Zac. 9, 9-10: Mira a tu rey que viene a
ti modesto
Salmo Responsorial 33: Bendeciré tu nombre por
siempre, Dios mío, mi rey
Rm. 8, 9.11-13: Si con el Espíritu dan
muerte a las obras del cuerpo, vivirán
Mt 11, 25-30: Soy manso y humilde de
corazón
La
liturgia hoy nos propone a la gente sencilla y humilde como protagonistas
centrales de la Palabra de Dios. La
palabra griega es "ptochos"
y significa materialmente pobres, indigentes, etc. El término hebreo para
los pobres es "ani" de
donde proviene la palabra “anawim” que
también denotaba originalmente los pobres físicamente.
Pero
en el transcurso del tiempo llegó a ser aplicado a las personas en diferentes
situaciones a causa de su pobreza. Así,
la palabra hebrea anawim se referiría
a los perseguidos y los oprimidos a causa de su pobreza. Los anawim
se refiere a aquellas personas “sin voz
ni voto” que no tienen influencia, asistencia o poder.
Sería
denotar los humildes y los indefensos que ponen su confianza en Dios y que
dependen de Dios solo por la reivindicación de sus derechos. En la literatura posterior Antiguo Testamento
la palabra anawim se convirtió casi
en un término técnico para las personas "piadosas
/ devotos".
Con
esta última aplicación de anawim (piadoso-devoto) se podrían incluir a la
mayoría de los profetas (incluyendo Juan el Bautista), María y José (y sus
parientes) eran considerados como pobres de Señor o Anawim.
El
profeta Zacarías quiere inducir o conducir a su pueblo a la esperanza
mesiánica. Esta es expresada en forma de
oráculo o anuncio de una forma inusual. El
Mesías estará investido de la dignidad real, pero será un rey “humilde”. El cual realizará en su persona el ideal de
los “pobres del Señor” (Anawim) (ver Sof. 2, 3). Al entrar “montado
en un burrito” y no a caballo o en un carro de guerra, se presenta
simbólicamente como el “Príncipe de la
paz” (ver Is. 9, 5; Mt 21. 4-5). Esta
esperanza mesiánica debe ser motivo de alegría como nos lo pide el mismo
profeta.
San
Pablo en su Carta a los Romanos nos da lección de que Espíritu de Dios siempre
está con nosotros y nos ayuda y nos brinda su protección y además nos da sus
dones y gracias. Hace unas semanas atrás
Pablo nos ensenaba que nadie puede decir Jesucristo es el Señor si no es
inspirado por el Espíritu Santo (ver 1Cor. 12, 3).
Ese
mismo Espíritu que con nuestro testimonio de vida nos inspira a mostrar a todos
los demás que Jesús de Nazaret es el Señor de señores y Rey de reyes también
mueve a llevar un estilo de vida de acuerdo a ese mismo Espíritu. Este es un estilo de vida que se debe
distinguir por la santidad, la justicia y sobretodo el amor. Es por eso que el la Biblia al hombre o a la
mujer santa(o) se le suele llamar el hombre (mujer) justo(a). Aquí tenemos que vivir en santidad es vivir
en justicia (para con nosotros y los demás) pero sobretodo es vivir en amor. Porque Dios es Amor (ver 1Jn. 4, 7–21).
Teniendo
todo esto en cuenta podemos entender que el Espíritu Santo es la carta o el carnet
de identidad de los que por medio del Bautismo pertenecemos a Cristo. Nos podríamos preguntar: ¿con que propósito?
Porque el hecho de que poseamos el Espíritu de Cristo se convierte a la misma
vez en garantía y esperanza (ver Heb. 11, 1) de la futura resurrección y de la
vida eterna como premio de nuestra carrera y misión de la vida cristiana.
San
Mateo nos muestra la desbordante e incontenible alegría de Jesús por la forma
de actuar del Padre. En la sociedad
(greco-latina y hasta judía) de ese entonces todos aquellos que no tenían una
educación que los hiciera expertos o peritos en alguna área de la vida por lo
general solían ser marginados y tratados como ciudadanos inferiores o de
segunda como comúnmente se le suele llamar.
Cuando leemos los evangelios podemos notar que Jesús rompe con este
esquema o parámetro de la sociedad. Para
Jesús y para su Espíritu Santo todos somos iguales y por ende todos (nacidos y
no-nacidos) poseemos una dignidad la cual debe ser respetada.
En
este sentido podemos entender porque el Papa Francisco se afana tanto porque
los derechos y dignidad de los seres humanos en especial con los menos
afortunados sean respetados y protegida. “Aprendan
de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso”
(Mt. 11, 29). Jesús es el Anawim (Pobre
del Señor) por excelencia. Anawim no
solo es un concepto bíblico sino más bien un estilo de vida a la manera de
Jesús de Nazaret. ¿Cuán parecidos a
Jesús deseamos ser en nuestra vida? Esa
es una pregunta cuya respuesta debe brotar desde lo más íntimo de nuestros
corazones y nuestros seres. ¡Que este
sea nuestro compromiso, ser lo más posible semejantes a Jesucristo!
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