6 de noviembre de 2014

¡He aquí la morada de Dios entre los hombres! Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán – Ciclo A

Ezequiel 47, 1-2.8-9.12: "Vi salir agua del templo; era un agua que daba vida y fertilidad"
Salmo Responsorial 45: "Un río alegra la ciudad de Dios." 
1Corintios 3, 9c-11.16-17: "Ustedes son templos de Dios"
Juan 2, 13-22: "Jesús hablaba del templo de su cuerpo"
“He aquí la morada de Dios entre los hombres” este es el título de un hermoso cantico litúrgico que solíamos cantar en mis años de formación del seminario. Este cantico fue compuesto por el Padre Lucien Deiss de la Orden del Espíritu Santo conocidos como los Espirítanos. El Padre Lucien fue un párroco, liturgista, autor, conferenciante, estudioso de las Sagradas Escrituras y compositor. Él estuvo muy involucrado en la reforma litúrgica del Vaticano II y el leccionario y fue perito durante el concilio para la reforma de la Liturgia.

Este himno sin duda alguna lo podríamos aplicar como preámbulo que nos ayude a comprender mejor esta celebración litúrgica que por circunstancias históricas-pastorales no es solo una celebración de Roma sino más bien universal. También se podría aplicar este título de este himno al contexto bíblico que nos presenta hoy la liturgia de la palabra.
Como bien es conocido San Juan de Letrán es la catedral de Roma y del Santo Padre como obispo de Roma que es.  Pero también es la Iglesia Madre y Cabeza de las demás iglesia locales o diócesis.  Por esta razón es que esta celebración se extiende de forma universal.
La palabra basílica significa “casa del rey”.  En la Iglesia Católica se le llama basílica a ciertos templos cuya fama es sobresaliente y destacada.   La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán.
El emperador Constantino, que fue el primer emperador romano que confirió a los cristianos el consentimiento para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre I convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.
Recordemos que antes de este tiempo de inicios del siglo IV no había templos cristianos en especial en el territorio del Imperio Romano ya que la cristiandad era perseguida de forma más tangible.
Se le llama Basílica del Divino Salvador, porque cuando fue nuevamente consagrada, en el año 787, una imagen del Divino Salvador, la cual al ser golpeada por un judío, derramó sangre.  En recuerdo de ese hecho se le puso ese nuevo nombre.  Se llama también Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos capillas dedicadas la una a San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista, y era atendida por los sacerdotes de la parroquia de San Juan.  
Hoy en día casi todos nuestros países de origen hay templos con el título de basílica.  México tiene unas 27 basílicas.   Mi bella Isla Borinqueña (Puerto Rico) posee dos basílicas. 
Algo para tener muy en cuenta es que nuestros templos con sus nombres y títulos van a ser solo eso si los miembros de la Iglesia no recordamos que no solo estamos llamados a ser sino más bien que estamos llamados a vivir como  templos vivos del Espíritu Santo en todo momento.  Cada uno de nuestros templos (ya sean capillas, parroquias, basílicas y/o catedrales, etc.) deben ser reflejo de nuestro compromiso y vivencia cristiana. 
Recordemos que como bautizados formamos un cuerpo eclesial donde Cristo Jesús es la Cabeza.   Pero este les dejo la potestad a Pedro y sus sucesores de apacentar a su rebaño (ver Jn. 21, 15-19).   En otras palabras, este cuerpo eclesial que llamamos iglesia tiene un orden y este orden tiene un su disposición que la Iglesia has mantenido por más de 2000 años.  Por eso decimos que Dios es un Dios de orden.  En este mismo contexto los cristianos estamos llamados a ser cristianos guiados bajo lo que dispuso nuestro Señor Jesucristo. 
