Deuteronomio
4, 1-2. 6-8: No añadirán nada a lo que les mando... Cumplan los
mandamientos del Señor.
Salmo
Responsorial 14: R/. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Santiago
1, 17-18. 21-22. 27: Pongan en práctica la palabra.
Marcos
7, 1-8. 14-15. 21-23: Dejan a un lado el mandamiento de Dios para
aferrarse a las tradiciones de los hombres.
Los seres humanos solemos caer con muchísima frecuencia en
la gran tentación de la apariencia. Por otro
lado hay que reconocer y distinguir que Dios no vive de apariencias.
Veamos que
es aparentar. Aparentar es querer vivir de formas o condiciones que en realidad
no nos son posibles adquirir o tener por distintas razones. El aparentar podría
ser por razones económicas, por razones de intelecto, psíquicas, mentales,
anímicas pero más lamentable es cuando esto sucede por razones espirituales. Aunque
todas estas razones antes mencionadas nos pueden conducir o desembocar a la
razón espiritual.
Como podríamos deducir el antónimo (lo contrario a) más
palpable de esta palabra “apariencia” es la palabra “realidad”.
Es de suma importancia tener claro que hay distintos tipos de realidades. En
los seres humanos hay realidades corporales (estas se pueden subdividir
en otros tipos de realidades) pero también hay realidades espirituales
que por distintas razones solemos descuidar y hasta olvidar. La realidad que
mejor distingue a Dios es el Amor ya que Dios es Amor (ver 1Jn. 4, 7-21). Teniendo esto en cuenta no nos ha de resultar
difícil el comprender que el primer mandamiento que Dios nos pide es: “Amar
a Dios sobre todas las cosas”.
Este primer mandamiento y todos los mandamientos deben
nacer desde lo más íntimo del corazón y de nuestro ser. Por eso Jesús en el
evangelio de este domingo nos dirá que lo que hace impuro las cosas no es lo
que entra por nuestra boca (por ejemplo, lo que comemos) sino más bien las
aptitudes negativas que salen muchas veces por lo que expresa nuestra boca
porque nuestro corazón frio y congelado (muchas veces más que un tempano de
hielo) en su plena libertad y voluntad así lo ha querido realizar (ver Mc. 7,
14-15).
¿Qué nos contamina ya sea en lo humano o en lo espiritual? Las malas y negativas aptitudes (= capacidades,
talentos, habilidades); o sea que nos daña y nos contamina la incompetencia, la
ignorancia y el desconocimiento. También
nos contaminan y nos dañan las malas actitudes (= cualidades, conductas, y procederes) o sea la
indeterminación, la inmoralidad y la destrucción. Muchas veces estas aptitudes y actitudes nos
las vemos como si fueran ni buenas ni malas y precisamente eso es lo que quiere
el enemigo “el padre de la maldad” que no las distingamos como en la
realidad son, o son buenas o son malas.
Por eso en aptitud y en actitud de oración siempre nuestra
vida cristiana debe estar en continuo examen de conciencia. Pero nuestra conciencia debe estar bien formada
en lo que la Iglesia nos enseña en su moral (estudio del bien el mal) y la
moralidad de nuestras acciones (lo que determina que una acción es buena o es
mala). Hoy en día el Catecismo de la Iglesia Católica (enlace del Índice General del CIC de la
página web del Vaticano… has “click”) es quizás el mejor recurso para
aprender sobre la moral y la moralidad cristiana e igualmente para toda la
formación de nuestra fe cristiana en general.
Volvamos nuevamente al evangelio de este domingo. Quisiera reflexionar sobre aquellas cosas que
Jesús enfatiza que deterioran nuestra vida espiritual y nuestra relación con
Dios y con los hermanos. Nos dice el
Señor: “del corazón del hombre salen las intenciones malas, las
fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las
injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el
orgullo y la frivolidad. Todas estas
maldades salen de dentro y manchan al hombre” (Mc. 7, 21-23).
