27 de junio de 2014

¡Tú eres Pedro… y tú eres Apóstol de los gentiles! Solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo – Ciclo A

Hechos 12,1-11: Ahora sí estoy seguro de que el Señor envió a su ángel, para librarme de las manos de Herodes.
Salmo Responsorial 33: R/. El Señor me libró de todos mis temores.
2 Timoteo 4,6-8.17-18: Ahora sólo espero la corona merecida.
Mateo 16,13-19: Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos.
Cuando uno va a Roma y al Vaticano y ve los estilos arquitectónicos usados la construcción de los templos seguramente uno se queda fascinado.  Por lo menos ese fue mi caso cuando fui allá hace unos meses atrás para la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII.  Pero al reflexionar sobre esto me vino a la mente los “estilos arquitectónicos” humanos y espirituales que Dios ha usado (y sigue usando) para su Iglesia.  Precisamente a Pedro y a Pablo los podríamos considerar esos dos primeros “estilos arquitectónicos” de los cuales el Espíritu Santo se valió para que la Iglesia comenzara a caminar en este mundo.

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, pilares, columnas y apóstoles de la Iglesia.  Nos podríamos preguntar: ¿Por qué la Iglesia celebra en una misma solemnidad a Pedro y a Pablo?  Cuando leemos tanto en la Biblia como otros escritos biográficos de estos dos santos sin duda alguna reconoceremos que dedicar tiempo para recordar y dar gracias a Dios por sus vidas es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia.  Para contestar la pregunta antes mencionada quisiera dar dos explicaciones.
En primera instancia no celebramos a Pedro y a Pablo sino la gracia y el don que Dios les dio a estos seres humanos para llevar una particular llamado y misión dentro de la Iglesia.  Cuando Jesús conoció a Pedro seguramente vio en él, grandes cualidades y potenciales.  Seguramente esto se puede aplicar con San Pablo.  Por eso invito a Pedro a ser “pescador de hombres” (ver Lc. 5, 10) y a Pablo ser Apóstol de los Gentiles.
La segunda explicación es la siguiente.  Sabemos que Cristo llamo a Pedro para que fuera la cabeza visible de la Iglesia.  En otras palabras para que fuera papa.  Es sumamente interesante que llamemos al Vicario de Cristo en la Iglesia el Santo Padre y/o el Papa.  Y es precisamente que Pedro y sus sucesores han tenido en la Iglesia no solo tener que gobernarla sino además ser Padres Espirituales (en todo el sentido de la palabra) no solo para la Iglesia sino para toda la humanidad. 
Ejemplo de esto fue la reciente introversión e intersección que realizo (y sigue realizando) el Papa Francisco con los presidentes de Palestina e Israel.  Esto labor no ha sido solo para estos presidente sino para todos los palestinos y todos los judíos.  Aquí Francisco realizo su función de padre, el que debe poner orden entre sus hijos.  Sin duda alguna esta es la mayor responsabilidad que pueda poseer una persona dentro de la Iglesia.
Sobre san Pablo podríamos decir, si Pedro fue más allá de la predicación (para la cual estaba llamado) fue el administrador fiel que el mismo Cristo delego para que gobernara a la Iglesia, Pablo fue el ímpetu e impulso para que el mandato de Cristo de fundar la Iglesia saliera por primera vez fuera de la fronteras de Israel.
Las vocaciones o llamados de los santos Pedro y Pablo seguramente se supieron complementar.  Ellos fueron como esos dos eslabones de la cadena que se necesitan uno al otro para funcionar cabalmente.
Los Hechos de los Apóstoles (1ra lectura) nos brinda el relato de la liberación de Pedro de la cárcel por obra de un ángel enviado por Dios.  Por la historia de la Iglesia y por el mismo Nuevo Testamento que la Iglesia desde sus inicios sufría grandes persecuciones.  En estas podía suceder dos cosas; ser fiel y dar la vida como testimonio (mártir = testigo) de virtudes cristiana en su vida.  La otra cara de esta moneda era todo lo contrario a lo antes mencionado.  Esto consistía en renegar y renunciar a la fe cristiana y a esto se le suele llamar “lapsi” que significa renegar o adjurar. 
Pedro y Pablo supieron ser testigos hasta las últimas y más extremas consecuencias o sea entregaron sus vidas al martirio.  Esto no los refleja la segunda lectura.  Sin duda alguna Pablo (al igual que Pedro) sabía que tendría que dar su vida por la fe.  Pero de ninguna forma esto fue motivo de angustia ni desesperación para el Apóstol de los Gentiles.  Lo mismo podemos afirmar sobre Pedro.
Esto nos debe mover a reflexionar y preguntarnos ¿podríamos seguir los misma huellas y pasos de Pedro y Pablo?  ¿Cuán fiel o cuan infiel podríamos ser?  Se dice que todo en la vida tiene sus “pro y sus contras”.  Pero la vida cristiana solo tiene los pro (lo bueno, lo favorable) los contra (lo negativo, lo adverso) lo solemos crear nosotros mismos por nuestra debilidad y fragilidad humana.
“¿Quién dice la gente que soy yo?” (Mt. 16, 13).  Esta pregunta sin duda alguna sigue resonando hoy en día no solo en las esferas de la Iglesia sino además fuera de ella.  Podríamos decir que todas las demás religiones (no cristianas) se hacen esta pregunta.  Pero lo importante (y trascendente) aquí no es hacer la pregunta por sí mismo sino más bien como contestemos esta gran pregunta. 
La confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt. 16, 16) debe nuestra catequesis básica para responder a esta pregunta.   Además de la respuesta verbal que podamos dar es esencial saber dar una respuesta a esta pregunta con nuestro diario testimonio de vida cristiana.  Por eso se dice que la fe debe fundamentarse con nuestras obras y virtudes.  ¿Cómo responderemos?  Recordemos que como Pedro nosotros podemos ser también bienaventurados y dichos al contestar esta pregunta con nuestro testimonio de vida cristiana.   ¡Que el mismo Espíritu Santo quien es el “principal decano” de la Iglesia nos ayude a responder a esta pregunta con nuestra propia vida! ¡Que así sea!

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