Éxodo 34, 4-6. 8-9: Yo
soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente.
Salmo Responsorial (Daniel 3): R/. Bendito seas para siempre, Señor.
2 Corintios 13, 11-13: Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la
comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes.
Juan 3, 16-18: Dios envió a su
Hijo al mundo para que el mundo se salvara por él.
Hoy la Iglesia celebra el misterio más sublime y a la
vez con una profundidad que la razón humana no puede captar en su
totalidad. Nuevamente es muy conveniente explicar que es un misterio para
la religión (= tratar o relacionarnos con Dios). El concepto del misterio
dentro del mundo (o la sociedad) no es lo mismo que lo que este concepto
implica dentro de la religión. Misterio para el mundo o la sociedad se
traduce como todo aquello que está oculto. Por eso muchas veces se le
relaciona con el ocultismo. Para la religión misterio es aquello que Dios
nos va revelando (podríamos decir “gota
a gota”) pero que no conocemos o comprendemos del todo.
La Palabra de Dios desde el Antiguo Testamento
(intuitiva o implícitamente) y con el Nuevo Testamento ya de forma más directa no
dice que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Es muy intrigante como el relato de la
creación del Libro del Génesis como el autor bíblico o hagiógrafo juega por así
decirlo con los verbos. Nos dice: “haya,
llamó, hizo, júntense, vio, produzca, llénense, creó, bendijo” todos estos verbos en primera persona
singular. Pero cuando alude o nos habla de la creación del hombre (adán
significa hombre) utiliza el verbo: “hagamos”
(primera persona plural). Ya esto nos comienza a dar pistas de la
relación amorosa y trinitaria de Dios.
Hay que tener bien claro que en este “hagamos” Dios no le está hablando a los ángeles
ni a ninguna otros seres espirituales, sino a sí mismo. Esto nos dice
el Profeta Isaías: “Así habla
Yahvé, tu redentor, el que te formó desde el seno materno. Yo, Yahvé, he
hecho todas las cosas, yo solo estiré los cielos, yo afirmé la tierra, ¿y quién
estuvo conmigo?” (Is. 44,
24). Como mencione anteriormente el Nuevo Testamento nos expresa y habla
de forma explícita de la Trinidad: “Vayan, pues, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a
ustedes” (Mt. 28, 19).
Podemos inferir o presumir sobre el texto antes
mencionado que Jesús le había enseñado a sus apóstoles y discípulos que Dios
era trino y uno (tres personas divinas en solo Dios). Los mismos evangelios y las cartas de San
Pablo nos dan pistas de esto. Veamos
algunas de estas citas bíblicas: “Reciban
gracia y paz de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús, el Señor” (Fil. 1,
2). “En
el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo estaba ante Dios, y el Verbo
era Dios. Él estaba ante Dios en el
principio. Por él se hizo todo, y nada
llegó a ser sin Él” (Jn. 1, 1-3). “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a
Cristo de entre los muertos está en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de
entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales por medio de su
Espíritu, que habita en ustedes” (Rm. 4, 11).
Después de los apóstoles y las primeras generaciones
de discípulos de Jesús o sea la Iglesia naciente surgieron los Padres de la
Iglesia quienes se encargaron de custodiar y preservar la doctrina enseñada por
los mismos apóstoles. San Atanasio
(297-373 d.C.) quien fue el principal heraldo y promotor del Concilio de Nicea (327) donde y
cuando germinó el Credo de Nicea y Constantinopla (que solemos proclamar y
rezar en la Misa Dominical) nos dice: "La
fe católica quiere que adoremos la Trinidad en la unidad y la unidad en la
Trinidad, sin confundir a las personas y sin separar la substancia divina"
(Símbolo o Credo de San Atanasio). Esto
nos deja ver que la Iglesia nació con el fundamento y pilar de la Santísima
Trinidad.
El Libro del Éxodo nos está narrando la renovación de
la alianza (alianza de amor) con su pueblo después la apostasía del becerro de
oro. Este texto nos deduce tres cosas:
primero, la confianza y cercanía de Moisés hacia Dios. En segundo lugar tenemos que Dios (Yahvé = Yo Soy) se revela como un Dios
compasivo y misericordioso. Por último,
Moisés se expresa con Dios con oración confiada para que Dios se comprometa a
caminar al lado de su pueblo.
San Pablo en la segunda lectura nos presenta la
doxología (doxología –del griego doxa (gloria) y logos (palabra) es una palabra de gloria, de alabanza y bendición,
por lo general trinitaria que suele usarse como remate de una oración o himno)
la confesión trinitaria más completa de todo el Nuevo Testamento. ¿Qué conclusiones podríamos sacar de este
texto paulino? El confesar a Dios (o sea
el reconocer a Dios) debe llevar consigo la experiencia y compromiso de ser
parte integral de una comunidad que vive en unidad. La Trinidad es el ejemplo
de Comunidad Perfecta por excelencia. Con
nuestro testimonio diario como cristianos estamos llamados a demostrar que nuestro Dios es uno
cercano y siempre presente (omnipresente). La Iglesia (y la teología) nos enseña que cada una
de las tres divinas personas tiene una actuación diferenciada. Estos para realizar la salvación de los
hombres actúan en perfecta y total unidad y armonía.
El evangelio por su parte que corresponde al dialogo
entre Jesús y Nicodemo nos presenta como tema central el nacer del agua y del
Espíritu. Los sacramentos del Bautismo
y la Confirmación nos brindan ese nuevo nacer del agua (ablución o lavatorio)
por medio de la invocación de la Santísima Trinidad. Para quien no cree o duda sobre esto hay que
recordarle el texto bíblico que nos dice que: “para Dios
nada es imposible” (Lc. 1, 37). El amor de Dios es gratuito y universal es
una oferta para todos (sin distinción ni exclusividad). El amor de Dios es creador de vida, redentor y
por lo tanto medio eficaz de salvación.
Los sacramentos de la Iglesia son esa muestra de amor de Jesucristo para
con su Iglesia. Por eso los sacramentos
son herramientas redentoras y de salvación porque en ellos actúa el Espíritu
Santo. ¡Con reverencia y devoción
adoremos al Dios que es Uno y Trino!
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