Sé que podríamos decir: “pero yo no hago esas cosas”
y es esta la aptitud descuidada y relajada que el enemigo quiere que
tengamos. Como muy bien dice mi viejita
querida: “un bandido o un malhechor no nace de la noche a la mañana”
primero van surgiendo pequeños descuidos y estos van creciendo hasta que hace
mucho tiempo atrás dejaron de ser pequeños y descuidos para convertirse en
enormes y escaladas maldades que nos dañan a todos de una forma u otra.
La purificaciones rituales del pueblo judío tenía una razón
muy fundamental y estas eran (como sucede con los sacramentos) unos signos
externos y palpables de una realidad invisible y mucho más grande y perfecta
que los mismos gestos y actos de purificación.
El problema estribaba en que por distintas razones se desenfocó la razón
de ser de estos actos de purificación y esta razón era descubrir la santidad de
Dios. Como consecuencia lógica se
entendía que nada manchado podía estar ante la Presencia Real, Infinita y
Eterna (Cielo) del Altísimo. Kiddushin
o sea santidad (o santificar) en hebreo y como he mencionado otras veces tiene una
doble significación primero (literalmente) sacar aparte y la segunda es
la de los esponsales o compromiso matrimonial (para el pueblo
judío esto era parte fundamental y de vital trascendencia del matrimonio [ver Mt. 1,
18-25]) más aun esta era considerada parte del matrimonio. Lamentablemente (y esta es mi opinión muy
personal) hoy en día no se toma en serio el compromiso matrimonial y más aun no
se considera parte del matrimonio.
Lo mismo que sucedía en tiempo de Jesús con los rituales de
purificación (y otras costumbres judías) el perder el sentido y enfoque real puede
suceder y lamentablemente sucede con los Sacramentos en la Iglesia. Como nos enseña la Iglesia los Sacramentos son
signos sensibles y palpables que nos llevan a una realidad invisible e infinita
cuya principal función es llevarnos a la salvación.
Por eso más importante que el ritualismo lo es la
disposición del corazón. Y es esta
disposición del corazón la que me lleva a reconocer mi condición de pecador y
querer salir de ella (Sacramento de la Reconciliación). Después de eso mi corazón ya con unos deseos
casi infinitos quiere y necesita alimentarse con el Pan de Vida Eterna
[leer capítulo 6 del Evangelio de San Juan] (Sacramento de la Eucaristía).
Cuando mi cuerpo se enferma, como enseña la Carta de
Santiago (ver Sant. 5, 14-15) le pido a un presbítero de mi comunidad eclesial
o donde yo esté que me administre el otro sacramento de sanación (Sacramento
de la Unción de los Enfermos).
La Iglesia se anima y se fortalece así misma con los
sacramentos al servicio de la comunidad (Sacramentos del Orden Sacerdotal [con
sus tres grados: diaconado {transitorio o permanente}; presbiterado
{a los que comúnmente le llamamos sacerdotes}; y episcopado {o
sea obispos}] y del Matrimonio) ya que ambos son sacramentos de vocación
o llamado divino.
No importa cuál sea el sacramento nuestro corazón debe
estar en primera fila y dispuesto a recibir la gracia de Dios, pero sobretodo
dispuesto a recibir el Amor de Dios.
Si nuestra vida necesita purificación o sea de ritos
externos pero sin que pierdan su real razón de ser y es el llevarnos a Dios y a
su salvación que hemos de recibir por medio de Cristo Jesús.
¡Espíritu Santo guía a la Iglesia para que sea
administradora fiel de esos Momentos Sagrados (Sacramentos) que
el mismo Jesucristo en su Infinito Amor le dejó a la Iglesia, que El mismo
fundó! Guía a todo el Pueblo de Dios para
que siempre sepa reconocer en los sacramentos esos signos externos de esa
Realidad Interna e Infinita la cual es Eterna y nos quieren dar la Vida Eterna para
que estemos en Adoración Absoluta y Perpetua frente al Altísimo Dios quien es
Amor Puro e Infinito. ¡Que así sea!
Te presento algunas áreas y secciones del CIC que podrías
utilizar para la formación permanente:
La Ley y la Gracia (CIC # 1950 al 1986)
La Moralidad de los Actos Humanos (CIC # 1749 al 1761)
Espero que les sea de gran utilidad…
D… B… A… O:)
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