Hoy tememos
como título de esta reflexión dominical dos preguntas por las cuales me gustaría
encaminarme en esta reflexión. Vamos a visualizar que semejanza etimológicamente
y de definición tiene estas dos palabras; misión y misa.
Además de ver que era o implicaba ser apóstol en los inicios de la
Iglesia y en nuestros tiempos modernos.
El Padre José
Duvan Gonzales (colombiano) que hasta hace varias semanas atrás fue vicario
parroquial de nuestras comunidad eclesial solía decirnos que “la misa
comienza después de la bendición final”.
Estas dos palabras están relacionadas en cuanto a su significado etimológico
o sea en cuanto a la raíz de las palabras que en este caso significa el ser enviado.
De chico solía
escuchar una expresión de un sacerdote del pueblo donde crecí que decía: “de
la Misa a la misión”. ¿Qué significa
esto? Después de la salir del Banquete del Reino (Santa Misa, Sagrada Eucaristía)
que celebramos todos los domingos debemos vivir nuestra vida cristiana dando el
mejor ejemplo y testimonio posible de vida en el Espíritu o sea vida en el Amor
(= caridad fraterna) a Dios y a los demás.
Cuando
nuestra Celebración Eucarística era (y es) celebrada en latín al finalizar la Eucaristía
se solía decir: “Ite, missa est” que significa “pueden irse en paz”.
Notaremos la
palabra apóstol también significa enviado o mejor dicho aquel
que es enviado. Veremos también que
el ser apóstol tiene un carácter más personal.
Podríamos decir que la misión es para la comunidad y el ser apóstol es
un cargo o encomienda que da el Señor a alguien en particular.
En los
inicios de la Iglesia había unas pautas o normas para ser considerado apóstol y estas eran: 1º que fuese testigo ocular de
la Resurrección del Señor; 2º que hubiese recibido del mismo Cristo Resucitado
la comisión de predicar el evangelio de manera autoritativa.
De acuerdo a Morris
Pelzel PhD en su libro “Eclesiología La Iglesia como Comunión y Misión” (Catholic
Basics: A Pastoral Ministry Serie) al inicio de la Iglesia habían apóstoles y Apóstoles. Estos últimos (Apóstoles) eran los doce
(recordemos que Judas Iscariote fue remplazado por Matías) más Pablo y Bernabé que también eran considerados como Apóstoles. En el caso de Pablo se le suele llamar como
el “Apóstoles de los Gentiles”.
Según Pelzel los
apóstoles establecían comunidades cristianas tanto en los sectores judíos como
en los gentiles. Solo aquellos que fueron
testigos de la Resurrección del Señor eran elegibles para ser apóstoles. El ser apóstol no era un orden (como lo son
la diaconía, el presbiterado y el episcopado) en el cual otros le pudieran
suceder en la Iglesia.
El apóstol era
un rol único y particular y como ya mencione testigos de la Resurrección del Señor
que recibían unos carismas (el Espíritu Santo nos da los carismas para el
bien de la comunidad y NO para el bien de la persona que lo recibe)
por parte del Espíritu Santo para ejercer su ministerio (ver Hechos 1, 8; Hechos
2, 4; Juan 20, 22-23). Ser apóstol no
era transferible (ni hereditario) y estos fueron sucedidos por los obispos.
Ahora bien,
regresemos a nuestro tiempo. Todo los
bautizados en mayor que menor forma estamos llamados a ser apóstoles. Ya no somos testigos de la Resurrección del Señor
pero si es requerido el ser firmes creyentes de la Resurrección del Señor. Ahora la comisión de ser apóstol nos la da la
Iglesia lo que implica que es Cristo mismo quien nos comisiona para ser apóstol.
Hay ciertas
condiciones que tenemos que seguir para ser un excelente apóstol. Negarse a sí mismo, y tomar la cruz y seguir
al Señor (ver Mt. 16, 24). La Virgen
María la Madre del Señor es la mejor testigo de esta condición para ser apóstol. Ella sin duda desde el silencio y el
anonimato supo ser la mejor apóstol del Señor.
Recordemos
como nos enseña San Pablo, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo (ver
Col. 1, 18). “Miren cuántas partes
tiene nuestro cuerpo, y es uno, aunque las distintas partes no desempeñan la
misma función. Así también nosotros
formamos un solo cuerpo en Cristo. Dependemos unos de otros y tenemos carismas
diferentes según el don que hemos recibido. Si eres profeta, transmite el
conocimiento que se te da; si eres diácono, cumple tu misión; si eres maestro,
enseña; si eres predicador, sé capaz de animar a los demás; si te corresponde
dar, da con la mano abierta; si eres dirigente, actúa con dedicación; si ayudas
a los que sufren, muéstrate sonriente” (Rm. 12, 4-8). Esto sin duda alguna debe ser el estilo de
vida de un apóstol o sea el tuyo y el mío.
Hay santos en
la historia de la Iglesia que han sabido ser apóstoles. San Francisco Javier como Apóstol de la
India; Matteo Ricci como Apóstol de la China, San Juan Bosco, Apóstol de los Jóvenes; Beato
Junipero Serra (próximamente a ser canonizado el próximo 23 de septiembre,
2015) Apóstol y fundador de California
(USA).
Ahora bien
cuando estamos haciendo apostolado cual liviano o pesado es nuestro equipaje
emocional. Sé que muchos se preguntaran
que tiene que ver el apostolado con eso, la verdad mucho. No podemos dar lo que
no tenemos por eso para dar todo lo que implica un buen apostolado debemos
llenarnos de la fuente.
Esta contiene
el Agua Viva que nos llena y nos sacia la sed de amor, de la gracia, de la misericordia
y de todos los dones que nos llevan a los frutos. Cuando llenamos nuestras maletas del equipaje
emocional (y espiritual) entonces podemos salir y presentar el boleto y el
pasaporte que nos llevaran al apostolado, donde quiera que sea.
Seamos apóstoles
de nuestras familias, de nuestras comunidades eclesiales, de nuestras diócesis,
de nuestro país y porque no seamos apóstoles para toda la Iglesia Católica
(universal).
¡Que María Santísima
y los santos que han sabido ser grandes apóstoles desde lo más pequeño e insignificante
hasta llegar a las más grandes dotes de santidad y por ende de apostolicidad oren
e intercedan por nosotros!
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