22 de noviembre de 2014

¿Verdaderamente Cristo reina en nuestras vidas? Domingo XXXIV: Solemnidad de Cristo Rey del Universo – Ciclo A

Ezequiel 34, 11-12. 15-17: Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos.
Salmo Responsorial 22: R/. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
1 Corintios 15, 20-26. 28: Cristo le entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas.
San Mateo 25, 31-46: Se sentará en su trono de gloria y apartará a los unos de los otros.
Hace 29 años atrás una semana así como esta, ya casi para finalizar noviembre yo estaba haciendo mi retiro para decidir si ingresaba al seminario o no.  Cuando me tocó entrevistarme con el sacerdote encargado del seminario (de la Orden de los Predicadores conocidos como los Dominicos) me pregunto primero si había decidido ingresar al seminario y le dije que sí.  Luego de esto me dijo, bueno solo tengo una pregunta para ti ¿verdaderamente Cristo reina en tu vida?

En ese entonces (con unos 19 años de edad) me parecía algo incomprensible con mis buenas recomendaciones que llevaba de mi párroco y otras personas que me conocían muy bien.  Precisamente, me decía este sacerdote, tu párroco y las otras personas dieron muy buena recomendación de ti pero esta es una pregunta que solo puedes contestarla tú.  Claro está, yo le conteste que sí, que Cristo reina en mi vida.
Luego yo contestar esa pregunta me remato con otra pregunta sirves tu como Cristo lo hizo.   Ya que el reinado de Cristo es un reinado de servicio.  Aquí ya no pude contestar con la misma prontitud que en la pregunta inicial.  Yo le tuve que contestar que si estoy tratando pero me falta mucho para llegar a calibre de Cristo.  Cuando estamos conscientes de que Cristo reina en nuestras vidas por consecuencia lógica debemos preguntarnos si servimos como lo hizo Cristo Jesús.  Ya que el Reinado de Jesucristo es uno de servicio (ver Mt. 20, 28).
El profeta Ezequiel nos presenta en su fragmento como este Dios-Pastor va a reunir a sus ovejas que están dispersas.  Recordemos que como ya había mencionado antes Ezequiel fue un sacerdote sin templo y un profeta sin tierra.  Ya que este pasó gran parte de su vida en el Babilonia como cautivo, de hecho murió mártir allá en Babilonia, según la tradición hebraica.  Unos dos siglos antes las tribus del Norte habían sido arrasadas y deportadas por el Imperio Asirio.  Lo que implicaba que después del destierro de Judea a Babilonia todo Israel se consideraba dispersa por todo el mundo conocido para la época.  En este sentido se consideraba que Dios habría de reunir a todo Israel (tanto las tribus del norte como las del sur).
Pero cuando leemos este texto del profeta Ezequiel como cristianos ya no podemos verlo como un simple texto de la historia del pueblo que Dios se escogió para sí, para llevar su mensaje de salvación a las demás naciones.  En Cristo Jesús podemos ver como este texto se ha ido cumpliendo y se está cumpliendo.   La pregunta que nos debemos hacer es quiero yo ser parte de esto o no.  La decisión es mía, es de usted hermano o hermana, es nuestra.  En esta visión del Profeta Ezequiel es función del Pastor y Juez cuya función le toca a realizar a Dios mismo. En el Nuevo Testamento esta doble misión se le entrega al Hijo que será el Buen Pastor (ver Jn. 10, 1-21) y el Juez Universal (Mt 25, 31-46).
Los apóstoles (incluyendo a Pablo) y la primera generación de discípulos que proclamaron el kerigma (primera proclamación de la Buena Nueva de Cristo) afirmaban categóricamente la resurrección de los muertos como una verdad de fe infalible.  Primero la de Jesús de Nazaret como fruto y manifestación del poder de Dios.  Esta primera resurrección de Cristo por consecuencia lógica se transformaría en signo esperanzador de lo que Dios ha prometido.  Esto fue el centro de la predicación de Pablo.  A tal grado de decirnos que si Cristo no resucito vana seria nuestra predicación y vana seria nuestra fe (ver 1Cor. 15, 14).
Esta resurrección de Jesús no solo es una esperanza sino también una llamada a la vida definitiva y plena, o sea lo que llamamos la vida eterna.  Si nos fijamos desde el libro del Génesis en el relato de la creación el proyecto y plan original de Dios no era la muerte sino la vida (ver Gn. 2, 15-17).  La muerte llego al hombre como consecuencia del pecado.
Si nos fijamos bien la resurrección de la carne no es otra cosa que la restauración del plan original de Dios para la máxima expresión de  su creación que es el hombre.  Por eso a lo largo de la historia de la salvación se recoge la misericordia, la bondad, la santidad y la fidelidad de Dios para su alianza para con el hombre.  Esto lo recoge magistralmente el Magnifica (ver Lc. 1, 46-55).
San Mateo continuando la proclamación evangélica del domingo anterior nos narra lo que es conocido como el discurso escatológico (escatología es el estudio sobre el final de los tiempos).  Hoy de forma muy viva y sugerentemente se nos narra lo que sucederá al final de los tiempos donde Jesús como Rey tendrá la tarea de ser juez de nuestras obras según lo dicta la ley de la nueva alianza (o sea la ley del amor) que el mismo Cristo no dejó.  Como podremos notar en el texto bíblico este amor obra siempre para el bien o en la caridad.  Es la caridad o sea el amor hecho acción lo que nos moverá a realizar las exigencias que el mismo Cristo Jesús nos deja en este texto matéano.
