Mateo
6, 7-15:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: “Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos,
que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten,
porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes
pues, oren así:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado
sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el
cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no
nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los
hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no
perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.
Reflexión:
¿Cuántas veces al día
rezamos el Padre Nuestro? ¿Cuántas veces
lo rezamos a la semana? ¿Cuántas al mes? Pero la pregunta más importante debe
ser, de todas esas veces que lo rezamos: ¿Cuántas veces nuestra alma escucha
atentamente las palabras que nuestras bocas pronuncian?
Hoy el evangelio nos
presenta a Jesús enseñando el Padre Nuestro a sus discípulos. Jesús nos prometió que nos enviaría otro Paráclito
o Consolador entonces es muy propicio preguntarnos ¿Cuántas veces le
preguntamos al Espíritu Santo que nos enseñe a orar y a rezar?
¿Qué nos propone y
enseña el Padre Nuestro? Primero que
nada Jesús nos enseña a ponernos en comunión con el Padre Celestial. Después nos motiva a pedirle en fe y
esperanzadoramente todo aquello que necesitamos. Pero esto lo podemos hacer porque Jesús nos
abre las puertas de la intimidad de su corazón y todo su ser.
Por medio del Bautismo
y la gracia sacramental de este sacramento pasamos a ser hijos de Dios. Pero el ser hijos de Dios implica mucho más
que eso. Es por eso que San Pablo le exponía
a los cristianos de Roma y a nosotros: “todos los que se dejan guiar por el Espíritu
de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no
han recibido un espíritu de esclavo para recaer en el temor; antes bien, han recibido
el espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!” (Rm.
8, 14–15).
Al Padre Nuestro se le
llama la Oración perfecta por excelencia y Santo Tomás de Aquino en forma
similar nos dice que es “la más perfecta de todos las oraciones”. El Catecismo de la Iglesia Católica es quizás
la mejor herramienta que nos da la misma Iglesia para conocer y meditar mejor
en estas siete peticiones del Padre Nuestro, para esto te recomiendo que leas
desde el numeral 2803 al 2865.
“Santificado sea tu
nombre” desde los
inicio del Pueblo de Israel con Abraham, los patriarcas, los jueces y los
profetas esto fue la primera catequesis que el pueblo elegido por Dios recibió. El termino en hebreo para santidad o santificar
es kiddushin y este tiene una doble significación el primero
(literalmente) sacar aparte y el segundo el de esponsales o compromiso
matrimonial. Debemos entender que es
Dios quien es santo y El mismo es el que santifica. Entonces podemos llegar a la santidad y
santificar gracias al Espíritu Santo.
“Venga a nosotros tu
Reino” nos dice Jesús “busquen
primero el Reino de Dios y lo demás llegara por añadidura” (Mt. 6, 33). ¿Por qué Jesús nos dice esto? Para todos los que nos abandonamos en las
manos del Padre el confiar en su Providencia Divina debe ser un signo
distintivo.
“Hágase tu voluntad en
la tierra como en el cielo”. En el CIC # 2822 se nos expone con distintos
textos bíblicos que es hacer la voluntad de Dios: “La voluntad de nuestro
Padre es “que todos los hombres [...] se salven y lleguen al conocimiento pleno
de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). El “usa de paciencia [...] no queriendo que
algunos perezcan” (2 P 3, 9; cf. Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos
los demás y que nos dice toda su voluntad es que “nos amemos los unos a los
otros como él nos ha amado” (Jn 13, 34; cf. 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37)”. Pero más que nada estamos destinados a seguir
la voluntad divina por nuestra más íntima esencia de ser, “ya que fuimos
creados por Dios y para Dios”.
“Danos hoy nuestro pan
de cada día”. Cuando le decimos dame a uno de nuestros
padres naturales implica que tenemos ya establecida una confianza. De esta misma forma quiere el Unico y Amado
Hijo del Dios Padre que tengamos esa plena confianza con ese Dios que además de
ser Padre es Amor y Misericordia Infinita.
“Perdona nuestras
ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Esta es sin duda alguna la petición más difícil del Padre Nuestro. Pero debemos tener lo que nos dice San Pablo
muy presente: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4,
13). Como mencione previamente Dios nos
dio su Espíritu Santo y es muy conveniente que nos de dos gracias
especiales. Primero la de perdonar
cuando nos ofenden y segundo que nos conceda un arrepentimiento sincero y poder
pedir perdón a quienes hayamos ofendidos.
“No nos dejes caer en
la tentación”. Muchas veces a mi consultorio del
Catholic.net me llegan consultas preguntando que si la tentación es
pecado. Claro que la tentación como tal
no es pecado. Y aprovecho para explicar
que los que sí, es pecado es caer en esa tentación. La serpiente siempre pica por el calcañal o
sea talón o la parte que está más cerca del suelo. Si sabemos cuál es nuestro calcañal espiritual
debemos pedirle al Espíritu de Dios que fortalezca más y más esa área ya es en
esta donde el demonio nos va a atacar.
Es de suma importancia
lo que nos dice Jesús en el Evangelio que no nos llenemos de palabrería como
hacen los gentiles o paganos (ver Mt. 6, 7).
En la oración como el mejor acto de comunicación y comunicación con Dios
hay un tiempo de hablar y un tiempo de hacer silencio para escuchar a
Dios. Esto es algo que nos olvida con
mucha frecuencia. ¡Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa!
¡Que María Santísima
que fue mujer de oración y mujer del silencio (para escuchar a Dios) interceda
por nosotros para que nuestra oración se den estos dos pasos el hablar no de
menos ni tampoco de más y que sepamos hacer silencio para descubrir la voluntad
y el plan de Dios en nuestras vidas!
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