Hechos 4,8-12: Ningún otro puede salvarnos…
pues no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador
nuestro.
Salmo
Responsorial 117: R/ La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
1 Juan 3,1-2: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos
hijos de Dios, sino que lo somos.
Juan 10,11-18: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas.
El uso de las computadoras y más aún el uso de la Internet
se ha vuelto algo casi indispensable para nuestra vida diaria. Se podría decir que las computadoras sin
Internet es una computadora casi desnuda.
Más aun para cualquier cosa que queremos hacer en el computador y la
mayoría de nuestros enseres electrónicos hay que entrar un “password” o
contraseña. Cuando se nos olvida esa contraseña
muchas veces parece que nos cae el mundo encima de nosotros.
En forma análoga o similar podemos decir que Dios tiene
un password o mejor dicho “dos en uno” los cuales brotan de lo más
íntimo de su corazón. Estos son “amor-en-cruz”
y “cruz-en-amor”. Estos nos dan
acceso la más íntimo que hay en el Corazón de Dios o sea su infinito amor y su
gracia inagotable. Pero debemos tener
cuidado porque el pecado hace que ese password se nos olvide. Por eso la vida de oración y sacramental nos
dan herramientas espirituales que nos ayudan a no olvidar ese contraseña.
San Lucas en los Hechos de los Apóstoles continua
narrándonos la curación del paralitico a las puestas del Templo de Jerusalén
por parte o intercesión de Pedro y Juan (ver Hch. 3, 1-9). Hoy se nos narra el
inicio del discurso kerigmático (= primer anuncio) de Pedro (como cabeza
visible de la Iglesia naciente) dio a raíz de este acontecimiento en el templo.
El Apóstol Pedro les dice con mucho énfasis e inspirado por el Espíritu Santo
que el milagro del tullido no fue obra de ellos sino del mismo a quien ellos
crucificaron y a quien Dios con su poder resucitó. Además Pedro citando las
palabras del salmo les dice que “la piedra que ustedes, los constructores,
han desechado y que ahora es la piedra angular” (ver Salmo 117,
22-23).
Estas mismas serán las palabras que nos recuerda la
liturgia hoy en el Salmo Responsorial. Y nos pone a repetir esa antífona: “La
piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya”.
Fijémonos del énfasis de la liturgia al finalizar esta antífona con la palabra “aleluya”
la cual significa “alabamos al Altísimo” o “alabemos al Señor”.
La segunda lectura nos presenta el misterio (= aquello
que Dios revela pero que no lo conocemos del todo) de Dios. Pero veremos que
este misterio de Dios no es inalcanzable sino más bien que Él es quien quiere
llegar a nuestros corazones. Nos recuerda el autor bíblico que ahora somos
hijos de Dios y que somos hijos de Dios en la fe y la esperanza (ver Heb. 11,
1). Además nos dice que llegara el
momento “en la eternidad” en que seremos semejantes a Él. Recordemos que fuimos creados a imagen y
semejanza de Dios. ¿Qué distanció o que
hace veamos esta imagen y semejanza más distante? Sin duda alguna, lo fue el pecado. Adán entes del pecado original estaba
plenamente consciente de su semejanza a Dios. El pecado es quien pone distancia y nos hace
olvidar esta realidad que Dios ha puesto en nuestros seres. La fe en Cristo nos reafirma la esperanza de
llegar un día a la “Jerusalén o Patria Celestial” que se nos tiene
prometida.
El evangelio nos presenta un tema tan discutido y
escrito como la misma vida de Jesús.
Podríamos decir que de la misma forma “que está
en el ADN humano-divino” de Jesucristo ser Eterno Amor y Misericordia
Infinita también está en sí mismo el ser Sumo y Eterno Buen Pastor. Pero veamos la realidad, en tiempo de Jesús
el ser pastor de ovejas era una profesión mal vista. Estos tenían que trabajar de noche y los que
eran asalariados solían no poner esmero en su trabajo. Los pastores que velaban sus propias ovejas y
cabritos ponían todo su empeño ya que sabían que de esto dependía su sustento
diario y de su familia. Es de este tipo
de pastores el cual Jesús hace su analogía.
La primera señal que debemos apreciar es que Jesús
como el Buen Pastor da su vida por sus ovejas.
Además Jesús da su vida para recupera sus ovejas. Nos debemos preguntar ¿Qué nos hace apartarnos
del rebaño? Lo primero sería el pecado y
vamos a ver que algunas ovejas se apartan por más tiempo y otras por menos pero
todos más que menos nos apartamos del redil y necesitamos que Jesús venga por
nosotros. Hoy en día y desde el tiempo
de los apóstoles en la Iglesia el Espíritu Santo ha sido ese Buen Pastor que ha
gobernado con plena sabiduría la Iglesia.
Todos los cristianos de una forma u otra estamos
llamados al pastoreo. Unos ordenados o
ministerial otros por vocación laical.
Muchos son llamados a pastorear a la familia y somos y debemos ser
pastores de nuestra vocación o llamado profesional. Pero a todos el Señor nos ha de pedir
cuentas cuan bien o mal hemos pastoreado.
“¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño?
Ustedes se han tomado la leche, se han vestido con la lana, han sacrificado las
ovejas más gordas; no han apacentado el rebaño. No han fortalecido a las ovejas
débiles, no han cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no han
tornado a la descarriada ni buscado a la perdida; sino que las han dominado con
violencia y dureza. Y ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han
convertido en presa de todas las fieras del campo; andan dispersas”
(Ezequiel 34, 2-5).
Somos cristianos por medio del agua y la unción que un
día recibimos en nuestro Bautismo y de esta forma al igual que Cristo fuimos
constituidos sacerdotes, reyes y profetas.
Como sacerdotes, santificamos, consagramos y ofrecemos al mismo Dios
sacrificios partiendo y tomando parte del Sacrificio de los sacrificios es cuál
es la Eucaristía. Como reyes de la misma
forma que Jesús estamos llamados a servir (ver Mt. 20, 28) y cuidar por el bien
común. Como profetas estamos llamados a
anunciar y a denunciar. Anunciar el
amor, la gracia, y la misericordia de Dios que nos da vida y nos eleva hacia la
presencia del mismo Dios. Denunciar el
odio, el pecado y maldad que nos destruye y nos lleva a la muerte. Nos debemos preguntar si somos buenos
pastores en nuestra familia, en nuestros trabajos, en el apostolado dentro de
la comunidad eclesial y en fin en todos los ambientes de nuestra vida.
¡Que el Sumo y Eterno Buen Pastor siempre
vele, cuide y nos ayude en esta encomienda!
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