Ezequiel
47, 1-2.8-9.12: "Vi salir agua del templo; era un agua que daba vida y
fertilidad"
Salmo
Responsorial 45: "Un río alegra la ciudad de Dios."
1Corintios
3, 9c-11.16-17: "Ustedes son templos de Dios"
Juan
2, 13-22: "Jesús hablaba del templo de su cuerpo"
“He
aquí la morada de Dios entre los hombres” este es el
título de un hermoso cantico litúrgico que solíamos cantar en mis años de
formación del seminario. Este cantico fue compuesto por el Padre Lucien Deiss
de la Orden del Espíritu Santo conocidos como los Espirítanos. El Padre Lucien
fue un párroco, liturgista, autor, conferenciante, estudioso de las Sagradas
Escrituras y compositor. Él estuvo muy involucrado en la reforma litúrgica del
Vaticano II y el leccionario y fue perito durante el concilio para la reforma
de la Liturgia.
Este himno
sin duda alguna lo podríamos aplicar como preámbulo que nos ayude a comprender
mejor esta celebración litúrgica que por circunstancias históricas-pastorales
no es solo una celebración de Roma sino más bien universal. También se podría
aplicar este título de este himno al contexto bíblico que nos presenta hoy la
liturgia de la palabra.
Como bien es
conocido San Juan de Letrán es la catedral de Roma y del Santo Padre como
obispo de Roma que es. Pero también es
la Iglesia Madre y Cabeza de las demás iglesia locales o diócesis. Por esta razón es que esta celebración se
extiende de forma universal.
La palabra basílica
significa “casa del rey”. En la
Iglesia Católica se le llama basílica a ciertos templos cuya fama es
sobresaliente y destacada. La primera
Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración
celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba
ese nombre, Letrán.
El emperador
Constantino, que fue el primer emperador romano que confirió a los cristianos
el consentimiento para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el
Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre I convirtió en templo y
consagró el 9 de noviembre del año 324.
Recordemos
que antes de este tiempo de inicios del siglo IV no había templos cristianos en
especial en el territorio del Imperio Romano ya que la cristiandad era
perseguida de forma más tangible.
Se le llama Basílica
del Divino Salvador, porque cuando fue nuevamente consagrada, en el año 787,
una imagen del Divino Salvador, la cual al ser golpeada por un judío, derramó
sangre. En recuerdo de ese hecho se le
puso ese nuevo nombre. Se llama también
Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos capillas dedicadas la una a
San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista, y era atendida por los
sacerdotes de la parroquia de San Juan.
Hoy en día
casi todos nuestros países de origen hay templos con el título de
basílica. México tiene unas 27
basílicas. Mi bella Isla Borinqueña (Puerto
Rico) posee dos basílicas.
Algo para
tener muy en cuenta es que nuestros templos con sus nombres y títulos van a ser
solo eso si los miembros de la Iglesia no recordamos que no solo estamos
llamados a ser sino más bien que estamos llamados a vivir como templos vivos del Espíritu Santo en todo
momento. Cada uno de nuestros templos
(ya sean capillas, parroquias, basílicas y/o catedrales, etc.) deben ser
reflejo de nuestro compromiso y vivencia cristiana.
Recordemos
que como bautizados formamos un cuerpo eclesial donde Cristo Jesús es la
Cabeza. Pero este les dejo la potestad
a Pedro y sus sucesores de apacentar a su rebaño (ver Jn. 21, 15-19). En otras palabras, este cuerpo eclesial que
llamamos iglesia tiene un orden y este orden tiene un su disposición que la
Iglesia has mantenido por más de 2000 años.
Por eso decimos que Dios es un Dios de orden. En este mismo contexto los cristianos estamos
llamados a ser cristianos guiados bajo lo que dispuso nuestro Señor
Jesucristo.
El Profeta
Ezequiel nos presenta a Dios como la fuente de Agua Viva. Es pueblo de Dios vive como un “desierto”
o sea alejado de Dios. Este es
vivificado por el Agua y el Espíritu de Dios.
