Mateo 6, 19-23:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes
tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los
ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que
perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también
está tu corazón.
Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están
sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu
cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que
oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”
Reflexión:
Hoy el Jesús en el Evangelio de San Mateo nos pone un
reto. Quizás el reto más importante que
Cristo no haya podido dar. Jesús nos
dice hoy: “No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el
moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más
bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los
destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque
donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón” (Mt. 6, 19-21).
Sería muy conveniente preguntarnos ¿Qué es el Cielo? El Cielo es la Morada Eterna de Dios o como
dicen los teólogos es la Jerusalén Celestial.
Pero como morada que es llegar a Cielo es llegar ante la Presencia
Beatifica y Eterna del Dios Altísimo y Omnipotente. Esto es algo que alcanzan muchos de los
santos que experimentan el Cielo en esta vida porque llegan a alcanzar esa comunicación
y unión con Dios de forma extraordinaria.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) puede ayudar
a seguir entendiendo lo que es el Cielo aunque no del todo ya que recordemos
que al igual que Dios el Cielo es un misterio (= todo aquello que Dios nos
revela pero que no lo entendemos del todo) de fe. Veamos que nos dice esta joya para la educación
de la fe. “Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta
comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos
los bienaventurados se llama ‘el cielo’. El cielo es el fin último y la realización de
las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de
dicha” (CIC # 1024). “Vivir
en el cielo es ‘estar con Cristo’ (cf.
Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Tés. 4, 17).
Los
elegidos viven ‘en Él’, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su
verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap. 2, 17)”
(CIC # 1225).
Con las Bienaventuranzas Cristo nos deja unos
requisitos fundamentales para llegar formar parte del Reino de Dios y por ende
alcanzar o llegar al Cielo. “Bienaventurados
los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 3). Cuando leemos las leyes establecidas en el
Libro del Éxodo podemos ver que en su profunda significación esto ya estaba determinado
en el Pueblo de Israel (ver Ex. 22, 20-24).
La generosidad, el desprendimiento y el socorrer a los
necesitados y marginados son virtudes que nos llevan a cumplir con la caridad o
el amor hecho acción hacia el prójimo.
Sin duda alguna esto nos va acercando más y más al Cielo.
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos
verán a Dios” (Mt. 5, 8). Dice un refrán que “el polvo se llena de polvo”. ¿Qué
quiere decir esto? Primero que nacimos
con una condición pecadora que se suele llamar “pecado original”. Cuando nos
exponemos a la tentación y al pecado seguramente vamos a caer. Entonces es por eso que la pureza, el decoro,
el candor y la integridad son virtudes que debemos pedirle al Espíritu Santo
para mantener nuestro corazón limpio ya que la limpieza de corazón, nos atrae, con mayor frecuencia a Dios.
En general la vida de virtudes como hábitos operativos
que los llevamos a cabo en nuestra vida junto con la oración diaria y la vida
sacramental nos mueve en dirección a la vida en el Espíritu o vida de santidad. Todo esto nos va encaminando cada vez más al
Cielo. Pero debemos recordar estas prácticas
deben tener un sentido de compromiso íntegro y perseverancia.
Pídanosle a Dios y a su Santo Espíritu que todo en
nuestra vida sea motivo de encauzarnos al Cielo y cuando nos desviemos pidamos constricción
perfecta y el arrepentimiento para que por medio del Sacramento del Amor
(Sacramento de la Reconciliación) volvamos a la ruta que nos lleva al Cielo.
Recordemos que nuestra vida cristiana debe ser todo un
ahorrar para el Cielo.
¡María
Santísima tu que llegaste al Cielo como un Sagrario Cristalino e Inmaculado
ruega e antecede siempre por la Iglesia peregrinante que quiere llegar un día
ante la presencia del Dios
Uno Trino en Amor, Santidad y Misericordia!
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