Mateo nos da de forma apocalíptica para que lo pudieran entender la comunidad a quien este le escribió su evangelio quienes eran en su mayoría judíos-cristianos.  Recordemos que ese fue (el apocalíptico) el estilo literario con que fue escrito en el Libro de Daniel.  Estas primeras comunidades cristianas mateanas estaban muy familiarizadas con este tipo de texto bíblico como comentada por la tradición rabínica.  Uno de los problemas que hace que nuestras generaciones actuales no entiendan este género bíblico es que el género apocalíptico no fue escrito para vaticinar o predecir el futuro como muchos cristianos fundamentalistas piensan del Libro del Apocalipsis. 
“Se sentará como Juez de todas las naciones en el trono de su gloria” nos debemos preguntar qué significa e implica esto.  En primer lugar que como miembro de la Trinidad Santa, Un solo Dios en Tres Divinas Personas, este tiene una (o unas) función en particular.  Durante su Encarnación y su vida terrena lo fue anunciar el Reino de Dios y darle sentido pleno a la ley y a los profetas (ver Mt. 5, 17-32).  Ahora bien, como atestiguaron los apóstoles y las primeras generaciones de discípulos Cristo Resucitó y Ascendió a los Cielos.  De aquí en adelante Jesucristo está en otra realidad junto al Padre o a su derecha como proclamamos en el Credo.  Es que desde esta última realidad “ha de venir a juzgar a los vivos y los muertos” como igualmente rezamos en el Credo.  Esta realidad de nuestro juicio la vivifica muy claramente el autor del Libro del Apocalipsis (ver Capítulos 21 & 22 del Apocalipsis).
Como podemos apreciar en este texto neotestamentario hay solo dos conclusiones el ganar o perder.  En otras palabras se nos dará el premio (el Cielo) o castigo (el infierno).  La primera es estar en la eternidad ante la Presencia Infinita y Beatifica del mismo Dios para alabarle y darle el culto eterno y perfecto.  Lo segundo es la ausencia total del Dios que donde todo es más que desesperación,  es eterno suplicio o tormento.
Como suele decir un sacerdote amigo mío después del pecado original lo que se nos había dado de gratis nos ha de costar un buen precio.  Como se puede apreciar que después de la desobediencia del hombre hacia Dios, este nos da una gran semilla de esperanza.  Nos deja un pacto o alianza de amor donde tanto la antigua como la nueva son alianzas de amor.  Que hace dicha alianza nueva la forma de visualizarla y asumirla. Pero como toda alianza (o contrato) hay unas exigencias que hay que cumplir para que esta alianza se lleve a cabo. 
Si nos fijamos la ley, los profetas y ultimadamente Jesús llegaron a nosotros para clarificarnos como cumplir apropiadamente las exigencias que adquirimos en esta alianza de amor con el mismo Dios.
San Agustín el célebre Padre y Doctor de la Iglesia nos dejó una de las expresiones más citadas sobre amor fuera de la Palabra de Dios: “Ama y has lo que quieras”.  Esta frase del “Doctor de la Gracia” (como es conocido por su gran elocuencia en la doctrina cristiana) contiene de por si mucho material para reflexionar sobre el amor (en especial el amor cristiano).
El amor nos lleva a darlo todo pero sobre todo a dar lo mejor de uno mismo hacia la otra persona.  Cuando amo según la propia naturaleza del amor me debe llevar a realizar el supremo bien o la justicia en su sentido más amplio.  Aunque por nuestra propia y limitada naturaleza estas cosas (el supremo bien o la plena justicia) son imposible de realzar.  La verdad es imposible con nuestras propias fuerzas pero debemos recordar que para Dios nada es imposible.  En este caso sería difícil pero no imposible.
Como ya he comentado en otras ocasiones la caridad es el amor hecho acción.  Es precisamente seremos juzgados no por lo que yo predique o escriba sino por el amor o caridad que haya realizado o la que no haya realizado.  Por eso la Iglesia nos enseña que hay pecado de omisión.  O sea pecamos también por lo que hayamos dejado de hacer y que deberíamos haber realizado.  Lamentablemente en muchas ocasiones asumimos la postura cainística al hacernos indiferentes del dolor y sufrimiento de nuestro prójimo.
Es muy recomendable hacer un frecuente examen de conciencia y sin duda que de alguna forma u otra actuamos como Caín y muchas veces respondiéndole a Dios “acaso soy yo guardián de mi hermano” (ver Gn. 4, 1-16).  En la Iglesia desde hace siglos al realizar la oración nocturna conocida como las “completas” nos exhorta a realizar un examen de conciencia.  ¿Por qué hacer esto en la noche?  La noche por su propia naturaleza donde casi todo lo creado por Dios duerme es el momento más apropiado para realizar un examen de conciencia.
Claro está todo examen de conciencia es hecho con el propósito de mejorar tanto lo humano como lo espiritual.  Saquemos tiempo para un examen de conciencia.  Para esto hay que detener la marcha pero una vez nuestra conciencia recta (guiada por el mismo Dios) nos proponemos un plan de acción donde nuestra vida cristiana debe moverse por el amor o sea por la caridad donde demostramos ese amor tal como Cristo lo hizo en su vida terrena.

¡Que el Espíritu Santo nos guie e ilumine a obrar en el amor de Dios y ofrecerlo siempre los unos a los otros!

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