11 de julio de 2015

¿Cómo es tu misa y misión diaria? & ¿Cuál es tu equipaje emocional (y espiritual) para el apostolado? Domingo XV – Ciclo B

Hoy tememos como título de esta reflexión dominical dos preguntas por las cuales me gustaría encaminarme en esta reflexión. Vamos a visualizar que semejanza etimológicamente y de definición tiene estas dos palabras; misión y misa.  Además de ver que era o implicaba ser apóstol en los inicios de la Iglesia y en nuestros tiempos modernos.

El Padre José Duvan Gonzales (colombiano) que hasta hace varias semanas atrás fue vicario parroquial de nuestras comunidad eclesial solía decirnos que “la misa comienza después de la bendición final”.  Estas dos palabras están relacionadas en cuanto a su significado etimológico o sea en cuanto a la raíz de las palabras que en este caso significa el ser enviado.   
De chico solía escuchar una expresión de un sacerdote del pueblo donde crecí que decía: “de la Misa a la misión”.  ¿Qué significa esto? Después de la salir del Banquete del Reino (Santa Misa, Sagrada Eucaristía) que celebramos todos los domingos debemos vivir nuestra vida cristiana dando el mejor ejemplo y testimonio posible de vida en el Espíritu o sea vida en el Amor (= caridad fraterna) a Dios y a los demás.
Cuando nuestra Celebración Eucarística era (y es) celebrada en latín al finalizar la Eucaristía se solía decir: “Ite, missa est” que significa “pueden irse en paz”.
Notaremos la palabra apóstol también significa enviado o mejor dicho aquel que es enviado.  Veremos también que el ser apóstol tiene un carácter más personal.   Podríamos decir que la misión es para la comunidad y el ser apóstol es un cargo o encomienda que da el Señor a alguien en particular.
En los inicios de la Iglesia había unas pautas o normas para ser considerado apóstol  y estas eran: 1º que fuese testigo ocular de la Resurrección del Señor; 2º que hubiese recibido del mismo Cristo Resucitado la comisión de predicar el evangelio de manera autoritativa.
De acuerdo a Morris Pelzel PhD en su libro “Eclesiología La Iglesia como Comunión y Misión” (Catholic Basics: A Pastoral Ministry Serie) al inicio de la Iglesia habían apóstoles y Apóstoles.  Estos últimos (Apóstoles) eran los doce (recordemos que Judas Iscariote fue remplazado por Matías) más Pablo y Bernabé  que también eran considerados como Apóstoles.  En el caso de Pablo se le suele llamar como el “Apóstoles de los Gentiles”
Según Pelzel los apóstoles establecían comunidades cristianas tanto en los sectores judíos como en los gentiles.  Solo aquellos que fueron testigos de la Resurrección del Señor eran elegibles para ser apóstoles.  El ser apóstol no era un orden (como lo son la diaconía, el presbiterado y el episcopado) en el cual otros le pudieran suceder en la Iglesia. 
El apóstol era un rol único y particular y como ya mencione testigos de la Resurrección del Señor que recibían unos carismas (el Espíritu Santo nos da los carismas para el bien de la comunidad y NO para el bien de la persona que lo recibe) por parte del Espíritu Santo para ejercer su ministerio (ver Hechos 1, 8; Hechos 2, 4; Juan 20, 22-23).  Ser apóstol no era transferible (ni hereditario) y estos fueron sucedidos por los obispos.
Ahora bien, regresemos a nuestro tiempo.  Todo los bautizados en mayor que menor forma estamos llamados a ser apóstoles.  Ya no somos testigos de la Resurrección del Señor pero si es requerido el ser firmes creyentes de la Resurrección del Señor.  Ahora la comisión de ser apóstol nos la da la Iglesia lo que implica que es Cristo mismo quien nos comisiona para ser apóstol.
Hay ciertas condiciones que tenemos que seguir para ser un excelente apóstol.  Negarse a sí mismo, y tomar la cruz y seguir al Señor (ver Mt. 16, 24).  La Virgen María la Madre del Señor es la mejor testigo de esta condición para ser apóstol.  Ella sin duda desde el silencio y el anonimato supo ser la mejor apóstol del Señor.
Recordemos como nos enseña San Pablo, que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo (ver Col. 1, 18).  “Miren cuántas partes tiene nuestro cuerpo, y es uno, aunque las distintas partes no desempeñan la misma función.  Así también nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo. Dependemos unos de otros y tenemos carismas diferentes según el don que hemos recibido. Si eres profeta, transmite el conocimiento que se te da; si eres diácono, cumple tu misión; si eres maestro, enseña; si eres predicador, sé capaz de animar a los demás; si te corresponde dar, da con la mano abierta; si eres dirigente, actúa con dedicación; si ayudas a los que sufren, muéstrate sonriente” (Rm. 12, 4-8).  Esto sin duda alguna debe ser el estilo de vida de un apóstol o sea el tuyo y el mío.
Hay santos en la historia de la Iglesia que han sabido ser apóstoles.  San Francisco Javier como Apóstol de la India;   Matteo Ricci como Apóstol de la China,  San Juan Bosco, Apóstol de los Jóvenes; Beato Junipero Serra (próximamente a ser canonizado el próximo 23 de septiembre, 2015)  Apóstol y fundador de California (USA).
Ahora bien cuando estamos haciendo apostolado cual liviano o pesado es nuestro equipaje emocional.  Sé que muchos se preguntaran que tiene que ver el apostolado con eso, la verdad mucho. No podemos dar lo que no tenemos por eso para dar todo lo que implica un buen apostolado debemos llenarnos de la fuente. 
Esta contiene el Agua Viva que nos llena y nos sacia la sed de amor, de la gracia, de la misericordia y de todos los dones que nos llevan a los frutos.  Cuando llenamos nuestras maletas del equipaje emocional (y espiritual) entonces podemos salir y presentar el boleto y el pasaporte que nos llevaran al apostolado, donde quiera que sea.
Seamos apóstoles de nuestras familias, de nuestras comunidades eclesiales, de nuestras diócesis, de nuestro país y porque no seamos apóstoles para toda la Iglesia Católica (universal).

¡Que María Santísima y los santos que han sabido ser grandes apóstoles desde lo más pequeño e insignificante hasta llegar a las más grandes dotes de santidad y por ende de apostolicidad oren e intercedan por nosotros!

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