sintetizado elocuente y sencillamente (a la misma vez) por uno de los
mejores teólogos de nuestro tiempo Joseph Aloisius Ratzinger (mejor conocido
como Benedicto XVI). Este haciendo alusión a un pasaje del Libro
del Apocalipsis nos dice: “Corpus Christi nos indica lo que significa comulgar:
tomarlo, recibirlo con todo nuestro ser. No se puede comer simplemente el Cuerpo
del Señor, como se come un trozo de pan. Sólo se lo puede recibir, en tanto le
abrimos a él toda nuestra vida, en tanto el corazón se abre para él. “Mira que estoy a la puerta llamando”,
dice el Señor en el Apocalipsis. “Si uno me oye y me abre, entraré en su casa
y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20) (Papa Emérito Benedicto XVI).
Además
el CIC citando al Papa Pablo VI nos dice: “la
sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (Decreto Presbyterorum Ordinis
– Sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros # 5) (CIC # 1324).
El
Evangelio de San Juan es el único evangelio que no tiene la narración de la
Institución de la Eucaristía (ver Mt. 26, 26–28; Mc. 14, 22–24; Lc. 22, 19–20;
y 1Cor. 11, 23–26) pero no presenta a Jesús como pan de vida lo cual es
sumamente importante para comprender la verdadera significación de la
Eucaristía.
Jesús
es el pan que se entrega a cada uno de nosotros por amor. “No hay
amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos si
cumplen lo que les mando” (Jn. 15, 13–14).
Estas palabras de Jesús (pan de vida) son palabras que queman y abrazan. Si no estamos dispuestos a acogerlas con
nuestro testimonio de vida cristiana (con fe y corazón) nos puede pasar como a
los compueblanos de Jesús en ese entonces serán palabras incomprendidas. Es necesario comer la carne del Hijo del
hombre para conseguir la vida eterna y la resurrección o en otras palabras para
ser herederos del Reino de Dios. Así se
forma una intimidad entre Jesús y los creyentes una intimidad que se rompe y se
desliga por el pecado y la indiferencia.
La
Eucaristía es una fiesta en la que se nutre el pueblo de Dios que viaja hacia
la vida eterna. ¡Vivamos con máxima
intensidad la Eucaristía porque esta nos lleva y nos acerca paso a paso a la
Pascua Celestial!
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