Recordemos el relato de la Creación como nos dice que el Jardín del Edén
estaba rodeado de agua o un gran rio de donde brotaban, según nos dice el hagiógrafo
(autor bíblico) cuatro brazos-ríos (ver Gn. 2, 10-14). Esta imagen del Edén rodeado de agua solía ser
motivo de inspiración en muchos de los profetas.
Vemos como
esta agua ha de correr desde el altar o sea desde la misma presencia de Dios
rumbo al oriente hasta llegar el Mar Muerto.
Los que hemos estado en Israel y hemos visitado este lugar sabemos muy
bien este es el lugar más bajo donde las aguas están a más de 400 metros por
debajo del nivel del mar. Más aun allá
no existe vida marítima solo sales (no hablo de sal de comer) y minerales tan
densos que yo que no se flotar (o no puedo) allá flotaba como el mejor de los
expertos.
Con este
texto el profeta se inspira para decirnos que Dios, Creador de la vida, puede
hacer renacer vida hasta del lugar más inerte que pueda existir. En este mismo sentido Dios puede hacer renacer
el alma y nuestro espíritu cuando han muerto por el pecado. Aun cuando éste sea considerado tan estéril
como lo es el Mar Muerto.
Hoy San Pablo en la segunda lectura nos recuerda
que debemos de vivir de acuerdo a los cimientos y las bases del mismo
Jesucristo. Cristo Jesús es el primero
en darnos el ejemplo de cómo vivir nuestra vida espiritual.
La historia
de la Iglesia hasta nuestros tiempos nos sigue dejando ejemplos de hombres y
mujeres que vivieron la santidad y fueron templos vivos del Espíritu de Dios. Es
muy alentador saber que personas como Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta
y muchas otras personas en nuestras parroquias o diócesis vivieron con esa
constante invitación e inspiración del Espíritu Santo para moldear sus vidas
tal como lo fue Jesús de Nazaret.
Nos debemos
preguntar: ¿Estamos dispuestos a vivir como templos del Espíritu de Dios?
El
Evangelista San Juan nos presenta el relato de la expulsión de los vendedores
del Templo de Jerusalén. Aquí hay que
realizar una distinción muy importante.
En los Evangelios Sinópticos ("sinóptico” proviene del
griego synopsis, que significa "mirada unitaria”) de este
evento; Mateo, Marcos y Lucas nos los narran casi al final de su predicación
pública mientras que Juan lo ubica al Inicio de su ministerio.
Es muy
importante entender que la Biblia no es un libro de datos. Cuando suele haber discrepancias en algunos
de los eventos, como este en el texto joánicos,
por lo regular la razón suele ser por motivos
teológicos-pastorales. Posible mente
Juan pone este evento al comenzar su ministerio público para resaltar que desde
el inicio de su ministerio ya Él no era visto con buenos ojos.
De la misma
forma que un edificio hay que limpiarlo habitualmente también nuestro edificio
espiritual donde Dios quiere morar también requiere ser purificación frecuente.
Para eso Jesús le dejo al Cuerpo Eclesial unos momentos sagrados o sacramentos. Hay dos sacramentos de sanación
(Reconciliación y Unción de los enfermos) los cuales la Iglesia que es Madre y
Maestra administra con gran diligencia.
Un día por
medio de las aguas bautismales que brotaron del mismo altar (o presbiterio) nos
dio ese sello indeleble (que no se borra) que estuvo acompañado de virtudes
(teologales y cardinales) más la triple misión de Cristo de ser sacerdotes
(sacerdocio común de los fieles), reyes y profetas. Con estas últimas ofrecemos el sacrificio de
los sacrificio (Cristo), velamos por el bien común y anunciamos (palabra de
Dios, amor de Dios) y denunciamos el pecado, las injusticias y todo lo que no
le agrada a Dios.
¡Que
María la Madre del Salvador y de la Iglesia quien fue templo vivo del Espíritu
de Dios interceda siempre por nosotros!
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