El Profeta Ezequiel nos presenta a Dios como la fuente de Agua Viva.  Es pueblo de Dios vive como un “desierto” o sea alejado de Dios.  Este es vivificado por el Agua y el Espíritu de Dios.  Recordemos el relato de la Creación como nos dice que el Jardín del Edén estaba rodeado de agua o un gran rio de donde brotaban, según nos dice el hagiógrafo (autor bíblico) cuatro brazos-ríos (ver Gn. 2, 10-14).  Esta imagen del Edén rodeado de agua solía ser motivo de inspiración en muchos de los profetas.
Vemos como esta agua ha de correr desde el altar o sea desde la misma presencia de Dios rumbo al oriente hasta llegar el Mar Muerto.  Los que hemos estado en Israel y hemos visitado este lugar sabemos muy bien este es el lugar más bajo donde las aguas están a más de 400 metros por debajo del nivel del mar.  Más aun allá no existe vida marítima solo sales (no hablo de sal de comer) y minerales tan densos que yo que no se flotar (o no puedo) allá flotaba como el mejor de los expertos.
Con este texto el profeta se inspira para decirnos que Dios, Creador de la vida, puede hacer renacer vida hasta del lugar más inerte que pueda existir.  En este mismo sentido Dios puede hacer renacer el alma y nuestro espíritu cuando han muerto por el pecado.  Aun cuando éste sea considerado tan estéril como lo es el Mar Muerto.
Hoy  San Pablo en la segunda lectura nos recuerda que debemos de vivir de acuerdo a los cimientos y las bases del mismo Jesucristo.  Cristo Jesús es el primero en darnos el ejemplo de cómo vivir nuestra vida espiritual. 
La historia de la Iglesia hasta nuestros tiempos nos sigue dejando ejemplos de hombres y mujeres que vivieron la santidad y fueron templos vivos del Espíritu de Dios. Es muy alentador saber que personas como Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta y muchas otras personas en nuestras parroquias o diócesis vivieron con esa constante invitación e inspiración del Espíritu Santo para moldear sus vidas tal como lo fue Jesús de Nazaret. 
Nos debemos preguntar: ¿Estamos dispuestos a vivir como templos del Espíritu de Dios?
El Evangelista San Juan nos presenta el relato de la expulsión de los vendedores del Templo de Jerusalén.  Aquí hay que realizar una distinción muy importante.  En los Evangelios Sinópticos ("sinóptico” proviene del griego synopsis, que significa "mirada unitaria”) de este evento; Mateo, Marcos y Lucas nos los narran casi al final de su predicación pública mientras que Juan lo ubica al Inicio de su ministerio.  
Es muy importante entender que la Biblia no es un libro de datos.  Cuando suele haber discrepancias en algunos de los eventos, como este en el texto joánicos,  por lo regular la razón suele ser por motivos teológicos-pastorales.  Posible mente Juan pone este evento al comenzar su ministerio público para resaltar que desde el inicio de su ministerio ya Él no era visto con buenos ojos. 
De la misma forma que un edificio hay que limpiarlo habitualmente también nuestro edificio espiritual donde Dios quiere morar también requiere ser purificación frecuente. Para eso Jesús le dejo al Cuerpo Eclesial unos momentos sagrados o sacramentos.  Hay dos sacramentos de sanación (Reconciliación y Unción de los enfermos) los cuales la Iglesia que es Madre y Maestra administra con gran diligencia.
Un día por medio de las aguas bautismales que brotaron del mismo altar (o presbiterio) nos dio ese sello indeleble (que no se borra) que estuvo acompañado de virtudes (teologales y cardinales) más la triple misión de Cristo de ser sacerdotes (sacerdocio común de los fieles), reyes y profetas.  Con estas últimas ofrecemos el sacrificio de los sacrificio (Cristo), velamos por el bien común y anunciamos (palabra de Dios, amor de Dios) y denunciamos el pecado, las injusticias y todo lo que no le agrada a Dios.

¡Que María la Madre del Salvador y de la Iglesia quien fue templo vivo del Espíritu de Dios interceda siempre por nosotros!

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