24 de abril de 2015

El “password” de Dios... Domingo IV Pascua – Ciclo B

Hechos 4,8-12: Ningún otro puede salvarnos… pues no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro.
Salmo Responsorial 117: R/ La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya.
1 Juan 3,1-2: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos.
Juan 10,11-18: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas.
El uso de las computadoras y más aún el uso de la Internet se ha vuelto algo casi indispensable para nuestra vida diaria.  Se podría decir que las computadoras sin Internet es una computadora casi desnuda.  Más aun para cualquier cosa que queremos hacer en el computador y la mayoría de nuestros enseres electrónicos hay que entrar un “password” o contraseña.  Cuando se nos olvida esa contraseña muchas veces parece que nos cae el mundo encima de nosotros.

En forma análoga o similar podemos decir que Dios tiene un password o mejor dicho “dos en uno” los cuales brotan de lo más íntimo de su corazón.  Estos son “amor-en-cruz” y “cruz-en-amor”.  Estos nos dan acceso la más íntimo que hay en el Corazón de Dios o sea su infinito amor y su gracia inagotable.  Pero debemos tener cuidado porque el pecado hace que ese password se nos olvide.  Por eso la vida de oración y sacramental nos dan herramientas espirituales que nos ayudan a no olvidar ese contraseña. 
San Lucas en los Hechos de los Apóstoles continua narrándonos la curación del paralitico a las puestas del Templo de Jerusalén por parte o intercesión de Pedro y Juan (ver Hch. 3, 1-9). Hoy se nos narra el inicio del discurso kerigmático (= primer anuncio) de Pedro (como cabeza visible de la Iglesia naciente) dio a raíz de este acontecimiento en el templo. El Apóstol Pedro les dice con mucho énfasis e inspirado por el Espíritu Santo que el milagro del tullido no fue obra de ellos sino del mismo a quien ellos crucificaron y a quien Dios con su poder resucitó. Además Pedro citando las palabras del salmo les dice que “la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular” (ver Salmo 117, 22-23). 
Estas mismas serán las palabras que nos recuerda la liturgia hoy en el Salmo Responsorial. Y nos pone a repetir esa antífona: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya”. Fijémonos del énfasis de la liturgia al finalizar esta antífona con la palabra “aleluya” la cual significa “alabamos al Altísimo” o “alabemos al Señor”.
La segunda lectura nos presenta el misterio (= aquello que Dios revela pero que no lo conocemos del todo) de Dios. Pero veremos que este misterio de Dios no es inalcanzable sino más bien que Él es quien quiere llegar a nuestros corazones. Nos recuerda el autor bíblico que ahora somos hijos de Dios y que somos hijos de Dios en la fe y la esperanza (ver Heb. 11, 1).  Además nos dice que llegara el momento “en la eternidad” en que seremos semejantes a Él.  Recordemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.  ¿Qué distanció o que hace veamos esta imagen y semejanza más distante?  Sin duda alguna, lo fue el pecado.  Adán entes del pecado original estaba plenamente consciente de su semejanza a Dios.  El pecado es quien pone distancia y nos hace olvidar esta realidad que Dios ha puesto en nuestros seres.  La fe en Cristo nos reafirma la esperanza de llegar un día a la “Jerusalén o Patria Celestial” que se nos tiene prometida.
El evangelio nos presenta un tema tan discutido y escrito como la misma vida de Jesús.  Podríamos decir que de la misma forma “que está en el ADN humano-divino” de Jesucristo ser Eterno Amor y Misericordia Infinita también está en sí mismo el ser Sumo y Eterno Buen Pastor.  Pero veamos la realidad, en tiempo de Jesús el ser pastor de ovejas era una profesión mal vista.  Estos tenían que trabajar de noche y los que eran asalariados solían no poner esmero en su trabajo.  Los pastores que velaban sus propias ovejas y cabritos ponían todo su empeño ya que sabían que de esto dependía su sustento diario y de su familia.   Es de este tipo de pastores el cual Jesús hace su analogía.
La primera señal que debemos apreciar es que Jesús como el Buen Pastor da su vida por sus ovejas.  Además Jesús da su vida para recupera sus ovejas.  Nos debemos preguntar ¿Qué nos hace apartarnos del rebaño?  Lo primero sería el pecado y vamos a ver que algunas ovejas se apartan por más tiempo y otras por menos pero todos más que menos nos apartamos del redil y necesitamos que Jesús venga por nosotros.  Hoy en día y desde el tiempo de los apóstoles en la Iglesia el Espíritu Santo ha sido ese Buen Pastor que ha gobernado con plena sabiduría la Iglesia.
Todos los cristianos de una forma u otra estamos llamados al pastoreo.  Unos ordenados o ministerial otros por vocación laical.  Muchos son llamados a pastorear a la familia y somos y debemos ser pastores de nuestra vocación o llamado profesional.   Pero a todos el Señor nos ha de pedir cuentas cuan bien o mal hemos pastoreado.  “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!  ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Ustedes se han tomado la leche, se han vestido con la lana, han sacrificado las ovejas más gordas; no han apacentado el rebaño. No han fortalecido a las ovejas débiles, no han cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no han tornado a la descarriada ni buscado a la perdida; sino que las han dominado con violencia y dureza. Y ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las fieras del campo; andan dispersas” (Ezequiel 34, 2-5). 

Somos cristianos por medio del agua y la unción que un día recibimos en nuestro Bautismo y de esta forma al igual que Cristo fuimos constituidos sacerdotes, reyes y profetas.  Como sacerdotes, santificamos, consagramos y ofrecemos al mismo Dios sacrificios partiendo y tomando parte del Sacrificio de los sacrificios es cuál es la Eucaristía.  Como reyes de la misma forma que Jesús estamos llamados a servir (ver Mt. 20, 28) y cuidar por el bien común.  Como profetas estamos llamados a anunciar y a denunciar.  Anunciar el amor, la gracia, y la misericordia de Dios que nos da vida y nos eleva hacia la presencia del mismo Dios.  Denunciar el odio, el pecado y maldad que nos destruye y nos lleva a la muerte.  Nos debemos preguntar si somos buenos pastores en nuestra familia, en nuestros trabajos, en el apostolado dentro de la comunidad eclesial y en fin en todos los ambientes de nuestra vida.  
¡Que el Sumo y Eterno Buen Pastor siempre vele, cuide y nos ayude en esta encomienda!

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